Foto portada: Sobral, en Eurovisión.

Opinión de Josep Asensio. ‘La hora de Portugal’

En ocasiones parece inverosímil lo que puede conseguir un espectáculo de dos o tres horas de duración en beneficio de toda una comunidad, llámese país, nación o cualquier otra denominación territorial. Mientras políticos, administraciones, castas diversas y otros estamentos se afanan en ningunear a un determinado país, un joven portugués de estética sensible logra en tres minutos que Portugal sea situado, por fin, en el mundo.

El Festival de Eurovisión es lo que tiene. Es un encuentro de realidades diversas, de radicalismos exacerbados, donde se puede pasar del todo a la nada o al revés. Un concurso que todos desprecian pero que año tras año se convierte en el evento más visto. Algo tendrá este amasijo de aportaciones para conseguir no solo que países no europeos participen sino que algunos de los concursantes utilicen medios poco ortodoxos para poder alcanzar sus minutos de gloria. Algunos dicen que es lo que le ha pasado a Manel Navarro, con su famoso gallo y su última posición, algo así como su castigo por haber sido elegido con el apoyo de su amigo Javier Cárdenas y por su inadecuado gesto hacia el público. El caso es que una vez más el ridículo ha sido espantoso pero España es de esos países donde nadie dimite, nadie asume sus responsabilidades y así nos va.

Salvador Sobral, que así se llama el ganador, sorprendió ya incluso antes de la celebración del Festival del pasado sábado. Las apuestas le daban el primer puesto con Amar pelos dois, una bella canción, con aires de fado, interpretada sin aspavientos, sin humo, sin trajes estridentes, sin ese espectáculo friki que acompaña a muchos concursantes. Abrazado casi al micrófono, casi estático, con un suave balanceo de sus manos, con cara de profundo enamorado, con sus cejas siempre levantadas, sin cuerpo de baile, rodeado casi de manera asfixiante por el público, Sobral ha conseguido destruir todos los tópicos de este Festival y ponerlo nuevamente en su sitio, el original, el del reconocimiento a una bella canción, a su melodía, por encima de estrategias de marketing o de geopolítica.

Porque hay que resaltar que en los últimos años, quizás la última década, este acontecimiento mundial se había desvirtuado hasta el punto de que los países ganadores lo eran porque sus vecinos les daban los puntos fuere cual fuere la canción presentada. Así pues, los países de la ex Unión Soviética se votaban entre sí, así como los nórdicos y los de la ex Yugoslavia. Y Turquía daba los votos a Alemania y al revés. Y Portugal, a España. La canción carecía de importancia. Por primera vez en mucho tiempo, ésta tiene el valor que se merece y por lo tanto, un país casi aislado, en el culo de Europa, logra su primer triunfo en un Festival de Eurovisión.

Pero Sobral tiene, además, otro mérito. El de utilizar la lengua de su país, a contracorriente con los que han caído en la trampa de que el inglés es una lengua universal. Manel Navarro, así como Barei en 2016, se equivocaron al rechazar nuestro idioma para darlo a conocer al mundo. ¿Cómo nos van a respetar si somos incapaces de cantar en nuestro idioma, si rechazamos nuestra lengua? Sobral ha dado en el clavo. El orgullo de su propia lengua lo exalta, lo ennoblece y pone en el mapa a Portugal.

Los expertos aseguran que ganar el Festival de Eurovisión es un dardo envenenado. Por una parte, y eso es cierto, produce un efecto de satisfacción, como cuando gana tu equipo en un deporte. No obstante, los gastos derivados de la organización del año siguiente pueden suponer un lastre económico importante. Ucrania, un país no precisamente rico, lo ha padecido este año y puede pasar lo mismo con Portugal. No obstante, es una oportunidad histórica, única, diría yo, de mostrar al mundo un escaparate realista de un país que sobresale por sus 1600 kilómetros de costa, con playas de extraordinaria belleza, con un idioma que hablan más de 200 millones de personas, siendo, además, la tercera más hablada en el mundo con caracteres latinos. Precisamente, la 76ª edición de la Feria del Libro de Madrid, que empieza el día 27 de mayo, estará dedicada a la literatura portuguesa.

Pero lo que no sabe mucha gente, quizás porque no se quiere que se sepa, es que desde hace más de un año Portugal tiene el gobierno de izquierdas que muchos soñaron en España y que no fue posible por el apoyo del PSOE a Mariano Rajoy y al PP. Allí, en ese extremo de la península ibérica, los socialistas, los comunistas y el Bloco (el Podemos portugués), lograron un acuerdo histórico que ha sido silenciado por la Troika, por los hombres de negro y por la prensa vendida a los mercados. Los socialistas portugueses han aceptado importantes propuestas de los otros dos grupos, impidiendo más recortes salariales, devolviendo a los funcionarios las 35 horas semanales, creando un impuesto para viviendas de lujo de más de 500.000 euros y suspendiendo los conciertos a los colegios privados en zonas donde exista un público. Ha establecido la gratuidad total de los libros de texto en los primeros cursos de la educación básica; ha conseguido rebajar el paro al 10 por ciento y el déficit público al 2,3 por ciento. Y todo esto, cumpliendo con sus obligaciones con los acreedores. La izquierda logró sacar del gobierno a la derecha, sin que ésta rezumara la corrupción que sí se desprende en España. Si no querían hablar de Portugal, va a haber que hacerlo, por el brillante vencedor en el Festival de Eurovisión, por su belleza paisajística, por sus acantilados y por sus playas, por su extraordinario y victorioso planteamiento político que rechazaron los socialistas en España. Habrá que mirar a Portugal en más ocasiones. Portugal también existe. Y por muchos años.

Foto portada: Sobral, en Eurovisión. 

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