Mladic

Opinión de Josep Asensio. ‘Ratko Mladić: el odio en estado puro’

El principal combustible [de la guerra de Bosnia] para que personas, supuestamente normales y civilizadas, se convirtieran en criminales, fue el odio. Y al odio, cuando se le saca a pasear, una vez ha salido de la botella como si se tratara de un genio maligno, resulta muy complicado domarlo.

Dicho lo cual, que nadie espere ningún paralelismo ventajista con problemas que tenemos ahora sobre la mesa. ¡Para nada! pero cuidado con el odio, cuidado con sembrarlo –en el ámbito que sea– porque tiene la capacidad de destrozarlo todo.

No lo olvidemos.

Carles Francino (22-11-2017)

Hace unos días volvió a nuestras mentes uno de los conflictos más sangrientos y penosamente olvidados de la Europa de finales del siglo XX. La condena perpetua a Ratko Mladić, uno de los instigadores de la guerra de Bosnia y el último de los genocidas europeos, abre o cierra, según se mire, la herida del odio que recorre el mundo occidental sin atisbo de esperanza. Con su conocida prepotencia, su altivez y su falta de arrepentimiento, recibió el fallo del jurado gritando y señalando a los jueces sentados en el estrado. Con el apelativo de el carnicero de los Balcanes’, este ex jefe de los serbios de Bosnia cometió unos de los genocidios más graves acaecidos después de la Segunda Guerra Mundial, con violaciones programadas y sistemáticas contra niñas y mujeres musulmanas, en un claro intento de efectuar una limpieza étnica sin precedentes en la región y con el exterminio de casi 10.000 hombres en la ciudad de Srebrenica, en el este de Bosnia-Herzegovina, en julio de 1995.

La justicia ha emitido su veredicto después de dos décadas de trabajo, donde miles de testigos relataron las atrocidades vividas y que saltaron de alegría al conocer la decisión de los jueces. No hay que olvidar que Mladić logró esconderse durante muchos años, gracias al vergonzoso apoyo del régimen y de los dirigentes de Serbia, que siempre tuvieron en sus mentes la idea de la gran Serbia, libre de musulmanes bosnios y que no lograron por las armas. Aún hoy, esa paz firmada en 1995 pende de un hilo. La tímida reacción de una Europa que miraba hacia otro lado en esa época fue muy criticada por la opinión pública, pero una vez más se demostró que la muerte de miles de inocentes carecía de importancia si ese hecho no iba relacionado con algún aspecto de estrategia geopolítica.

Las cifras de la guerra de Bosnia apabullan: 200.000 muertos, la mayoría civiles, y casi millón y medio de desplazados y exiliados, musulmanes en gran parte que, además de vivir en sus carnes el horror de las violaciones y de las muertes, vieron como serbios y también croatas ocuparon sus viviendas y sus pertenencias, sin que este último detalle haya sido restablecido. Aunque en 1994 la OTAN decidió actuar, fueron múltiples los episodios de violación de derechos humanos y de humillaciones del ejército serbio-bosnio hacia los cascos azules, siendo la matanza de Srebrenica la más conocida, cuando soldados holandeses trataban de salvar a mujeres y niños del exterminio que ya se vislumbraba, no pudiendo hacer casi nada para conseguir el objetivo. Aún hoy las miradas de dolor se captan sin problema entre los miles de viudas y huérfanos.

Las causas de la guerra son sobradamente conocidas. La desintegración de la antigua Yugoeslavia provoca una serie de acciones en cadena en las que interviene la religión, la exaltación nacionalista y las diferentes crisis políticas. Dos personajes destacan entre otros: Radovan Karadžić y Slobodan Milošević, cuyo objetivo final es que los serbios diseminados por todas las repúblicas que componían Yugoeslavia puedan vivir en un solo país. Pero la decisión en 1992 de Bosnia-Herzegovina de separarse de esa antigua federación y crear su propio país, tiene como consecuencia la movilización de las tropas serbobosnias  y su ocupación. La limpieza étnica viene unida a este hecho pues es bien sabido el odio de los serbios a los musulmanes que durante siglos han intentado vivir en paz en la región.

