Foto portada: Film Symphony Orchestra.

‘Constantino Martínez-Orts: el poder analgésico de la música’, por Josep Asensio

No es la primera vez que escribo sobre la importancia de la música en mi vida. Muy probablemente, sea común a muchos de mis lectores. Porque una melodía, un ritmo, unas notas musicales, además de ayudar a aumentar los niveles de endorfinas, una de las hormonas de la felicidad, nos traslada a universos ya vividos, a recuerdos, a sensaciones diversas. Así pues, la música estimula ciertas partes del cerebro, decisivas en los diversos estados emocionales de las personas. Multitud de estudios avalan esto que estoy diciendo y es casi imposible vivir sin percatarse de que ciertos acordes forman parte de nuestra personalidad, la han modelado para siempre y permanecen ahí también en perpetuidad.

Esta presentación, la enlazo con la presencia de personajes que influyen de manera muy potente en la percepción de esa música. Todos y cada uno de nosotros tenemos uno o varios iconos que nos han acompañado durante mucho tiempo y que, al escuchar sus voces o sus instrumentos, nuestro cerebro reacciona muy positivamente. Para unos será el violinista Ara Malikian; para otros, Michael Jackson o Montserrat Caballé; o Bruno Mars, o Taylor Swift. La realidad es que todos ellos desempeñan un papel importantísimo en nuestras vidas, creando momentos de felicidad esenciales para nuestra supervivencia.

No voy a enumerar aquí todos los que siguen influyendo en mi mente y en mis estados de ánimo, porque tengo la suerte de que son muchos. Pero sí que me gustaría destacar el papel de Constantino Martínez-Orts en ese rol tan importante de crear espacios de bienestar a partir de la música que acompaña a las películas. Quien todavía no lo conozca, quiero recordar que allá por el 2011, decidió crear la Film Symphony Orchestra, con el objetivo de dar a conocer esas melodías que se incrustan en nuestras mentes cuando vemos una película y somos incapaces de separarlas de determinadas escenas. No voy a recordar la importancia de la música de películas como generador de público más joven hacia la música sinfónica en general, porque eso ya lo he hecho otras veces. Pero sí que quiero homenajear de alguna manera a Martínez-Orts, no ya como director de orquesta, sino como transmisor de emociones, como aglutinador de historias, en definitiva, como un comunicador, un showman de los buenos, diría yo, plenamente consciente de su trabajo.

Asistir a un concierto de la Film Symphony Orchestra no es únicamente sentarse allí delante a escuchar. Es evidente que la puesta en escena, la calidad de sus músicos y todo lo que rodea a ese acto es un espectáculo digno de ver más de una vez. No obstante, la presencia de Constantino Martínez-Orts confiere a todo este entramado un carácter más cultural, más pedagógico. No se trata de tan solo de música. Él, ataviado siempre con esa capa negra al más puro estilo Ramón García en nochevieja, pero sin pajarita, es capaz de envolverlo todo para que surja de repente una magia exuberante donde no faltan detalles concretos y particulares de la historia de la película, de la partitura, o del propio compositor, algunos de ellos desconocidos para el gran público. Gran comunicador, este valenciano de cuarenta y ocho años (los cumplió el pasado 8 de febrero), nos traslada a un mundo fantástico con sus gesticulaciones, su simpatía, sus saltos, su intensidad (se me acaban las palabras que lo definen), su perfecta simbiosis con el público y con cada uno de los instrumentistas de la orquesta. Su lenguaje, cuidado y culto, destaca por la esmerada selección del vocabulario, por las explicaciones en diversos registros para que todos y cada uno de los que se encuentran en el auditorio, entiendan lo que él explica.

Y cuando suena la música, es imposible no relacionar esos comentarios, reinterpretarlos y disfrutar mucho más de esas melodías. Estoy convencido de que el resultado es mucho más potente, más sanador si cabe. Y eso, Constantino lo sabe. Y el público quiere más, porque quizás estaba algo huérfano, y ahora es consciente de que a ese universo que conforma la música le faltaba algo que el director de la Film Symphony Orchestra ha sabido encontrar. Un nexo entre el escenario y el público; un nexo entre los músicos y la melodía: la justificación de esa partitura. Y entre movimientos de batuta y de mano, expresiones faciales de alegría y saltos al impulso de la música, Martínez-Orts concibe un conglomerado único donde todo, absolutamente todo, provoca un efecto reconfortante en quien lo vive. Y me atrevo a destacar en esa mixtura el alma de esa armonía, conducida por ese melómano capaz de traspasar toda su sabiduría musical.

No sé si Constantino Martínez-Orts es un referente para otros directores de orquesta; ignoro también si él mismo es consciente de ese rol que se ha autoimpuesto y que hace las delicias de miles de fans. De lo que sí estoy seguro es de que allí donde va triunfa. Así lo atesoran las decenas de miles de asistentes a sus conciertos que llenan auditorios y salas diversas en toda España. Su éxito no lo es solamente por la calidad de sus intérpretes o por la selección de bandas sonoras. Su personalidad, su alma, en definitiva, posee ese efecto tonificante y reparador que él cede a la música. Gracias, Constantino, por tanta dedicación, por tanto amor entregado mediante esos acordes que nos hacen felices. Felicidades por ese humanismo que llevas en tu interior y que nos encanta que transmitas. Gracias por contagiarnos esa fascinación por la música de esa manera tan peculiar. Gracias por darnos esos momentos de absoluta felicidad. Que sea por muchos años.

Foto portada: Film Symphony Orchestra.

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