Opinión de Josep Asensio. ‘El chantaje o el precio que hay que pagar’

Llámenme histérico si quieren, pero pertenezco a ese grupo de personas que antes de comprar un producto miro la etiqueta. Sé que es volverse loco, especialmente en aquellos alimentarios, llenos de números y de letras incomprensibles para el comprador; pero aún así, permanezco unos minutos delante del susodicho artículo leyendo y releyendo la larga o corta lista que lo acompaña. Descarto inmediatamente los que llevan aceite de palma o glutamato monosódico, por sus demostrados efectos perjudiciales para la salud, así como aquellos que incluyen cantidades desproporcionadas de azúcares refinados. También los que están llenos de conservantes y colorantes de manera que el producto final no tiene nada que ver con el publicitado.

Camino por los pasillos de los supermercados dejando la mayor parte de los elaborados, después de apercibirme de que en su mayoría son un fraude al consumidor, al que intentan engañar con buenos envoltorios y frases rimbombantes. Evidentemente no puedo escapar del todo ante el acoso espectacular y calculado que sufrimos por parte de las multinacionales de la alimentación y por este motivo, seguramente, ingiero algunos productos nocivos, pero indudablemente muchos menos de los que cargan sus carros sin mirar absolutamente nada.

De un tiempo a esta parte me ha dado por mirar el origen de lo que pretendo comprar. La verdad es que no hay muchas sorpresas y la ropa, con sus complementos, los utensilios de cocina, menaje y hogar vienen de China, aunque si rebuscamos un poco, todavía podemos encontrar zapatos y sartenes españoles. Pocos electrodomésticos, pues también la mayoría pertenecen a empresas no españolas que tienen sus industrias en oriente. Me ha sorprendido observar que desde el inicio de eso que algunos siguen llamando crisis, se han incrementado los productos alimenticios alemanes en nuestros supermercados. No me refiero a la implantación de Lidl y Aldi en todo el territorio, donde ya sabemos de sobras qué nos vamos a encontrar. Aunque se empeñen en decirnos que la mayoría de sus productores pertenecen a nuestro país, no cabe duda que si nos paseamos un poco por sus instalaciones, veremos que no es cierto. Mi inquietud subyace en la constatación de que empresas españolas están introduciendo productos alemanes especialmente en las líneas de alimentación, subliminalmente, sustituyéndolas de manera callada pero contundente. Mercadona, pero también Consum, empresas de consabido prestigio, lo están haciendo poco a poco, a sabiendas de que el comprador no va a mirar otra cosa que el precio. El primero, por ejemplo ya ha reemplazado la empresa que fabricaba la crema solar por una alemana. Hace pocos meses también lo hizo con el arroz con leche, proveniente de la empresa Reina y que ahora es fabricada en Francia. También la comida para animales y ciertos licores. Dense una vuelta por este establecimiento y verán lo que les digo. De hecho hasta sería comprensible que Carrefour, empresa francesa líder en alimentación, tuviera mayoritariamente productos franceses, pero no es así. En cambio, empresas españolas cambian sus productos por otros provenientes del eje franco-alemán. Entiendo que eso pase con aquellos que no existen por aquí, como dátiles o pistachos, pero, ¿arroz con leche?, ¿mantequilla?

El Carrefour de Barberà. Autor: Baricentro.
El Carrefour de Barberà. Autor: Baricentro.

No es la primera vez que leo que existe una trama de empresarios y políticos que juegan con los intereses de todos los europeos. Se sientan ante el mapa de Europa y deciden, coaccionan y aniquilan a aquellos que no pagan el impuesto revolucionario. Grecia, Portugal, Italia y España están siempre en el punto de mira, de manera que a España le tocó suprimir casi enteramente la industria, fuera del sector que fuera. Y determinaron que hubiera recortes en sanidad, en educación, en definitiva, que las personas saliéramos perjudicadas, no así los bancos. De vez en cuando salen a la luz supuestos informes que pretenden deteriorar la industria de la alimentación española, la única que nos queda, afirmando que el cerdo, las naranjas, el aceite o las lechugas están contaminados. No deja de ser una advertencia de una superpotencia como Alemania, con el beneplácito de Francia, para imponer sus condiciones. Entonces suenan las alarmas y los empresarios bajan la cabeza y acceden a rellenar las estanterías con más género extranjero.

Caso aparte lo forman las franquicias como Tiger, danesa, y Tedi, alemana, qué casualidad, que venden artículos de decoración y de regalo hechos en China a precios imbatibles. Esta última, la alemana, tiene, además, la desfachatez de incluir en la etiqueta el precio del producto en diferentes países de Europa. ¿Y a que no saben dónde es más caro? Pues sí, aquí. Hasta un 30 por ciento más caso que en Alemania. ¿Nos toman por tontos? Parece ser que sí.

Pues nada, a seguir comprando, que es lo que toca. Yo con mi manía de persistir en comerme el coco, descartando artículos por uno u otro motivo y creyendo que hay una conspiración mundial contra todos, que nos lavan el cerebro y nos convierten en robots. Igual nada de eso es verdad y la publicidad es blanca y pura y todo el mundo es bueno. No sé… A ver si va a tener razón aquel amigo mío que no sabía de nada y era el más feliz del mundo. Yo le explicaba mis obsesiones, mis inquietudes y él se reía. “No leas tanto”, me decía, “que así no vas a ser nunca feliz”.

Naturalmente, nunca le hice caso.

Foto portada: un establecimiento Lidl en Sabadell, hace algún tiempo.

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