Josep Borrell

‘Borrell: la gran decepción’, por Josep Asensio

“Cuando Pedro Sánchez anunció su intención de destinar mayores partidas presupuestarias al gasto militar se apoyó en la guerra de Ucrania para justificarlo. Utilizando sus propias palabras, este conflicto ha venido a despertarnos del sueño en el que nos encontrábamos; imagino que se refería a ese sueño pacifista al que toda nación debería aspirar -y por el que la misma Unión Europea recibió el Premio Nobel de la Paz en 2012-. Con su intención de gastar más en armas, Sánchez no nos despierta de ningún sueño, nos sumerge, más bien, en otra pesadilla. Dicho de otro modo, los socialistas se quedan arropados fundamentalmente por la derecha en esta deriva militarista que toma el problema como solución. Ni la guerra se previene con más armas ni se alcanza la paz, nunca”.

David Bollero, periodista


Llámeme primario, señor Borrell; incluso ignorante, si lo prefiere. Pero es lo que tiene ser un ciudadano de a pie que paga religiosamente sus impuestos, que intenta entender algo de lo que pasa en este mundo tan convulso y sacar algunas conclusiones. Confieso que usted fue durante mucho tiempo un referente para mí. Me gustaba su elocuencia, sus maneras tranquilas y sosegadas de explicar las cosas, por muy complicadas que fueran. Y su determinación en intentar convencer a quien se le pusiera delante. Ese talante, entre paciente y osado, entre sosegado y vivaz, lo convertía en blanco de sus adversarios, pero gozaba de un ejército de incondicionales que aplaudían su verborrea. Ahí estaba yo, entre esos que lo admiraban por contener esa mezcla tan potente, la de los líderes que no se cansan, que aúnan esfuerzos para conseguir lo que quieren.

Y en mi lista de argumentos a su favor se añadió su encendida defensa de esa catalanidad inclusiva, en contraposición a la excluyente que querían imponernos mediante una falsa consulta. Y miles de personas aplaudieron su discurso aquel 8 de octubre de 2017, donde la Cataluña menospreciada salió a la calle para hacerse visible. Y quiero recordarle el principio y el final de ese alegato en favor de la convivencia.

“Ciudadanos y ciudadanas de Cataluña, porque eso es lo que sois vosotros, ciudadanos de este país. Veo algunas banderas esteladas (refiriéndose a la bandera de la Unión Europea), porque esta es nuestra estelada (mostrando la bandera de la Unión Europea), tiene las estrellas de la paz, de la convivencia, del derecho, eso es lo que representa Europa hoy. Esta bandera representa la supresión de las fronteras (enseñando la bandera de la Unión Europea) ¿qué son las fronteras? Las fronteras son las cicatrices que la historia ha dejado sobre la piel de la tierra, las fronteras son las cicatrices que la historia ha dejado grabadas en la piel de la tierra, grabadas a sangre y fuego. No levantemos más porque bastante dolor hemos tenido que soportar para construirlas”.

Han pasado casi cinco años de aquellas palabras y no tengo más remedio que mostrarle mi decepción más absoluta. Quiero pensar que ha hecho todo lo que está en su mano para parar esta guerra atroz que nos va acercando poco a poco a un conflicto de enormes proporciones. Quiero suponer, también, que ha fallado la diplomacia porque ante nosotros tenemos a un monstruo capaz de cualquier cosa. Pero no me imaginaba que mi modelo de coherencia, que es usted, se derrumbara en décimas de segundo. Ha olvidado aquellas palabras y las “estrellas de la paz” se han desvanecido por completo. Me dirá que la guerra era inevitable, insistirá en la necesidad de armar a los pobres ucranianos que se han visto invadidos. Y se hará fuerte en esos argumentos belicistas que ya nada tienen que ver con el Borrell que yo conocí.

