‘L’estat de la ciutat (93)’: La Transición en Sabadell, entre la ruptura y la reforma

L’ESTAT DE LA CIUTAT

La muerte de Suárez, artífice de la llamada Transición democrática, y el 35 aniversario de las primeras elecciones libres desde la Segunda República, nos mueven a ensayar una reflexión sobre este proceso que alumbró un sistema político que ahora experimenta una profunda crisis de legitimidad.

El domingo pasado falleció Adolfo Suárez, artífice de la llamada Transición democrática (que sería más adecuado denominar Segunda Restauración Borbónica). El deceso coincidió con la confluencia de las multitudinarias Marchas por la Dignidad en Madrid que mostraron hasta qué punto se ha quebrado el ‘consenso’ social que sirvió para aposentar el actual sistema político.

La muerte de Suárez se produce en medio de una triple crisis de la monarquía parlamentaria. Por un lado, la profunda recesión económica a la que no se atisba salida, a pesar de la propaganda del PP; por otro, el descrédito de una clase política autista, venal y salpicada por multitud de escándalos de corrupción que afectan de lleno a la Casa Real; finalmente, el reto planteado por el nacionalismo catalán, embarcado en la aventura soberanista.

En este contexto la muerte de Suárez se ha aprovechado para lanzar una intensa campaña mediática para cantar las excelencias de una operación política calificada de ‘modélica’, encarnada en la figura del ex presidente. Una campaña no exenta de cinismo, pues ha estado protagonizada por los mismos que cavaron su tumba política.

La Transición fue el producto de los pactos entre los sectores reformistas del régimen franquista y la oposición democrática, bajo la atenta mirada del departamento de Estado norteamericano, con estratégicas bases militares en el territorio español, y del gobierno alemán, con grandes intereses económicos en el país.

El sistema político surgido de estos pactos adoleció desde el principio de graves déficits democráticos. La Constitución de 1978 no se elaboró tras la convocatoria de unas Cortes Constituyentes sino después de unas elecciones legislativas que no tenían ese mandato. Su texto no fue debatido públicamente, sino que fue objeto de opacas negociaciones entre los líderes de los partidos y la opinión pública no conoció su contenido hasta la filtración del diario El País y la revista Cuadernos para el Diálogo. Posteriormente fue votada en un referéndum, bajo presión -por no decir chantaje-, pues se amenazó con una suerte de continuidad del franquismo si no era aprobada.

De este modo, se eludió una consulta sobre la forma de Estado, monarquía o república, y se instauró la ominosa ley de la amnesia histórica que aún impide restablecer la memoria de la Segunda República. De hecho, el alzheimer padecido por Suárez, que comporta la pérdida de la memoria, se puede antojar como un símbolo de la operación política que lideró.

La oposición democrática, particularmente el PCE-PSUC, que llevó el peso de la lucha antifranquista, dilapidó en cinco años el capital político acumulado con tanto esfuerzo y sufrimiento. Renunció a sus signos de identidad republicanos, aceptó la monarquía y una ley electoral lesiva a sus intereses. Desmovilizaron a sus bases sociales a cambio de una democracia de bajo perfil y dudoso contenido social, con unas estructuras sociales notablemente injustas con las tasas de paro más elevadas y el menor gasto social por habitante de la Unión Europea.

La caída de Suárez

Suárez, un oscuro político de provincias que ostentaba la Secretaría General del Movimiento, es decir la dirección del partido único fascista, desempeñó con gran habilidad la tarea de transformar desde dentro el régimen para hacerlo homologable a las democracias liberales de nuestro entorno. Añadiríamos en su descargo que, al final del trayecto, se creyó la democracia y se convirtió en un auténtico demócrata.

Adolfo Suárez anuncia su dimisión en 1981.

Quizá por ello fue apeado del poder de mala manera, entre ruido de sables y en medio de una operación de acoso y derribo donde colaboró todo el mundo. Desde los poderes económicos, que no deseaban ser representados por un partido de centro-derecha, sino por una derecha pura y dura, del Rey a quien había dejado de ser útil, o del PSOE que desató una dura oposición que no ha sido capaz de ejercer ni contra Aznar, ni contra Rajoy. Tampoco fue grato a los Estados Unidos por sus resistencias a incorporar a España en la OTAN y sus entrevistas con Fidel Castro o Yaser Arafat, que indicaban la voluntad de ejercer una política exterior independiente de la tutela de los americanos.

