Carmen Martínez Ayuso

Opinió de Josep Asensio: ‘Carta a Carmen Martínez Ayuso’

Estimada señora Carmen:

Mañana se cumple un mes de una más de las vergüenzas que recorren España y que usted padeció en primera persona. No dejo de sobresaltarme cada vez que mi mirada se clava en las imágenes de los furgones de la policía, esperando que en algún momento surja un heroico agente que se encarame al balcón y se ponga de su lado. Sepa usted que un bombero gallego se enfrenta a la justicia por impedir lo que a usted le hicieron. Desgraciadamente esa posibilidad no ocurre y su semblante triste, agotado y recorrido por las arrugas del paso del tiempo pasan a ser la representación de un hecho demasiado común y que produce un dolor permanente que, usted lo sabe, ha llegado al corazón de muchas personas. No le quepa la menor duda de que allí hubiera estado yo si mi trabajo me lo hubiera permitido, aunque ya es conocedora del cariño que le han profesado miles, decenas de miles de personas que mediante eso que se hace llamar redes sociales, han invadido las moradas y las conciencias de otras tantas personas. Esa movilización dio su fruto primero en su barrio, después en su equipo de fútbol y de manera estúpida, prepotente y engreída en la alcaldesa de Madrid que se vio obligada, unos días después, a ofrecerle una vivienda, para mostrar un poco de decencia en todo este asunto, aunque ya nadie se cree sus buenas intenciones. Carmen, se ha convertido usted en un símbolo. Estoy convencido que no era su propósito; usted quería tan solo seguir viviendo en su minúsculo piso con pundonor, ése mismo que está fastuosamente redactado en la Constitución de 1978, pero que miserablemente los gobiernos olvidan. Son las personas las que acaban salvando a las personas. Su caso es el de miles y el de otros millones que aunque no lo padezcamos, consideramos que forma parte de nuestros valores el darlo a conocer y hacer, en la medida de lo posible, algo para lograr que los bancos y los políticos demuestren un poco de humanidad. Quitar la cuenta de bancos criminales, de los que actúan como miserables y arpías, explicando el motivo, forma parte de mis acciones y de otros de mis conocidos. Los pequeños granos de arena logran montañas, Carmen. Considero encomiable el trato que usted ha recibido por parte del equipo del Rayo Vallecano. Inesperado, quizás, pues usted sabe que el fútbol es otro de los ámbitos podridos en nuestra sociedad y los grandes clubes están metidos hasta las cejas en operaciones de dudosa legalidad, de comercios insanos y la mayoría de sus jugadores evaden capitales a paraísos fiscales para no pagar impuestos en España. Tenía que ser precisamente el Rayo quien diera el primer paso, tanto de ayuda como de denuncia de una situación que se extiende como la espuma. A estas alturas usted será ya muy escéptica con las previsiones del gobierno, qué le voy a contar. Mientras aquellos que sí que viven demasiado dignamente, desayunan, comen, cenan, duermen en buenos colchones, se duchan, disfrutan de conciertos, obras de teatro, cine, vacaciones, viajes al extranjero y otras actividades varias y variopintas, sepa usted que en el primer semestre de este año ha habido 20.000 desahucios y 400.000 desde 2006. Detrás de esas frías cifras hay decenas de miles de familias, con sus hijos, sus abuelos, sus nietos y que siguen sufriendo un drama que no cesa. Y a pesar de los augurios manipuladores, la pobreza se extiende, en un invierno en el que muchas familias que todavía conservan sus hogares se ven obligadas a comprar estufas de butano, la llamada “energía de los pobres”, ante la imposibilidad de afrontar pagos para que el presidente de Endesa pueda seguir cobrando sus 6.500 euros diarios. ¿Hasta cuándo la sociedad española va a aguantar esta infamia? Ignoro, señora Carmen, dónde va a pasar estas Fiestas. Van a ser muy tristes para muchos, con un poder adquisitivo menguante y ante un televisor que nos va a inundar de mentiras y de falsa felicidad, de consumismo desorbitado y de incitación a la gula extrema. Espero que usted las disfrute rodeada de gente que la quiere y con dignidad, con esa dignidad que sus rasgos delatan, con el orgullo de saber que como dicen algunos, “si se mueven los de abajo, los de arriba se caen”.

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