Opinión de Josep Asensio: ‘Dos meses del accidente en Angrois’

Se han cumplido esta semana dos meses del trágico accidente ferroviario que costó la vida a casi 80 personas cerca de Santiago de Compostela. En nuestra memoria quedarán para siempre las imágenes del descarrilamiento que fueron grabadas por los vídeos de seguridad y que nos recordaban más a la maqueta de un tren eléctrico que a la desgraciada realidad de los vagones de la muerte.

Las machaconas reproducciones del vídeo nos mostraban una y otra vez la brutalidad del impacto y en un primer momento yo mismo dudé de que de allí pudiera salir alguien vivo. El resto lo sabemos ya: los vecinos de Angrois, ahora ya señalados en la historia, fueron los primeros que acudieron al lugar y con sus propias manos ayudaron a sacar a las víctimas, a la espera de la llegada de los servicios de emergencia. La solidaridad, el respeto, la ayuda desinteresada estuvieron presentes durante los dos primeros días, produciéndose largas colas frente a los hospitales para donar sangre. La fatiga y el desconsuelo no hicieron mella en los habitantes de este pequeño pueblo gallego, más al contrario, sacando fuerzas de donde las hubiere, estuvieron al pié del cañón el tiempo que hizo falta.

Ahora, pasados dos meses, las investigaciones sobre lo acaecido han acabado y el trabajo se desplaza a los tribunales que tienen que dilucidar quién o quiénes son los responsables del accidente. Mientras tanto Adif ya ha hecho una batida por toda la península para evitar que fallen los servicios de seguridad en la línea férrea, como parece que así sucedió en Santiago.

A todos los que vivimos aquellos hechos delante del televisor nos recorrió un escalofrío por todo el cuerpo al saber del accidente. Ignoro qué hacen los demás cuando ocurre un suceso de este tipo, pero yo zapeo indiscriminadamente buscando la inmediatez de la noticia, las imágenes novedosas o los comentarios que se van produciendo. En esos primeros momentos del impacto del tren todo es muy confuso y las cadenas de televisión y los periodistas se desplazan al lugar sin saber exactamente qué encontraran. Es posible que recibieran la llamada de algún vecino o que estuvieran conectados con la policía. El caso es que, como digo, minutos después de lo acaecido, las noticias corren, son imprecisas, no hay datos concretos y los pobres informadores deben ser muy prudentes a la hora de declarar sobre ciertos asuntos si no quieren tener que disculparse posteriormente.

En esa coyuntura de trasiego con el mando a distancia topé con dos cadenas que, como otras, emitían las informaciones que iban llegando así como las imágenes del lugar todavía con algunos vagones humeantes. Me llamó la atención que tanto Intereconomía, dirigida por la Conferencia Episcopal, como 13Tv con un sórdido Federico de Juan como director, no tardaron en sentar alrededor de una mesa a sus conocidos tertulianos mientras de fondo se repetían las imágenes del suceso.

Pregunta en Intereconomía después del accidente.

Rápidamente, sin ningún tipo de pudor, mostraron las dos al unísono su indignación por esta acción que tenía todas las formas de un atentado. Sí, sí, un atentado. Se basaban en el hecho de que había habido una explosión justo antes del impacto y con micrófono en mano se dirigían a los ciudadanos de Angrois para preguntarles si salieron corriendo a causa de un bombazo. La sed de sangre y muertos por atentado etarra de estas dos cadenas se vio corroborada por la puesta en escena de la vía más democrática, que es una encuesta. En las pantallas de una de las dos cadenas apareció la siguiente pregunta ¿Creen que el exceso de velocidades la única causa del accidente? Más de un 50 por ciento de los que respondieron creían que había algo más, en definitiva, que la mano de ETA estaba detrás.

Resulta no tan solo increíble, sino asqueroso que, todavía con cadáveres en los raíles, se juegue con los sentimientos de todos y nos quieran manipular de esa manera tan voraz y violenta. Porque la violencia no excluye a aquellos que la practican con frases cuidadosamente medidas para que tengan el efecto deseado. Esos mal llamados periodistas son en realidad hienas hambrientas de carroña que buscan única y exclusivamente hacer daño para lograr sus objetivos. No les importa para nada la veracidad de la información, ni la prudencia, y huyen despavoridos cuando observan que la evidencia es el pilar de lo ocurrido. Entonces, se diluyen entre la masa y se esconden, apareciendo nuevamente cuando sus cuerpos necesitan armarse con nuevas mentiras para maniobrar entre las mentes de sus oyentes o lectores.

Seguramente existen medidas de control para desbaratar a estos individuos pero no se utilizan. En aras de la libertad de expresión, todo vale y todo queda ahí, escrito y grabado y sin que haya un ápice de dignidad, de perdón o de excusa cuando se cruza la delgada línea de lo éticamente correcto. Es solamente un ejemplo que me indignó en su momento pero, desgraciadamente impera en la mayoría de medios. La mesura, la sensatez y la cautela han desaparecido casi por completo y ya no se analiza, ya no se confrontan las diversas fuentes para lanzar una información, mas se prefiere hurgar en el cerebro de todos y ver el jugo que se le saca. No deja de ser paradójico que este peligroso juego acaba finalmente abriendo las mentes de las gentes que, como si de un sueño se tratara, se despiertan con ganas de libertad y de rebeldía hacia aquellos que desean su anulación como personas.

Foto portada: La periodista Isabel Durán, en el canal Intereconomía.

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