El mar

‘Briviesca: el germen del rencor’, por Josep Asensio

“Es una obviedad señalar que cuando se censura una obra de teatro, una película, una novela o un concierto… no se está castigando sólo a esa compañía, ese cantante o esa novelista, sino que se está privando a la sociedad en su conjunto de la posibilidad de una mirada distinta sobre el mundo. La defensa de la pluralidad de miradas en la cultura tiene que ver precisamente con la salvaguarda de algo esencial en democracia: la reflexión, la posibilidad de cuestionar lo existente e imaginar otros caminos posibles”.

Juan Diego Botto, actor

A mí me gustaría mirar a la cara al señor José Solas, alcalde de Briviesca, y que me dijera la verdad de lo sucedido con la prohibición de la obra de teatro El mar: visión de unos niños que no lo han visto nunca, dirigida por Xabier Bobés y Alberto Conejero, y que iba a representarse en el Hospitalillo de Briviesca el próximo 15 de julio. Porque alegar motivos de “seguridad, técnicos y económicos” a dos semanas de la representación no se aguanta por ningún lado. Y menos todavía cuando ese escenario lleva más de 20 años albergando espectáculos sin ningún problema. Hay más. La Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) se ha ofrecido a financiarla y donar el dinero que sea necesario para cubrir todos los costes. El señor Solas insiste en que el recinto no es el adecuado, pero no acepta ese apoyo. Miente. Y lo hace muy descaradamente.

Y me gustaría también poder retroceder en el tiempo y entrar en una de las clases del maestro republicano Antoni Benaiges, fusilado el 25 de julio de 1936, y que constituyó un ejemplo durante su etapa de maestro en Bañuelos de Bureba, un pueblo a cinco kilómetros de Briviesca. Y no lo haría solo. Llamaría al señor Solas y lo invitaría a entrar conmigo. ¿Qué veríamos? Seguramente a un docente implicado con la educación, con la cultura, con esos alumnos de un pueblecito burgalés de apenas doscientos habitantes que ansían aprender, que se muestran ávidos de conocimiento. Y a un maestro con una clara vocación de servicio público, con ideales comprometidos con la coeducación, con una pedagogía emancipadora. ¿Entraría José Solas en ese túnel del tiempo? ¿Sería capaz de mirar a los ojos de un maestro que les promete a los alumnos visitar el pueblo donde nació, Mont-Roig del Camp, muy cerca del mar? Un mar que esos niños y niñas nunca han visto. El maestro tiene un sueño. Quiere cumplirlo, quiere llevarlos allí. Pero unos milicianos falangistas lo fusilan antes, en julio. Iban a ir en invierno.

Y me pregunto si el señor Solas, aplaudiría esos cambios que Antoni Benaiges introdujo en ese pueblo donde trabajó, una apuesta total por el espíritu crítico, por la sabiduría personal de cada uno de esos niños y niñas, por extraer sus potencialidades, por el análisis de fenómenos hasta ese momento intratables en las aulas, como la meteorología o las canciones populares, una relación entre la escuela y el entorno revolucionaria para la época. Y por eso lo mataron. “El bando fascista tenía muy claro lo que significaban los maestros y quisieron romper con estas ideas, porque eran la punta de lanza del Estado republicano y laico en estos pueblos y la vía de entrada hacia la modernidad y el progreso”, escribe Dídac Delcan Albors, Graduado en Educación Social por la Universitat de València en un magnífico artículo sobre la vida del maestro fusilado, Antoni Benaiges, el maestro que prometió el mar.

Y vuelvo al alcalde de Briviesca, a José Solas, a este personaje que ha decidido vivir de rodillas, antes que morir (políticamente hablando) de pie. Seguramente creerá que cancelando esa obra “roja y comunista” satisface las aspiraciones de la extrema derecha de Vox. Creerá, también, que todo ha acabado y podrá respirar tranquilo. Se equivoca. Esos de Vox ya le han puesto la soga al cuello, y la apretarán un poco más cada vez que traspase una línea roja. Y esta será una bandera o una charla, otra obra de teatro o un matrimonio homosexual que haya que celebrar en el ayuntamiento. Y la dignidad de Solas irá desapareciendo como la de su compañera en Extremadura, María Guardiola.

Y no solo es tristeza lo que siento. Es un hastío ante el ataque hacia la cultura en general; también una impotencia ante la barbarie que se avecina, ante el triunfo del odio y del rencor a cambio de un cargo, de una silla, de un sueldo, a cambio del poder por el poder. Y lo peor es que no van a parar si no lo impedimos mañana. No es un juego que podamos abandonar cuando no nos gusta o nos aburrimos. No es, como dice Borja Semper, un hecho aislado, una censura en “solo dos” de los 150 ayuntamientos en los que gobierna con Vox. No, señor Semper. “No hemos venido a respetar el secuestro de la cultura”, ha afirmado Abascal. Usted sabe igual que yo que no pararán. ¿Los pararán ustedes en algún momento?

Y me gustaría mirar cara a cara a José Solas, alcalde de Briviesca, y decirle lo equivocado que está, porque nadie está a salvo de ese fascismo rebautizado, edulcorado; una punta del iceberg acaramelada que esconde lo peor. Y le preguntaría hasta dónde está dispuesto a llegar, porque la soga que coarta las libertades ya la lleva usted puesta. Y apretarán y apretarán hasta arrasar con todo. Señor Solas, se empieza suspendiendo una obra de teatro y se acaba negando la violencia de género; se empieza bajando la cabeza y se acaba cerrando los ojos. Y cuando se cierran los ojos, ya no se ve nada. Eso ya pasó en Alemania. ¿Cuántas veces va a buscar excusas para salvar el culo a la extrema derecha? ¿Cuántas veces va a dejar pisotear su dignidad para mantenerse en el cargo? ¿De verdad que vale la pena tanta humillación? Sería genial que el fantasma del maestro republicano Antoni Benaiges se le apareciera todas las noches recordándole el desprecio al que usted le ha sometido. ¿Qué mal te he hecho, José? Yo solamente quería que vieran el mar.

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