Y cada día que pasa no veo un ápice de cambio en su actitud, y sí pasos que empobrecen a esa Europa que usted tanto quiere. Porque la escalada de precios que nos va empujando hacia el abismo es proporcional a ese gasto militar, y a cada decisión contra Rusia se suceden más incrementos de precios. Y empiezan a decirlo con la boca pequeña líderes europeos, que este conflicto nos está haciendo más daño a los europeos que al propio Putin. Yo no soy un especialista en geopolítica, pero sí que voy al supermercado. Y esta guerra no iba con nosotros, señor Borrell. Esta guerra es un juego de intereses entre Estados Unidos y Rusia en el que Europa es poco más que el convidado de piedra, el que ya está sufriendo las consecuencias. Y ya no le hablo del papel de Europa en otros conflictos, siempre supeditada a lo que decidiera Estados Unidos, nunca con un criterio propio, nunca con una unidad de acción, nunca con determinación, siempre como pelele de peleas entre naciones. ¿La prueba? Los tres jefes de Gobierno de países de la UE ―Polonia, República Checa y Eslovenia― que se reunieron en la capital ucraniana con el presidente del país, Volodímir Zelenski, sin contar con nadie, a su bola. ¿Se acuerda de lo que hizo Europa en la guerra de los Balcanes? ¿Se acuerda de lo que tardó en reaccionar? Sabe perfectamente que este conflicto se acabaría mañana mismo si Ucrania fuera un estado neutral, si la OTAN no hubiera cercado a Rusia.

Pero no, señor Borrell, no se puede parar a un dictador pidiéndole a la gente que baje unos grados sus calefacciones porque, no sé si es consciente, muchos hogares españoles ya no pueden ni encenderla. Muchos no tienen ya ni casa, porque los desahucios se han disparado un 57 por ciento en 2021, la cifra más alta en cinco años. Y siento vergüenza ajena viendo la frivolidad de la millonaria Ana Botín presumiendo de haber bajado la calefacción para hacer frente a Putin, mientras la bombona de butano, esa que todavía utilizan millones de ciudadanos españoles que no pueden permitirse otra forma de caldear sus casas, sigue escalando precios, acercándose ya a los 20 euros.

Lo que me sorprende de usted es que, percatándose de este panorama desolador, de este camino sin retorno, de este retroceso económico tan brutal en la mayoría de las familias, todavía se muestre orgulloso de sus arengas belicistas. Ese gasto en armamento, del que usted es uno de los grandes defensores, no está destinado a lograr la paz, sino a crear aún más dolor y sufrimiento. Y le animo a que escuche las palabras de su compañero de partido Javier Solana que se parecen bastante a las del geoestratega Lanxin Xiang, aunque mucho me temo que se ha quedado pegado al pedestal al que subió hace tiempo y es incapaz de bajarse de él. Y aún más contundente el artículo de David Bollero Lograr la paz a cañonazos, de las que destaco estas palabras:

“En este sentido, merece la pena hojear los informes del Centro de Estudios por la Paz J.M. Delàs, que exponen conclusiones en la misma dirección, desmontando ese obsceno argumento de Robles de que ‘invertir en armamento es invertir en paz’… quizás algo tiene que ver que bancos como BBVA y el Banco Santander financian cerca del 60 por ciento del armamento en España. Visiten la web Banca Armada y descubran cuánto invierte su banco en armas y en qué tipo de armamento. Se sorprenderán”.

Observo con esa misma angustia cómo ha asimilado tan enérgicamente la frase “si quieres la paz, prepara la guerra”. Y me duele todavía más la parte racista de este conflicto, muy bien expuesta por la escritora Najat el Hachmi en su reflexión ¿Qué le decimos a un sirio? y el lavado de cerebro al que la televisión nos somete diciéndonos “esto no se podrá olvidar” con imágenes de lloros y destrucción, mientras callaron con otras guerras, con otras destrucciones que siguen enquistadas en el tiempo.

Pero esto, señor Borrell, a usted no le interesa. Sigue rodeado de cifras y más cifras, sacando dinero para la guerra, quitándoselo a la paz. Desde mi humilde columna de opinión, trabajaré por la paz. Y quiero pensar que su militarismo es contrarrestado por otras personas que sí que están haciendo lo imposible para detener la barbarie, hablando, dialogando, cediendo. Esa es la única manera.

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