Foto portada: la plaza de España, hace unos días. Autor: J.A.

Opinión de Josep Asensio: ‘La plaza de España: otro signo de torpeza y de sonrojo’

En multitud de ocasiones, los humanos intentamos convencer a nuestros semejantes de aquello que nos produce felicidad y placer. La pertenencia a un determinado grupo, cualquiera que sea el ámbito, musical, deportivo, laboral, de ocio, se magnifica, se vanagloria, hasta el punto de querer venderlo a los demás. No con un ánimo lucrativo, sino como una necesidad de compartir lo bueno, especialmente lo bueno, de aquello que valoramos. Uno de esos aspectos es precisamente la ciudadanía. Sabadell no es especialmente bello; ni tiene mar, ni montañas, ni zonas verdes exuberantes, ni una particularidad que la convierta en digna de ser enaltecida. No obstante, la mayoría de los sabadellenses nos sentimos a gusto en nuestra ciudad y tratamos de encontrar aquellos lugares que puedan agradar a los que nos visitan. Éstos no son muchos, pero intentamos que nuestra Torre de l’Aigua se convierta en la Torre Eiffel, el Museo del Gas en el Louvre y el Parc Catalunya en el Central Park.

Dicho esto, la sensibilidad de nuestros gobernantes ha estado bastante lejos de crear una ciudad amable, con zonas ajardinadas, de paseo y pensadas para la persona. Ya en su momento se planteó la necesidad de que el soterramiento de la Gran Via sirviera para cambiar la visión tétrica y gris de nuestra ciudad y los más valientes pedían un boulevard lleno de árboles. 40 años después, muchos se alegran de que se convirtiera en una especie de circunvalación porque díganme si no, por donde iba a pasar tanto coche. Así pues, y con permiso de un deteriorado Parc Catalunya, las zonas verdes son casi inexistentes y las que se crean, son, por necesidades variopintas, suprimidas de un plumazo, bueno, con una buena sierra mecánica.

La plaza de España, hace unos días. Autor: J.A.
La plaza de España, hace unos días. Autor: J.A.

Ya en 1995 escribí un artículo publicado en el desaparecido diario El 9 Nou, titulado Un arbre és vida, senyor Trives, a propósito del desprecio que el Ayuntamiento mostraba con los árboles que molestaban. Por aquel entonces, se construía el parking de la Plaza de la Libertad y yo mismo pedí que se salvaran los más de 70 allí plantados. El Sr. Trives, concejal de distrito, se negaba en un principio a hacerlo, con la excusa de que el alquiler de la máquina que podía arrancarlos y replantarlos en la Plaza Sant Agustí costaba dos millones de pesetas (12.000 euros). Añadía en ese momento que era más barato comprarlos nuevos, mostrando por una parte un desprecio absoluto al ser vivo que iba a morir y desconociendo lo que costaba que un árbol alcanzara una madurez que le diera esplendor. Después de mucho debate, y con la presión de los ciudadanos, éstos fueron a parar al otro lado de la escuela Font Rosella, aunque años después, y con la construcción del CAP Concòrdia, el alcalde Bustos decidió cortarlos y convertirlos en serrín.

Con el transcurso del tiempo, la historia y la ausencia de sensibilidad se repite en la plaza de España. Degradada durante años, ya casi nadie recuerda que allí se concentraba una masa arbórea importante, fruto de la participación de los vecinos y de la que se sentían orgullosos. Más grande que la Plaça de Catalunya de Barcelona, ofrecía un aspecto bellísimo en primavera y era un reclamo para las diversas fiestas organizadas por la Associació de Veïns de Torreguitart. Seguramente no perteneció nunca a aquellos lugares de verde casi sagrado, pero mostraba su poderío con dignidad y grandeza. La construcción del enlace de Renfe con FGC la mató para siempre. Los árboles desaparecieron víctimas del más terrible de los asesinatos y el gris campó a sus anchas durante varios años.

Tan solo hace unas semanas, la guadaña de la sierra mecánica volvió a actuar. Unos pocos árboles que sobrevivieron a la masacre, descansaban tranquilos en las aceras de la parte este de la plaza. Sin previo aviso, fueron talados sin contemplaciones, bajo la mirada de vecinos y transeúntes que no podían entender la salvajada. No hacían daño a nadie y, como las escaleras que los contemplaban, acabaron sus días en un container.

Las movilizaciones vía internet no se han hecho esperar y una plataforma de afectados ya denuncia los hechos. Quizás sea demasiado tarde, pero las acusaciones hay que hacerlas y seguro que hay responsables, que siguen sentados en sus tronos de oro. No obstante, los árboles se resisten a morir. Después de la terrible herida que creíamos mortal, éstos han aprovechado sus últimas fuerzas para reverdecer y demostrarnos que la maldad de unos cuantos no puede con la vida. De hecho parece una obra poética cargada de metáforas que quisiera hacernos ver el poder de lo vital. Y justamente hoy, en la jornada de reflexión, vale la pena no dormirse. Quizás muchos piensen que la vida transcurre sola, pero solamente con la ayuda de todos se avanza. Esos árboles pueden salvarse todavía y los que denuncian tienen en su mano hacerlo. Los sabadellenses también estamos capacitados para devolver el color verde y la esperanza a nuestra ciudad. Es nuestra obligación.

P.D: El pasado miércoles, las máquinas entraron en el recinto vallado y se cargaron la poca vida que allí existía. Sin piedad, las excavadoras acometieron su trabajo arrancando de cuajo los verdes tallos que allí se asentaban. Finalmente, el paisaje que se ofrecía era desolador: los escombros mayoritariamente formados por cemento acabaron de matar la esperanza. Esperemos que no sea una premonición de lo que nos espera si la oscuridad, el oscurantismo y el ostracismo se apodera de nuestra ciudad.

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