Navidad

Opinión: ‘¿Es la Navidad una fiesta?’

Hace unos días encontré a un vecino en la escalera de mi casa al que pregunté cómo le iban las fiestas. Con mirada triste y compungida me miró y me respondió que regular. Es verdad que mi vecino tiene cerca de 75 años, es un poco obeso y le cuesta caminar, pero no podía imaginar que su estado de salud fuera delicado. Rápidamente me interesé por ello, pero cuál fue mi sorpresa al saber que estaba perfectamente y que el motivo por el cual me había expresado su malestar era simple y llanamente porque no podía comer ni beber. O sea que para él, las Fiestas, las Navidades resultaban fenomenales si se podía comer de todo y beber sin límite. Para él seguramente ya habían pasado épocas de despilfarro estomacal y por lo tanto la Navidad resultaba triste, monótona y aburrida.

Unos días antes del encuentro con mi vecino había podido hablar con una compañera de trabajo que tenía un gran interés por asistir a la comida que organizaba su empresa todos los años. Por lo visto era una oportunidad única de relacionarse con los compañeros, además de comer y beber, pues ésta parece ser que sí que tenía edad para desmadrarse en ese sentido. Pero, porque hay un pero, advirtió previamente a otra compañera de que llegaría tarde y que, por lo tanto, le guardara un sitio libre en una mesa en la que no, repito, no debían sentarse tres “compañeros” suyos a los que citó sin ninguna vergüenza. Finalmente añadió que puesto que pagaba 30 euros tenía derecho a escoger (y a rechazar ) a quien le diera la gana.

Una amiga me comentó que toda su familia se reunía el día de Navidad con la familia de su marido. Eran más de 30 personas, entre abuelos, padres, madres, yernos, nueras, nietos, primos… Me esperaba su reacción. Nadie soportaba a nadie. Mejor dicho: aquello era una actuación teatral con todos los personajes de gala. Sonrisas falsas, besos al aire, algún beso de verdad, miradas recelosas, pero “todos bien avenidos”, esperando, naturalmente, que pasaran las tres horas de todos los años. Al final, más besos, despedidas y un ¡uf, qué ganas tenía que acabara todo esto! de la mayoría de los actores. Yo le respondí que exageraba, pero me puso innumerables ejemplos que corroboraban su explicación.

Otra vecina, la del cuarto, me preguntaba qué tenía que hacer para no darles a sus hijos todo lo que pedían. Simplemente, no dárselo. Trabajaba diez horas diarias para poder pagar a sus hijos un móvil nuevo, un iPod y no sé qué más artilugios que yo no tenía ni idea de para qué servían, pero que eran la última moda y todos, ¿todos? lo tenían. Lloraba amargamente porque no podía pagar la hipoteca del piso, pero su suegra pedía langostinos frescos todos los años en Nochevieja. Su marido, ausente en materia familiar todo el año, compraba una botella de vino de ésas que no bajan de doce euros para sorprender a la familia. Le daba igual la marca, solamente decía el precio y se jactaba delante de sus cuñados. Ella seguía llorando y rezaba para que pasaran las malparidas fiestas.

Estos ejemplos me sirven para poner de manifiesto la gran mentira de estas fiestas, del derroche incontrolado, de la farsa que llevan implícitas y del daño colateral que producen en muchos hogares. Es casi imposible salir del círculo vicioso comida-bebida-compras compulsivas. Y por si fuera poco, a los pocos días se produce un vacío emocional que trastorna muchas mentes. Algunas personas se lamentan del exceso de peso, de ardores de estómago, de dolores de cabeza, del aumento de la tensión. Esto a nivel personal y de salud, pero además las casas se llenan de trastos inútiles, de una yogurtera que no utilizaremos nunca, de un jarrón que no pega ni con cola, de un bolígrafo estupendo que nos dará pena llevar encima, de una cartera imitación piel de dos euros, de más vasos, de más platos, de un bonsái de cinco años, de un libro que no leeremos nunca, de otro reloj ( ¡si ya tengo cuatro!)…

Tengo unos amigos que hace años descubrieron el engaño de la publicidad. Renunciaron a la celebración de la Navidad tal y como está concebida. No fue fácil. Perdieron muchos amigos, pero ganaron otros. No comen langostinos en Nochebuena, no compran regalos, no viven la Navidad durante dos meses de machacona publicidad. Hace tiempo que descubrieron que no se es más guapo por comprar determinada colonia y que el chico/a del anuncio no va incluido/a. Comen como un día normal y destinan parte del dinero que antes se gastaban a una ONG. Además se acercan a un asilo para saludar a la gente que está sola y les cantan villancicos.

A pesar de todo, quiero creer que mucha gente es feliz en estas fiestas.

Comments are closed.