ARTÍCULO DE OPINIÓN
Manuel Navas. Sociólogo
La configuración del gobierno español con Pedro Sánchez a la cabeza no será fácil. En parte debido a la escasa experiencia española en política de pactos como sucede en otros estados europeos, en parte por la complejidad del bloque de partidos que deben validarlo. En el primer caso, la evidencia obliga a cambiar el chip adecuándolo al contexto caracterizado por el pluralismo político en el marco de un estado plurinacional que impide hablar en nombre del todo (el pueblo) sin tener en cuenta las partes que conforman ese todo. La gestión de pactos políticos en esta situación requiere madurez y responsabilidad política. Habrá que esperar.
Mas complejo es el apoyo de los partidos que se presupone contrarios a un gobierno PP-VOX. Un bloque que incluye partidos de derecha y socialdemócratas independentista (PNV, Junts, BNG, Bildu, ERC) y la coalición Sumar con 14 partidos. Todos, en mayor o menor medida, buscando obtener algo a cambio. Salvo en el caso de Sumar (en el que entran otras consideraciones), los de corte nacionalistas periféricos tienen el condicionante para decidir su voto que al tratarse de partidos con estrategias distintas compiten por la hegemonía del electorado independentista de su comunidad (PNV versus Bildu y ERC versus Junts). En ese estado de cosas, la negociación viene marcada por demostrar a sus electores que saben negociar. Y aquí, un paréntesis obligado por la distinta hoja de ruta del independentismo vasco y el catalán.
El primero más condescendiente priorizando por encima de cualquier otra consideración su negativa a favorecer por activa o por pasiva un gobierno PP-VOX, conscientes de lo que significa abrir la puerta a la extrema derecha en el gobierno (así se ha entendido en los países y sectores europeos más democráticos para los que España se ha convertido en el referente del ‘no pasarán’). Sirva de ejemplo la negativa del PNV de apoyo a Feijóo o las declaraciones de Otegui (Bildu). “El mensaje de este pueblo ha sido nítido, claro, masivo: no queremos gobiernos de PP y Vox en el Estado español. Y nosotros vamos a cumplir el mandato popular, vamos a hacer todo lo que esté en nuestras manos para ello”, apelando a “un ejercicio de responsabilidad” a todas las partes, en alusión también al expresidente Puigdemont.
El segundo más beligerante por la pugna ERC-Junts para mostrar quien es más independentista. Un juego iniciado por los neoconvergentes al que ERC se ha dejado arrastrar (como el PP con Vox, en este caso para disputarse el españolismo y la derechización más retrógrada) abandonando su estrategia de ampliar las bases favorables a la independencia, siendo conscientes que, a día de hoy, el callejón no tiene salida y menos si cabe tras las elecciones del 23J donde el voto de la izquierda no independentista (48,52%) ha superado abrumadoramente al voto de derecha e izquierda independentista (27,12%), dejando a PP-VOX con el 21,9% pisándole los talones.
Resultados que rompen algunos mitos debido, entre otras cosas, a una errónea estrategia política que ha conducido a un reduccionismo del que será difícil salir porque, si algo ha aprendido la ciudadanía del “procés” (excepto irreductos) es que en el siglo XXI los cantos de sirena no conducen a ninguna parte, que lejos de simplismos y soflamas incendiarias, todo es bastante más complejo en un mundo dominado por poderes económicos globalizados y que es ineludible contar con toda la población del territorio (no solo una parte) para que una reivindicación secesionista pueda tener posibilidad de ser atendida nacional e internacionalmente, sin la cual, en el actual contexto mundial es imposible.
Por honestidad política o cuanto menos por sentido común, tras el descalabro electoral, lo razonable sería que el president Aragonés (como hizo el presidente Sánchez tras las elecciones municipales), disolviese el Parlament y convocase elecciones para que el Govern con representatividad actualizada marcase la hoja de ruta de Catalunya de acuerdo con el pluralismo del Parlament asumiendo la correlación de fuerzas resultante dado que, visto los resultados electorales, se trata de un paso imprescindible para recuperar la credibilidad perdida ante cualquier negociación. Vamos a ver el talante y la capacidad de los dirigentes del partido del Govern de Catalunya (ERC) para gestionar la situación creada tras el 23J.
En cualquier caso, las opciones de ERC-Junts-PNV-BNG-Bildu pasan por apoyar o no a un gobierno de izquierda plurinacional o forzar nuevas elecciones. El independentismo catalán sabe que condicionar su decisión a temas como la amnistía y referéndum (paradójicamente tras haber perdido con contundencia las elecciones), es como pedir que el CE Sabadell gane la próxima Champions. Algo imposible a día de hoy, por lo que, mantener el órdago con el 1,6 por ciento de JxC y el 1,8 por ciento de ERC de votos en el Congreso (ironías y grandezas de la democracia), es apostar por unas nuevas elecciones, abriendo la posibilidad que la extrema derecha entre en un gobierno de un país europeo. Y eso no es la mejor manera de generar empatías a nivel nacional, estatal o internacional.
Parafraseando a Federica Montseny, aquí y ahora no somos socialistas, ni comunistas, ni anarquistas, ni independentistas, ni no independentistas, somos demócratas antifascistas porque muchos/as tenemos memoria histórica y sabemos lo que representa el fascismo y porque, utilizando la frase procesista, “ara no toca” mirarse el ombligo.
Foto portada: Pedro Sánchez, la noche del 23-J en Ferraz, sede del PSOE.