‘Clamor por la supervivencia’, por Josep Asensio

Dedicado a Bruna Carvajal Sardà, nacida el 23 de febrero de 2019, con el deseo de que sepamos dejarle un mundo mejor.

Los acontecimientos inmediatos, la vida diaria, las problemáticas sociales más cercanas y, cómo no, la manipulación informativa de las grandes corporaciones, desplazan nuestras mentes hacia aspectos aparentemente irrelevantes o, al menos, no acordes con lo que se nos viene encima. Las redes sociales nos avisan de multitud de contratiempos que afectan de manera real a nuestra subsistencia, pero la velocidad con la que todo ocurre, todo pasa, provoca un hastío que desemboca en un cerramiento emocional, en un individualismo voraz que acaba por romper todos los vínculos con nuestros semejantes.

Este panorama desolador tiene que ver con la cada vez más concluyente situación agónica en la que vive el planeta Tierra. La contaminación mata ya más que los accidentes de tráfico y las temperaturas máximas registradas durante el 2018 vuelven a superar las del año anterior, en una imparable escalada que pone los pelos de punta a la comunidad científica y, aún más, por la inacción de los políticos que siguen confiando en un milagro y, lo que es más peligroso, apuestan por mínimos cambios y a muy largo plazo, lo que seguramente no impedirá que en unos 20 años, los niveles del mar hayan alcanzado ya varios metros y millones de personas se desplacen a lugares más seguros.

Seguramente a muchos de mis lectores no les dirá nada el nombre de Greta Thunberg. En la última conferencia del Clima de la ONU celebrada en Polonia, esta adolescente sueca pronunció un breve discurso en el que sacó los colores a una institución que sigue por la senda del desastre vanagloriándose del presente y del futuro económico a pesar de que eso signifique la destrucción del planeta. Fue muy contundente contra los que están sacrificando nuestra civilización basándolo absolutamente todo en el carácter economicista de las sociedades. Utilizó un término que resume la preocupación por la catástrofe que ya ha llegado, justicia climática, y alertó de que no hay esperanza, que lo que mueve a miles de jóvenes a manifestar su malestar por la inacción de los políticos es el miedo a lo que se avecina.

Según la comunidad científica, estamos a unos 12 años de un punto de no retorno. Las diferentes asambleas por el clima no han sido más que simples declaraciones de intenciones, pero las grandes corporaciones industriales, países poderosos como Estados Unidos, Rusia y China, han boicoteado todos los acuerdos que nunca traspasaron el papel. Greta Thunberg fue muy crítica también con esas reuniones de delegados que en la mayoría de los casos son pagados por la ONU y se convierten en viajes de placer, a sabiendas de que nunca se van a tomar decisiones que impliquen a todos los países del mundo. El gasto es escandaloso y es precisamente el sistema económico, el responsable de este punto de no retorno, el encargado de financiar las cumbres sobre el clima. Debates y más debates, visitas turísticas pagadas con dinero de las grandes instituciones económicas y una foto de familia que sustituye a la del año anterior.

Desde esas palabras pronunciadas por Greta Thunberg, ha habido un movimiento constante de jóvenes que han trasladado a las calles su protesta. Ella misma dejó de ir a la escuela todos los viernes porque algunos de sus seguidores se plantearon una pregunta crucial: ¿de qué sirve ir a clase si es el futuro del planeta el que está en peligro?

De Suecia, el movimiento caló hondo en Bélgica, donde miles de estudiantes se manifiestan cada viernes ante las sedes europeas. Hasta el punto de que 35.000 lo hicieron el pasado 24 de enero y 70.000 el 27 del mismo mes. Anteriormente la indignación había llegado a Australia, un país donde las temperaturas alcanzaron en algunas regiones los 49 grados y donde los cánceres de piel superan en 13 puntos la media mundial. En aquella parte del planeta se producen 132.000 casos anuales con una mortalidad del 50 por ciento.

Francia también ha sido uno de los países más activos en este sentido, hasta el punto de que más de dos millones de personas han firmado una petición para llevar al estado francés ante los tribunales por inacción climática y que será presentada el 14 de marzo, un día antes de la jornada del 15 de marzo que se pretende sea una gran movilización a nivel mundial, no solo contra el cambio climático, sino en favor de “poner el freno de emergencia” a la carrera consumista que “sacrifica la civilización en aras del dinero”. En España, a pesar de ser uno de los países más perjudicados por el cambio climático, la inexistencia de manifestaciones es desconsoladora.

Mapa de huelgas estudiantiles
Mapa de huelgas estudiantiles

El movimiento Fridays For Future, consolidado ya en gran parte de Europa, se desarrolla muy tímidamente en nuestro país. Baste ver el mapa de movilizaciones para darse cuenta de que “Spain is different” y de que nos importa más que se impida el paso a vehículos contaminantes a las ciudades que nuestra propia seguridad sanitaria. En España también muere ya más gente a causa de la contaminación que por accidentes de tráfico y ésa es una realidad que los políticos ocultan. Pedro Sánchez intentó sin éxito instaurar un Ministerio para la transición ecológica y los poderes económicos se le echaron encima. El poder, como siempre, reside en los ciudadanos. Pero mientras sigamos mirando banderas o absorbidos por los tertulianos de Sálvame y sus escandalosos sueldos, seguiremos muriendo en silencio.

El día 15 de marzo debe ser el inicio de la transformación que signifique de una vez por todas un cambio de rumbo que nos dignifique como humanos, para salvar un planeta que agoniza a marchas forzadas. Nada conseguiremos si esas manifestaciones, por muy multitudinarias que sean, se convierten en un movimiento simpático que sirva para lavar las conciencias de los poderosos. Las banderas, las emociones, las declaraciones pomposas y los discursos xenófobos pasarán a la historia cuando ya, irremediablemente, tengamos que huir de la devastación prevista por los científicos. Parece ser que no hay voluntad de modificación de las estructuras capitalistas que nos empujan al abismo. Siempre queda ese punto de esperanza que me hace anhelar que esa niña, Bruna, que nació hace una semana, llegue a crecer en un mundo alejado de esa fosa, de ese acantilado feroz que vemos cercano.

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