Conocí al señor Morales (para mí siempre fue “señor”) de manera casual allá por el año 1980. La democracia había llegado a los ayuntamientos y la victoria de Antoni Farrés fue incontestable. No obstante, no todo iban a ser buenas noticias. Los ciudadanos nos dimos cuenta enseguida de que no iba a ser fácil acceder a la administración que surgía de un sistema imperfecto, de una estructura que, por muy cercana que pareciera al nuevo votante, no estaba acostumbrada, desde el poder que detentaba ahora, a que le surgieran críticas o desavenencias a sus actuaciones.
Sabadell necesitaba reconstruirse o, mejor dicho, construirse desde los barrios, muy olvidados por los alcaldes franquistas, fruto también, todo hay que decirlo, del desarrollismo incontrolado de los años de la inmigración.
Una de las características de aquellos años fueron las llamadas ‘contribuciones especiales’. El ayuntamiento no disponía de suficientes fondos como para cambiar la fisonomía de la ciudad en poco tiempo. Así que, cuando se proyectaba la remodelación de una zona nunca urbanizada antes, se pasaban unos recibos en los que se anunciaba la ‘colaboración’ de los ciudadanos que iban a disfrutar de esas mejoras. Una de esas fue la actual plaça Les Escaldes-Engordany. El ayuntamiento notificó a los vecinos que se tenía que pagar el 80 por ciento del gasto total de la construcción de la plaza. No hubo negociación ni explicación al respecto; tampoco en lo referente al nombre de la plaza.
Ahí empecé a darme cuenta de que, a pesar del carisma de Toni Farrés, a pesar de la llegada de la democracia, ciertos tics no eran compatibles con la idea que yo me había hecho de la participación ciudadana. Así que tocó llamar a la puerta de los que nos habían enviado esas notificaciones. Pedí una entrevista con Toni Farrés que se me concedió después de varios intentos. El día llegó y mis nervios eran evidentes. Tenía 20 años y me plantaba ante un ser que me resultaba inaccesible, que representaba para mí, ya en esos momentos, un referente. Apareció a lo lejos con el señor Morales y sin sentarse, nos preguntó que qué queríamos. Le expliqué que nos parecía un abuso tener que pagar casi toda la urbanización de la plaza, que habíamos recogido todas las notificaciones y que queríamos hablar para ver si podíamos llegar a un acuerdo. La respuesta de Farrés no me la esperaba. Con un gesto que no me agradó nos dijo que él tenía la sartén por el mango y que si no pagábamos nos embargaría. Toda la imagen que yo tenía de él se vino abajo en pocos segundos. Le respondí que no íbamos a pagar. Creo que ni me oyó, porque después de esa frase, dio media vuelta y se fue.
El señor Morales me calmó. Se sentó a mi lado y me dijo que no me preocupara, que él era así, que tenía un carácter especial, y que hablaría con él a ver qué se podía hacer. Dos semanas después, Morales me llamó para vernos. Con esa humildad y esa honestidad que se reflejaba en su mirada, me dijo que le había tocado “enfadarse” con el alcalde, pero que había logrado que pagáramos solo el 40 por ciento y que podía hacerse en los plazos que quisiéramos.
Salí de allí aliviado, aunque contrariado por el efecto de lo sucedido dos semanas antes. Después, mi relación con Farrés fue siempre cordial, también porque teníamos amigos comunes y porque no hubo más encontronazos. Con el señor Morales ya no hubo más relación, aunque, por circunstancias de la vida, nunca dejé ese contacto, bien por amigos suyos o por familiares que pasaron por mis manos en mis inicios como maestro. El señor Morales no tuvo una vida fácil, pero justamente por eso, siempre permanecerá en mi memoria.
En las últimas semanas han aparecido diversos artículos en los que se destaca la personalidad de Morales, su honradez, su honestidad, su fuerza para negociar con los poderosos, su alto concepto de lo que significaba el ciudadano para él. Quizás el resumen más completo lo aportó Manel Larrosa: “Representa i ha estat una persona d’un temps que ja no és l’actual, forjada en la dignitat de la lluita i en una moral sòlida i exemplar, totalment fet a si mateix, un referent per als que l’hem conegut i tractat”.
Cuando se echa de menos la dignidad en la política, la moral, la ética, en definitiva, deberíamos preocuparnos. Como dice Manel Larrosa, “Morales fue una persona de un tiempo que ya no es el actual”, y no precisamente porque la evolución haya sido en positivo. No hace falta ir demasiado lejos para darnos cuenta de que la pulcritud democrática representada por Morales, su mesura, su respeto hacia todos los que, por motivos diversos, se acercaban a la institución municipal, ha caído en picado. Esa lucha, ese trabajo constante por intentar solucionar los problemas de las personas, ha sido sustituido por tecnócratas y por supervivientes de la política que buscan otros métodos para perpetuarse en el poder.
Atrás quedan las buenas intenciones de concejales y concejalas de aquella época que, en su gran mayoría, hacían propuestas para mejorar la vida de las personas. Todavía me acuerdo del proyecto puesto en marcha en las escuelas de primaria dotándolas de material y profesorado de “pretecnología” y “música”, cuando estas materias no se incluían en el currículo. O la publicación de una pequeña recopilación de historias llamada Anecdotari històric sabadellenc, dentro de las acciones de lo que se llamó Experiència Font Rosella, un trabajo orientado a conseguir que los niños de los barrios donde el catalán no era la lengua habitual, pudieran encontrar en la escuela el medio natural adecuado para el conocimiento de la lengua catalana. Y no solo para eso, sino también para dar a conocer aspectos de nuestra historia desconocidos por completo. De hecho, la relación de la escuela con la ciudad es nula. Los ayuntamientos posteriores nunca más se acercaron a esa realidad que, a mi entender, es básica para lograr ese sabadellenquisme cohesionador que tanta falta hace para evitar futuros no deseados por la mayoría.
Ahora, el cambio es tan brutal que el ciudadano queda relegado a un mero votante, a un simple número que, si es algo avispado, podrá estar al tanto de lo que pasa en la ciudad. Quizás un ejemplo claro de lo que está pasando se ha visto en todo lo relacionado con los patos del Parc Catalunya. El ayuntamiento insistiendo en que solo murió uno en el ataque de los perros el pasado domingo 28 de abril; los presentes, asegurando que fueron dos; el ayuntamiento, por un lado, los sensibles con los patos, por otro. Ninguna interacción más que las redes sociales echando humo. ¿Y qué tiene que ver todo esto con el señor Morales? Todo, absolutamente todo. Desde la ética, la conducta, la honradez, pasando por la humildad y la decencia. Una sencillez que le caracterizaba y que era esencial para llegar a la eficacia. Y respeto, mucho respeto. Todo eso se ha perdido. Por eso, siempre recordaremos al señor Morales. ¿Dónde estaría él en la polémica creada con la nueva tasa de residuos? Creo que todos sabemos en qué lado se situaría.
L’espai d’opinió reflecteix la visió personal de l’autor de cada article; iSabadell només la reprodueix.
Foto portada: Francisco Morales, al saló de plens de l’Ajuntament. Foto: fons Andreu Segura.