Pedro Sánchez

‘Acabar con el fango’, por Josep Asensio

“El debate sobre la regeneración democrática no es algo etéreo: es muy concreto. Tiene que ver con la desinformación, con el secuestro del Consejo General del Poder Judicial y con el uso del acoso judicial contra la izquierda”.

Ignacio Escolar, director de eldiario.es

“Exigir resistencia incondicional a los líderes objeto de esa estrategia es poner el foco en las víctimas y no en los agresores. Y confundir libertad de expresión con libertad de difamación es una perversión democrática de desastrosas consecuencias. Por tanto, la pregunta es sencilla: ¿queremos esto para España?”

Pedro Sánchez, presidente del gobierno de España

Como millones de españoles estuve atento a la comparecencia de Pedro Sánchez del pasado lunes. No les niego a mis lectores que esos cinco días que él mismo se cogió para reflexionar sobre su futuro, fueron también especiales para mí, porque, a pesar de intentar evadirme con multitud de ocupaciones, mi mente bullía imaginándome el día después de esa alocución prevista para el lunes. Como la mayoría de los que creemos que la política es importante para avanzar o para retroceder, según se mire, yo mismo sopesaba las diferentes opciones que se podían producir. Naturalmente, la más drástica, su dimisión y la apertura de un proceso doble, o la elección de un nuevo presidente o presidenta o la convocatoria de elecciones en los plazos establecidos. En definitiva, un camino complicado, seguramente desestabilizador, excepto si se producía un cierre de filas de todo el arco parlamentario que apoyó a Pedro Sánchez como presidente hace casi un año, alrededor del nuevo mandatario.

Pedro Sánchez es un superviviente; eso nadie puede negarlo. Su historial político está lleno de vicisitudes, de piedras en el camino, algunas colocadas convenientemente por sus propios compañeros de partido que nunca vieron con buenos ojos un líder demasiado escorado a la izquierda a los que les produjo urticaria ese abrazo con Pablo Iglesias. Los que querían que Sánchez pactara con Albert Ribera eran muchos, pero los militantes ganaron la batalla, quedando estos mudos ante el reconocimiento a su empeño. Después vinieron más problemas, pero no me pueden negar la capacidad de unir a su alrededor partidos tan dispares ideológicamente como Junts, Bildu o PNV. Sí, sí, está claro que me dirán que todo es fruto del chantaje, de una bajada de pantalones indigna, ignominiosa. Pero, ¿no es verdad que la política es eso? No, no, chantajes, no. La política es sentarse y hablar; y acordar. Y eso es lo que hizo Pedro Sánchez, lograr una mayoría que el PP no podía conseguir nunca porque estaba sometido al yugo de Vox desde hacía tiempo. Una carga y una sumisión de la que no puede y no quiere desprenderse y que ha acabado por embarrarlo todo.

Mi análisis es muy parecido al que se hace desde el periodismo real, ese que escucha, analiza, resume y opina con respeto, con ese respeto que nunca debería haberse perdido y que la derecha extrema y la extrema derecha ha denigrado desde que no lograron el poder. Un poder que, desde instituciones no votadas por los ciudadanos, quieren conseguir, a base de insidias, noticias falsas e insultos, muchos insultos. Nunca en la historia de nuestra democracia se le había llamado a un presidente del gobierno “hijo de puta”, “psicópata”, “enfermo mental”, “caudillista”, “felón”, “filoetarra”, “terrorista” y otros improperios más graves. Nunca, nunca se había señalado gravemente a la persona y a sus familiares de una manera tan cruel, con afirmaciones gravísimas, sin pruebas, con el único objetivo de hacer daño, sin ninguna relación con el ejercicio de la política entendida como servicio al ciudadano.

“El que no venía a insultar a la política española…”, dijo Pedro Sánchez irónicamente hace unos meses refiriéndose a Feijóo. Y todo ha resultado un circo de injurias, afrentas, ofensas, vejaciones, humillaciones y, sobre todo, de deslegitimación de unos resultados electorales claros y nítidos, una auténtica sarta de mentiras con el objetivo de privar de validez a un conglomerado de partidos que se pusieron de acuerdo para poner en marcha una nueva legislatura. En el fondo, toda una incesante estrategia que ha derivado en una falta de humanidad nunca vista. Y esto tenía que explotar de alguna manera. Piensen lo que quieran: que Sánchez es un saltimbanqui de la política, que quiere aferrarse al poder, que todo es un paripé, que se ha roto, que sale más reforzado… Todo eso no tiene importancia ahora.

Como dice Ignacio Escolar, “el principal problema de España es la existencia de poderes no democráticos que se consideran dueños de este país, al margen de las urnas. Hay un problema grave con la desinformación: con los bulos y las mentiras a sueldo. Hay un problema grave con la Justicia: con el secuestro del Consejo General del Poder Judicial y el uso espurio de los procesos penales. Hay un problema con la extrema toxicidad de la vida pública, eso que algunos llaman ‘crispación’ y que –como el bloqueo del CGPJ– es el estado natural de las cosas cuando no manda la derecha”.
La decisión de Pedro Sánchez de seguir al frente del gobierno es mucho más que una declaración. Nada será igual a partir de ahora; nada debería ser igual. La democracia misma está en riesgo. Eso es lo que pienso. He leído muchos artículos durante estos últimos días, pero me quedo con este que firma Pedro Luis Angosto, Licenciado en Historia Moderna y Contemporánea por la UAM y, especialista en el exilio español, La política del fango y la mala educación.

Muchos jóvenes que no vivieron la transición pensarán que exagero, que también exagero si digo que la derecha española y la extrema derecha quieren socavar nuestro sistema democrático, que Isabel Díaz Ayuso es una líder que piensa en que nos lo pasemos bien y que lo de las muertes en sus residencias es una falacia. Que piensen lo que quieran. Esa “regeneración democrática” de la que habla Pedro Sánchez, no va a venir del consenso. Lo hemos visto enseguida. Feijóo no ha tardado ni un minuto en volver a reírse de Pedro Sánchez, en seguir atrincherado en la mentira y en la crispación, sin ninguna posibilidad de la aceptación del respeto como norma. Les da igual si eso hace daño a España como país. Nunca les importó. Fueron a Europa a menoscabar el trabajo del gobierno, del parlamento. Habrá que legislar con la mayoría parlamentaria; habrá que plantear propuestas concretas para reforzar nuestro sistema democrático. La guerra sucia contra la izquierda, contra Pablo Iglesias, contra Mónica Oltra, contra consejeros, contra concejales, contra todas y todos los que se atreven a investigar la turbiedad de ciertas instituciones, va a seguir. Tienen mucha fuerza. Pueden, incluso, tapar la boca a periodistas, opinadores y articulistas. Pero la fuerza, la real, la tenemos los ciudadanos con nuestra movilización. Todavía hay quien no se lo cree. La discrepancia no puede seguir transmutándose en odio perpetuo. La mentira no debe ganar a la verdad. El argumento no debe sucumbir al argumento. El odio de algunos discursos no vencerá nunca a la convivencia. Los que creen que el poder es suyo no decidirán nunca por encima de la voluntad ciudadana.

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