La oposición democrática

Sabadell fue uno de los más puntos más calientes de la Transición española. Manuel Fraga, ministro del Gobernación del primer gobierno de la monarquía, relata en sus memorias, que vio peligrar la operación de ‘reforma pactada’ en Vitoria y también en Sabadell, que describió como “una ocupación de la ciudad como en Petrogrado en 1917” (En busca del tiempo servido, Planeta, 1988).

En efecto, en ambas localidades, pero también en otras de Madrid, País Vasco, Navarra, Galicia, Asturias o Baix Llobregat, se produjeron grandes huelgas generales dirigidas por la clase trabajadora con el apoyo de gran parte de la población. Unas movilizaciones organizadas en Catalunya por Comisiones Obreras (CC.OO) y dirigidas por el PSUC, que planteaban la perspectiva de una ruptura democrática con el régimen en clave insurreccional.

La constitución, en octubre de 1974, de la Assemblea Democràtica de Sabadell (ADS), una versión local de la Assemblea de Catalunya, con la participación de 307 representantes de formaciones políticas, sindicatos, asociaciones vecinales, entidades cívicas, colegios profesionales… señaló la madurez de la oposición antifranquista que había ido ganando apoyos y espacios sociales desde 1966. Ese año se fundó CC.OO, se formó la primera asociación de vecinos en Ca n’Oriac y se público el primer número de la revista Can Oriach que sería el portavoz de la oposición democrática (más información en La memoria democràtica de Sabadell)

Burrull, en un acto público. Foto: AHS

La potencia de la oposición democrática en la ciudad hizo de Sabadell una referencia a nivel estatal de la lucha antifranquista. Un movimiento que se apoyaba en tres patas:  la lucha sindical en las fábricas, las asociaciones vecinales que comunicaban la conflictividad a los barrios y servían de canal de participación a otros sectores como jóvenes y mujeres y en tercer lugar las entidades cívicas y culturales comprometidas en el combate por la democracia.

Hemos de tener en cuenta que en este proceso aparecían mezcladas reivindicaciones de diverso signo: las democráticas, expresadas en las consigna de la Assemblea de Catalunya (‘Llibertat, Amnistia i Estatut d’Autonomia‘) y las sociales que reclamaban una mejora de las condiciones de trabajo en las fábricas y de vida en los barrios que carecían de las más elementales infraestructuras y servicios públicos. Si las primeras eran de carácter interclasista y concitaron amplios apoyos sociales, las segundas se circunscribían a la clase trabajadora.

Dos huelgas

Este carácter dual de las reivindicaciones de la oposición democrática se puso de manifiesto en Sabadell en las dos grandes huelgas de 1976 que se sucedieron con pocos meses de distancia.

La huelga general política de Sabadell (febrero 1976) no sólo movilizó a los trabajadores, que fueron la punta de lanza del movimiento, sino que contaron con el apoyo de amplios sectores de las clases medias. La movilización fue un éxito pues precipitó la caída del alcalde falangista Josep Burrull, el colapso de las instituciones del régimen y la instauración de una suerte de régimen de doble poder.

Asamblea en el pavelló d'Esports, en 1976. Foto: AHS

Así pues, aunque la autoridad institucional continuaba en manos del último alcalde del franquismo, Ricardo Royo, el poder real estaba en manos del PSUC y sus organizaciones sectoriales (Xavier Domènech. Quan el carrer va deixar de ser seu. Moviment obrer,  societat civil i canvi polític. Sabadell (1966-1976), Abadia de Montserrat, 2002. Xavier Vinader, Quan els obrers van ser els amos. Pagès editors, 2012).

Sin duda, esta situación prerrevolucionaria disparó todas las señales de alarma y condujeron a la caída del gobierno de Arias Navarro y su sustitución por el reformista Suárez que formó el segundo gobierno de la monarquía (julio 1976) y abrió negociaciones con la oposición democrática.