Foto portada: el violoncelista Vedran Smailovic tocant Strauss a la bombardejada biblioteca de Sarajevo, el 12 de setembre de 1992. Autor: Michael Estafiev / AFP - Getty Images
El violoncelista Vedran Smailovic tocant Strauss a la bombardejada biblioteca de Sarajevo, el 12 de setembre de 1992. Autor: Michael Estafiev / AFP – Getty Images

Personalmente viví con desasosiego esta absurda guerra. Sarajevo representa para mí aún hoy uno de los símbolos de la resistencia. En 1984 había organizado de manera ejemplar los XIV Juegos Olímpicos de Invierno y se había dado a conocer al mundo moderno con un estilo particular. Una bonita ciudad, con innumerables edificios entre los que destacaban la Biblioteca, arrasada durante la guerra y que fue restaurada e inaugurada en 2014. La imagen del músico bosnioherzegovino Vedran Smailović tocando su violonchelo entre los escombros quedará siempre para la historia. Pero como digo, me marcó y mucho la visión de la gente corriendo por las calles y avenidas de Sarajevo en busca de alimentos. Las cámaras de los periodistas captaban una y otra vez la muerte en directo, las balas asesinas de francotiradores apostados en las azoteas que disparaban contra la población civil. Aquellas madres que de manera exasperada salían de sus escondrijos para lograr algo de comida para sus hijos, sabían que una de esas balas podía acabar son sus vidas y aún así, apostadas contra las paredes, contra las marquesinas y contra los blindados de la ONU, corrían y corrían en un acto de desesperación intentando burlar la mirada del ojo asesino. Más de 12.000 murieron en Sarajevo, casi todos civiles. Otra vergüenza para Europa.

Acabada la guerra, esa misma Europa que ignoró la masacre, donó fondos para la reconstrucción de Bosnia-Herzegovina, especialmente en Mostar y Sarajevo. Esta última ciudad se ha convertido en un escenario de cartón piedra donde se han instalado restaurantes y hoteles que ansían la llegada de turistas. El paro en el país ronda el 27% y los jóvenes emigran a Alemania para poder desarrollar sus aptitudes y poder llevar una vida como menos digna.

Una mujer se apresura entre las ruinas de Sarajevo para esquivar a los francotiradores en abril de 1993, durante el asedio de la ciudad. (Foto © Michael Stravato / AP Photo)
Una mujer se apresura entre las ruinas de Sarajevo para esquivar
a los francotiradores en abril de 1993, durante el asedio de la ciudad.
(Foto © Michael Stravato / AP Photo)

Los habitantes de Sarajevo viven ahora un poco mejor pero al acabar la guerra tuvieron que esperar la ayuda internacional para sobrevivir. Recuerdo que una de mis amistades se trasladó allí unos días y le dije que me trajera algo. Tenía esa necesidad de sujetar entre mis manos un objeto de un lugar que me marcaría para siempre. La sorpresa fue mayúscula. No me trajo un imán para la nevera, ni unas postales, ni un monumento emblemático en miniatura. Básicamente porque no existían. Los sarajevitas se ganaban la vida grabando y esculpiendo detalles ornamentales en las balas que se encontraban por las calles. Esos eran los únicos souvenirs que se vendían. Y dos de esas balas siguen presidiendo todavía hoy una de mis estanterías.

Nadie como Juan Goytisolo supo detallar las vivencias en la Sarajevo sitiada. Su Cuaderno de Sarajevo analiza con absoluta crudeza los días que estuvo allí. Y vale la pena leerlo en la actualidad, para no olvidar. Pero lo más importante es que la semilla del odio se puede plantar en cualquier parte; y ésta crece, sin duda. El odio es inherente a la persona humana. La educación puede apaciguarlo, pero una vez plantado su crecimiento es imparable. Cualquier asunto puede convertirse en la semilla del odio. Trabajemos para erradicarlo.

Foto portada: Mladic, durant el juicio ante el Tribunal Penal Internacional para la Antigua Yugoeslavia. 

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