‘El supremacismo rampante’, por Manuel Navas

ARTÍCULO DE OPINIÓN
Manuel Navas. Licenciado en sociología

Si los límites de nuestro particular mundo, está configurado por los límites de nuestras palabras (Wittgenstein) y nos atenemos a las manifestadas por determinados políticos, personajes públicos, contertulianos infalibles y nacionalistas de todos los colores, podría parecer que ni el planeta Tierra es una ínfima molécula en el cosmos, sino el centro del universo, ni nuestras verdades son contingentes, sino absolutas. Es una de la consecuencia de los límites del lenguaje ligado con nuestro nivel de desconocimiento/conocimiento sobre lo que nos rodea y lo que opinamos/defendemos al respecto: nación, racismo, fascismo, opresión, explotación, etc., a pesar de lo cual, presumimos de una arrogancia que nos nubla el entendimiento para no salir de nuestro confortable caparazón.

El supremacismo es un ejemplo paradigmático de quienes, a falta de argumentos juiciosos, recurren al anacronismo y al esencialismo. Es difícil negar que somos el resultado de nuestras particulares circunstancias (Ortega y Gasset), que si bien no son absolutamente determinantes (existe la disidencia), la influencia de las condiciones que nos rodean a lo largo de la vida en el proceso de socialización es indiscutible. La interacción que mantenemos, a partir de nuestra pertenencia a una determinada clase social, con la familia, amigos, vecinas, compañeras de trabajo, etc., y los instrumentos socializadores (educación, cultura, medios de comunicación, etc.) modelan nuestro perfil haciendo que interioricemos unos valores que aplicamos en nuestro quehacer diario y nos sirven para sacar conclusiones y tomar decisiones sobre lo que acontece en nuestro entorno.

Pero a poco que seamos razonables, concluiremos que, como cualquier construcción social, ni son válidas para todos los contextos, ni son eternas, ni tan solo para personas de un mismo contexto temporal y espacial (la pluralidad es un hecho), porque estamos en el terreno de lo contingente.

Tales ingredientes, aconsejan prudencia a la hora de etiquetar a los “otros”, recordando que suelen decir más de quien etiqueta que del etiquetado. La sociolingüística, como estudio de la relación entre lenguaje y sociedad, y el análisis del discurso desnudan las miserias y fobias que esconden determinadas expresiones como “a por ellos” (familiares de un cuartel de la Guardia Civil); “Que se prohíba cualquier tipo de ayuda social a la inmigración” (Abalos de VOX); “.. miras a tu país y vuelves a ver hablar a …… bestias con forma humana,..” (Quim Torra, ex president de Catalunya); “¿Por qué tenemos a toda esa gente de países de mierda? ” (Trump, ex presidente de EEUU); “Los negros de América tienen un coeficiente inferior a los blancos” (Heribert Barrera ERC); “El andaluz es un hombre poco hecho, que vive en estado de ignorancia y de miseria cultural” (Jordi Pujol ex president de Catalunya); “Los alumnos autóctonos están condenados a ir al colegio con inmigrantes” (Casado, PP). Y como existe un larguísimo listado de este tipo de afirmaciones de personajes variopintos y una masa social que las secundan, no cabe apelar a las excepciones.

Por miserable y condenable que sea su contenido xenófobo y de incitación al odio destructivo del “otroenemigo”, son palabras pronunciadas por personajes públicos revestidos de aureola en su entorno. Frases imposibles de catalogarlas como deslices verbales porque sintetizan los valores de quienes las pronuncian y llegado ese punto, si nos atenemos a la banalización/defensa que suelen hacer sus correligionarios, se deduce que las comparten/justifican conformado un proceso de retroalimentación entre esos líderes y su base social que al ser “sujetos morales” de sus acciones (Foucault), no quedan exentos de responsabilidad.

De todo ello pueden extraerse las conclusiones que cada cual considere en función de su sistema de creencias, pero es revelador que, esos atentados a la inteligencia humana e independientemente de la bandera trasla que se escondan, son expresiones de personajes con ideología de derecha y extrema derecha con el denominador común del “ellos” (los integrantes de otro grupo) y el “nosotros” (los integrantes de mi grupo) construyendo al “otro” (el “no-occidental”, el “no-blanco”, el “no-independentista”, “el independentista” el “no-cristiano”, el “no-musulmán” etc., en definitiva en “no como yo” o “el que no piensa como yo”) en el “enemigo/amenaza”, imprescindible para la reafirmación identitaria en base a una supuesta superioridad adornada con diversos relatos (raza, historia, biología, cultura, nación, designio divino, etc.) que actuando como sustituto de la existencia de una sociedad clasista con intereses enfrentados, la unifica bajo el manto del aforismo falangista “unidad de destino en lo universal” creando las condiciones para una sociedad uniformista y totalitaria a la que conduce en última instancia elsupremacismo. Una tendencia que, por higiene democrática, debe condenarse y combatirse sin paliativos, rompiendo con la espiral del silencio (Noelle-Neumann) auspiciada desde el poder para silenciar a la disidencia.

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