La huelga del metal (septiembre 1976) marcó un punto de inflexión en el ascenso de las movilizaciones. A diferencia de la huelga general política de febrero, ésta se planteó como un conflicto de clase donde la patronal fue muy consciente que no podía ceder. De este modo, se enfrentó a las reivindicaciones obreras con un lockout (o cierre empresarial) y adoptó una actitud intransigente con el apoyo de las autoridades políticas.

El movimiento obrero se hallaba dividido entre los dirigentes del PSUC que ya empezaban a negociar con Suárez y la potente extrema izquierda (OIC, LCR, PTE…) que buscaba forzar la ruptura con el régimen. Tras un mes de lucha, la huelga se saldó con una derrota del movimiento obrero que no consiguió ninguna de sus reivindicaciones y con una patronal fortalecida. (R. Clivillé, P. Font y M. Serracant. Metal: 30 días de huelga. 1976. Diego Fàbregas y Dionisio Giménez. La huelga y la reforma. Sabadell, metal, otoño 1976. Ediciones de la Torre, 1977.)

Los Pactos de la Moncloa (octubre 1977) señalaron el fin de la fase ascendente del movimiento obrero. Lentamente, Comisiones Obreras (CC.OO) fue abandonando la movilización y los métodos de la democracia directa para adoptar estructuras burocráticas y convertirse en un gestor de la larga cadena de reducciones de plantilla y cierres empresariales.

Todo lo cual conllevó una caída en picado de la tasa de afiliación sindical y el desprestigio de los sindicatos, envueltos en la dinámica de la negociación permanente, y convertidos en un engranaje del sistema (Sebastian Balfour. La dictadura, los trabajadores y la ciudad. Alfons el Magnàmin, 1994)

El desencanto

Desde el punto de vista político, la hegemonía del PSUC forjada durante la lucha antifranquista,  propició su  rotunda victoria, liderado por Antoni Farrés, en las primeras elecciones municipales del 3 de abril de 1979.

En el poder municipal el alcalde Farrés comandó un modelo local de Transición que le hizo acreedor de un capital político inagotable. En la primera parte de su largo mandato priorizó la realización del programa del movimiento vecinal destinado a subsanar las graves carencias en infraestructuras y servicios públicos de los barrios y con el objetivo de religar los barrios periféricos con el centro urbano.

Antoni Farrés comandó la democratización municipal desde 1979

Ello en medio de una profunda crisis industrial que significó el fin de la ciudad-fábrica y rompió la espina dorsal del potente movimiento obrero. En efecto, como analiza Balfour, la crisis atacó con mayor virulencia a las grandes fábricas que más se habían movilizado y dispersó sus plantillas, el paro alcanzó cotas semejantes a las actuales y se extendió el llamado “desencanto” entre los trabajadores, muchos de los cuales habían realizado su primera experiencia en la lucha política durante los años de la transición.

En vez de una democracia avanzada y una significativa mejora de las condiciones de trabajo y del nivel vida, se encontraron con lo contrario: una democracia de bajo perfil, con un paro masivo, empleos precarios y con sus organizaciones sindicales y políticas convertidas en agencias burocráticas.

Una situación que condujo a una desmovilización rápida y masiva del movimiento obrero. Como apunta James Petras (Padres-hijos. Dos generaciones de trabajadores españoles. Ajoblanco, 1995) esto provocó la ruptura de la transmisión de las experiencias de lucha entre unos padres desencantados por la experiencia de la transición y unos hijos condenados a trabajos precarios, inestables y mal pagados que está en el origen de la desmovilización y la apatía de los jóvenes de los barrios.

Tarea pendiente

El miércoles 3 de abril se cumplirán 35 años de las elecciones municipales de 1979 que señalaron, a nivel local, el fin de la transición. Ahora, en medio de una crisis sin precedentes de la monarquía parlamentaria, quizás haya llegado el momento de replantarse la ruptura democrática que no pudo realizarse en los años de la Transición para enlazar con las tradiciones de democracia avanzada y socialmente progresista de la Segunda República.

Foto portada: de dalt a baix i d’esquerra a dreta: assemblea de treballadors durant la vaga del metall; el president del govern espanyol entre 1976 i 1981 Adolfo Suárez; la comissió negociadora durant la vaga general política de Sabadell; i l’alcalde de Sabadell entre 1979 i 1999, Antoni Farrés. Fotos: AHS, excepte la d’Adolfo Suárez.

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