Cicero

Opinión de Josep Asensio: ‘De Cicero a Cicero’

La vida nos depara sorpresas a cada momento. Muchas de ellas pasan por nuestro lado sin apercibirnos y perdemos la ocasión de alimentar nuestro espíritu. Seguramente una gran cantidad también son banales y por lo tanto podrían no aportarnos nada, pero soy de los que piensan que cualquier hecho, por insignificante que parezca, tiene una causalidad relacionada con otros que desconocemos en ese momento. Rechazar el conocimiento constituye uno de los mayores errores de esta sociedad convulsa e hiperactiva; igualmente el archivarlo para inmediatamente después olvidarlo en un rincón de nuestra memoria.

Como digo, el ser demasiado observador trae a veces problemas porque obliga a ir más allá, a buscar la información que no es evidente para finalmente completarla y descansar. La música es uno de los ámbitos que más me satisfacen y donde los descubrimientos son constantes. 29 de marzo de 2007. Se celebra el Festival de Eurovisión en Helsinki y es el turno de un cantante alemán completamente desconocido para la mayoría. Su nombre, Roger Cicero. Interpreta el tema Frauen regier’n die Welt (Las mujeres dominan el mundo). Una pequeña orquesta, al más puro estilo jazzístico ocupa el escenario: piano, contrabajo, batería, saxo y trompeta. Elegantemente vestido con un traje blanco y sombrero, Roger Cicero desconcierta un poco con una pieza no habitual pero pegadiza. El idioma alemán es algo duro para cantar pero pronto se olvida esta circunstancia para centrarme en su voz. No pierdo el tiempo y me dirijo a mi ordenador para descubrir más sobre el personaje que ha trastocado esa noche. Roger Cicero es un cantante muy conocido en Alemania. A caballo entre el swing y el jazz, sus temas son de una tesitura elevada y se mueve bien tanto en las baladas como en las melodías más intensas. Varios premios en su país atestiguan su valía, considerándolo el Frank Sinatra alemán. Compositor, actor y escritor, Cicero fue, a pesar de su corta trayectoria discográfica en ese momento, un referente para mí, que he seguido hasta la fecha de hoy.

Pero lejos de acabar con mi hallazgo, el estupor se apodera de mí al percatarme que su padre, Eugen Cicero, fue también un gran músico en el país germano. De origen rumano, era apreciado por sus interpretaciones emotivas al piano, instrumento que empezó a tocar a la edad de cuatro años. Después de encontrar el swing como fuente mágica de inspiración, viajó a Berlín para descubrir otros estilos, aunque siempre se mantuvo fiel al clasicismo de Frank Liszt. Tenía una particular forma de ver y de sentir la música y su expedición a por aquel entonces a la capital de la República Federal Alemana trajo consigo la mezcla de expresiones musicales, dando lugar a lo que se le llamó el Classic-Swing, que armonizaba la música clásica con el movimiento jazzístico de los años 30. Ganador de diversos premios, fue uno de los pioneros en grabar con las Orquestas Filarmónicas de Berlín y Múnich y realizó una enorme cantidad de apariciones en las televisiones de todo el mundo.

Muchos se preguntaran el porqué escribo esto. Probablemente por la necesidad de expresar, por una parte, mis sentimientos de reconocimiento hacia dos músicos que ya no podré olvidar y por otra la plasmación de una sensación que me inunda por momentos. Es evidente que no podemos dominar todo el conocimiento; no alcanzamos a conocerlo todo. De hecho, la herramienta por excelencia mundialmente utilizada, el buscador de Google, se ha convertido en imprescindible y cumple los objetivos de información que antes solo podíamos encontrar en las bibliotecas. Lo que me apena en cierta manera es la velocidad con la que aceptamos y despreciamos aquello que nos llega, sin pararnos a pensar si interesa o no. Sé fehacientemente que, en el caso de la música, nuestro cerebro actúa como un jurado y elimina o retiene lo que le gusta. No sé exactamente qué argumentos tiene para hacer una cosa u otra. El caso es que mi intención era dar a conocer dos músicos que, por circunstancias que desconozco, nunca llegaron a nuestras lindes.

Como tantos otros artistas, Eugen Cicero y su hijo Roger nos dejaron muy jóvenes. El primero con 57 años y el segundo el pasado 24 de marzo a la edad de 45 años. Aún hay más: los dos murieron como consecuencia de un infarto cerebral. Diríase que tienen que marcharse porque alguien les espera en otro lugar, dejándonos huérfanos de conocimiento. Federico García Lorca, Gershwin y tantos otros partieron sin avisar. A pesar de todo nos queda su obra, perpetua y a disposición de todos aquellos que quieran descubrirla. Eugen y Roger son a mi entender imprescindibles en este viaje musical que todos llevamos dentro.

¿Se animan a descubrirlos?

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