‘Confesiones nada equidistantes’, por Manuel Navas

ARTÍCULO DE OPINIÓN
Manuel Navas, Sociólogo

Confieso que soy uno de los miles de emigrantes (“incultos”, “bestias humanas”, “incoherentes”, etc.) que he sido interpelado por las calificaciones genetistas lanzadas desde el supremacismo catalanista burgués (Pujol, Ferrusola, Mas, Rahola, Puigdemont, Torra, etc.), que nada tienen que envidiar al talante y los improperios del supremacismo burgués españolista de los Inda, Rajoy, Arrimadas, Wert; Olbiol, Rivera, etc. Todos, sin excepción, resumen con nitidez lo que Einstein decía: que la estupidez humana es infinita. Si bien me niego a poner en boca del “pueblo catalán” o “pueblo español” lo que sus élites políticas e intelectuales y periodistas orgánicos dicen, soy consciente que, en general, la ideología imperante que las sociedades interiorizan, es la que mana de esas élites que disponen de todos los recursos para socializar según sus intereses.

Confieso que soy uno de los miles de emigrantes que llegué a Catalunya, pero aclaro a los xenófobos, que lo hice sin ánimo colonizador, desarmado y sin estandartes, con nuestras manos como único capital. Y como la migración respondió a las necesidades de mano de obra del sistema, equipararla con las “colonizaciones” es un cuento miserable de quienes fomentan el odio antinatural entre los pueblos: colonizados versus colonizadores. Ni vinimos a colonizar, ni a integrarnos, sino a construir entre todos/as la Catalunya plural, multicultural y mestiza que tenemos y que no hubiera sido posible (que no quepa ninguna duda) sin la emigración. Esa Catalunya es la que pretende apropiarse/destruir con relatos etnicistas el catalanismo burgués y manipular/destruir sus homólogos españolistas.

Confieso que soy uno de los miles de emigrantes anónimos que entre miedos, represiones y muertes, construimos el movimiento obrero, vecinal y popular en Catalunya, para luchar por mejores condiciones laborales trabajo y mejorar los barrios y que se levantó contra la dictadura franquista y por la democracia, que abanderó como nadie la “llibertat, autonomía i estatut d’autonomía” y el derecho a la autodeterminación (¡a Sabadell pongo por testigo!), cuando buena parte de ese catalanismo burgués, barrigas agradecidas del franquismo, ni estaba, ni se le esperaba. Sabemos que la historia la acaban escribiendo los vencedores, pero no por eso puedo dejar de indignarme ante las chapuceras revisiones de quienes pretenden arrogarse un protagonismo histórico que no les corresponde.

Confieso que como otros/as me niego caer en la espiral del silencio, o en la banalización, antes bien, rechazo de plano las decisiones esperpénticas que se están sucediendo como la aprobación de la DUI en el Parlament; las manipulaciones/adoctrinamiento mediático; las represiones físicas y jurídicas; el 155, etc. En resumidas, la ineptitud de las élites políticas para dar soluciones políticas a problemas políticos, escudándose en un enroque estéril que tiene su razón de ser en el caudillismo que subyace en gobierno español y el incipiente cesarismo de nuevo cuño en la Generalitat.

Confieso que como a muchos ciudadanos/as, me produce dolor, tristeza y profunda preocupación la fractura social (que auguro irreparable a medio plazo y que parece caminar peligrosamente a una variante balcanizante a tenor de los odios que se están incubando) que esas élites han provocado interesadamente en el pueblo trabajador, utilizando los ‘mass media’ (de juzgado de guardia el papel de la TV pública, -sea TV1 o TV3-·y las privadas). Esa élite, que se pavonea de habernos conducido a escenarios irreconciliables, con unos argumentos que decaen por sí solos cuando no dudan en ponerse de acuerdo para favorecer al poder económico: reforma del art. 135 de la CE; desahucio exprés; abstención en la moción contra Rajoy; reforma laboral; cohabitar en el grupo neoliberal en el Parlamento Europeo; evitar las remunicipalizaciones; aprobar tratados de libre comercio como el TTIP y un largo etc., muestra qué es lo que les importa más allá de su populismo demagógico y que se esconde realmente detrás de sus banderas.

Por último, alertar que el humo no ciegue los ojos: la evidencia nos recuerda que vivimos en una sociedad en la que se está librando una lucha de clases encarnizada que tiene como objetivo el expolio de las arcas públicas privatizando y externalizando los servicios del Estado de Bienestar (sanidad, educación, servicios sociales, pensiones, etc.) y extraer la máxima plusvalía de los/as asalariados/as con una precariedad laboral y unos salarios obscenos, en definitiva que, si no lo evitamos, caminamos hacia una sociedad asistencial sin derechos sociales, lo que está en las antípodas del modelo social equitativo, culto, crítico y cohesionado que el sentido común indica. Y en ese terreno, equidistancia cero, todo lo contrario, la beligerancia como respuesta al robo y recortes de libertades que estamos padeciendo.

El antagonismo de los modelos económicos refleja el antagonismo entre quienes defienden uno y otro y que genéricamente se identifican como “la derecha” (que en esencia agrupan a las élites económicas y políticas neoliberales) y “la izquierda” (donde puede incluirse al pueblo trabajador como sujeto promotor de un cambio de tablero del juego). Un esquema simple, pero útil para fijar las fronteras de un conflicto, que no se centra entre los pueblos (“español”, “alemán”, “ruso”, mexicano“, “catalán”, etc.), sino entre los pueblos y las élites políticas y económicas de los países autóctonos y, más allá del marco territorial, el poder económico que ha usurpado la soberanía de los pueblos. Sres. Torra, Rajoy, Mas, Felipe VI, Rivera y adláteres, como genuinos defensores de un modelo social criminal que tanto daño está haciendo a nuestros pueblos y a la humanidad, confieso que me siento hermanado con quienes están haciendo lo posible por desenmascarar vuestra cruel hipocresía.

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