L'expresident de la Generalitat Valenciana Eduardo Zaplana, en una imatge d'arxiu. (Horitzontal)

‘Res non verba’, por Josep Asensio

La sentencia dictada por la Audiencia Nacional por el caso Gürtel esta semana junto con la detención de Eduardo Zaplana, el que fuera presidente de la Generalitat valenciana en la época del ‘España va bien’, reflejan claramente dos circunstancias de vital importancia. Por una parte, muestra y demuestra que la corrupción en el PP, que casi todos sospechábamos, era una realidad en forma de caja B y que los redactores del fallo explican con estas palabras: “los acusados tejieron un auténtico y eficaz sistema de corrupción institucional a través de la manipulación de la contratación pública central, autonómica y local. Por otra parte, evidencia la separación de poderes, la fuerza del aparato judicial que tanto se ha criticado desde sectores interesados en aniquilar una parte importante de nuestra democracia. Ésta no es ni mucho menos perfecta, pero goza aún y por suerte, de un conglomerado de piezas que intentan encajarse a cada momento.

Precisamente por esto último podemos concluir que los poderes judiciales, conjuntamente con abogados, acusaciones particulares, testigos y otros órganos igualmente significativos, pueden, en un momento dado, levantar la alfombra y poner en entredicho con las pruebas pertinentes la supuesta honestidad del Partido Popular y de Mariano Rajoy. Insisto en el hecho de la importancia de esta sentencia, ya que revela que la corrupción emerge de unas personas concretas, de un partido concreto y no de España como desde Catalunya algunos nos quieren hacer creer. Por eso mismo, aquellos denostadores del llamado ‘espíritu del 78’ deben aceptar que nuestra democracia es sólida, aunque es imprescindible adecuarla a la realidad actual, cambiar aquello que sea necesario y, en definitiva, robustecerla en una época cambiante y que seguramente ya nada tiene que ver con el momento de su nacimiento.

El president del govern espanyol, Mariano Rajoy, al Consell de Ministres extraordinari per aprovar les mesures del 155 per a Catalunya, el 21 d'octubre del 2017. Foto: ACN.
El president del govern espanyol, Mariano Rajoy, al Consell de Ministres extraordinari per aprovar les mesures del 155 per a Catalunya, el 21 d’octubre del 2017. Foto: ACN.

El veredicto de la trama Gürtel es a mi entender la última oportunidad que tiene el régimen de partidos políticos de mostrar a la sociedad la pretensión expresada solamente en palabras de acabar con la malversación, la corrupción y la perversión de la democracia. Los ciudadanos percibimos que esta situación es endémica, que pertenece casi a nuestro genoma identitario, que fluye en nuestras venas como algo propio y peculiar, y por lo tanto no tenemos demasiadas esperanzas en su desaparición. No obstante, es justo en este momento en el que el hartazgo es una evidencia, en el que surgen cada vez más voces que reclaman esa apertura de nuestro ordenamiento jurídico, en el que debe aflorar el sentido de estado que tanto echamos de menos. Es el momento de los hechos. Las palabras se las lleva el viento y por lo tanto no conducen a cambios que ya hace tiempo que son imprescindibles. Y Pedro Sánchez tiene aquí una oportunidad única de desbancar del gobierno a un partido que ha hecho de la corrupción su bandera, que ha alardeado de su situación para reírse de todos los españoles y que quiere, todavía, seguir agarrado a ese sillón para humillarnos unos años más.

No es al líder del PSOE al que más le interesa ese cambio. Su honestidad es demostrable, a pesar de contar con dirigentes investigados que ensucian también su imagen, aunque en mucha menor medida que la del PP. Aquí tiene una ocasión de oro Ciudadanos y Albert Rivera, al que siempre se le ha llenado la boca de términos contrarios a las corruptelas y a la depravación del PP. Hasta el momento todo han sido declaraciones rimbombantes. La realidad es muy diferente ya que ha apoyado al PP en Madrid y en Murcia, claros ejemplos de corrupción, con un recambio de personas al frente de las instituciones, pero aprobando sin fisuras sus estrategias políticas, es decir, sus procedimientos indecentes.

En estos momentos debe primar el interés general al particular. Los contribuyentes lo reclamamos desde hace tiempo, pero apercibimos el egocentrismo de nuestros líderes políticos y nos desalentamos rápidamente. Está en juego la credibilidad de nuestro sistema. Lo está siempre, es verdad. Pero la oportunidad que nos deja esta sentencia debe ser aprovechada para encauzar un camino diferente. Los números lo hacen posible. Hay suficientes diputados para apartar del poder a la putrefacción absoluta. De nada sirven los reproches, las ambiciones y el individualismo, ya que perpetuaran a un PP claramente en minoría en la sociedad española que pide a gritos que esa fragmentación parlamentaria se convierta ya en una firme roca que siente las bases de esa higiene, de ese saneamiento imperioso.

España no es un ejemplo de gobiernos de concentración. Precisamente la idolatría de los líderes ha acabado con las propuestas transversales. Y por eso, ahora más que nunca la solución pasa por un gobierno a tres, sin condiciones, con Pedro Sánchez, Pablo Iglesias y Albert Rivera en la misma mesa, con un programa de mínimos donde el objetivo sea común, donde desaparezcan las desavenencias y surjan las coincidencias que, no lo dudo, son muchas. Aquel que torpedee y entorpezca ese intento de remedio quedará sin duda en evidencia y lo pagará caro. Se acabó el reinado de las buenas intenciones. Res non verba.

Foto portada: Zaplana, en una imatge d’arxiu. Autor: ACN. 

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