Foto portada: espectáculo 'Federico García', de Luis Tosar, en Sabadell. Autor: David B.

‘García Lorca y 114.000 más’, por Josep Asensio

“Callar y quemarse es el castigo más grande que nos podemos echar encima”
Fragmento de Bodas de Sangre, de Federico García Lorca

El pasado 17 de agosto tuvo lugar en Granada un acto de homenaje al “último paseo” del poeta universal Federico García Lorca. Varias entidades se reúnen cada año para recordar a las más de 2.000 personas que hacían el recorrido desde La Colonia de Víznar hasta Fuente Grande, en Alfacar, antes de ser asesinadas. Lo que pasaba después es bien sabido por todos los lugareños. Amontonadas en las cunetas yacían todas ellas, con el compromiso tácito del silencio, ese silencio que ha llegado hasta nuestros días y que, afortunadamente, se ha convertido, gracias a entidades y personas anónimas, en un grito desesperado que reclama una dignidad perdida en el tiempo.

82 años después de la muerte de García Lorca, sigue siendo un misterio el lugar donde puedan encontrarse sus restos. La familia siempre ha sido reacia a buscarlos, temiendo que el emplazamiento pueda convertirse en un mausoleo y, consecuentemente, en un punto de visita. Algo completamente incomprensible puesto que ya existe una ruta guiada con parada en el Barranco de Víznar, y en Alfacar, donde se supone que están los restos del poeta. No obstante, las últimas investigaciones apuntan a que unos obreros hallaron los restos del poeta y sus compañeros de fusilamiento en unas obras realizadas en 1986 y los ocultaron bajo una fuente. Los huesos estarían en un saco y bajo una capa de apenas 20 centímetros de cemento en el parque de Alfacar. La familia de Galindo, conocido por “el maestro cojo” es la que está presionando para que se busquen los restos, lo que significaría también, en caso de hallarlos, que éstos estuvieran junto a los de García Lorca.

El caso es que todo este asunto se va alargando en el tiempo de una manera casi esperpéntica. Ian Gibson, el hispanista experto en temas lorquianos, empezó su trabajo de campo con las primeras informaciones rescatadas de Manuel Castillo, el enterrador de Federico. En 1986 lo condujo hasta un olivo y una acequia. Siempre fue la versión más aceptada, pero en una excavación efectuada en 2009, allí no se halló nada. La desilusión se convirtió en clarividencia al atender lo que era un secreto a voces, que los restos no estaban hacia la zona sur del olivo sino hacia el norte. Meses después, los obreros que remodelaron el parque en 1986 aseguraron haber encontrado huesos y una muleta, aunque algunos lo negaban. En pocos meses se volverá a remover la tierra, allí donde esos trabajadores aseguran que metieron los huesos en una bolsa, por miedo a la paralización de las obras. La Junta de Andalucía ya ha autorizado la extracción, aunque la rumorología se expande como la pólvora y hay quien dice que los restos de García Lorca los conserva la familia en un lugar secreto.

El hispanista Ian Gibson.
El hispanista Ian Gibson.

La herida sigue abierta y la única manera de cerrarla es permitir que las cunetas dejen de ser las tumbas de miles de represaliados y asesinados por el franquismo. En decenas de pueblos de toda España se creyó que el silencio curaba los males de la guerra y por eso millones de personas se santiguaban al paso de determinados caminos que se habían convertido en cementerios muy a su pesar. La visión de la llegada de la Guardia Civil que se llevaba al padre, a los hermanos, a los tíos, no es insignificante. La padecieron decenas de miles de personas que supieron, por boca de otras, que sus seres queridos estaban enterrados en un determinado lugar. No hay lugar para el olvido y mucho menos para la indecencia. A pesar de los años transcurridos, el derecho a un entierro digno debe prevalecer sobre el de no remover el tema. Ese es precisamente el error que cometen aquellos que pretenden “no remover viejas heridas”. La herida sigue ahí, supurando tristeza y amargura. Porque a pesar de no haber conocido a la persona asesinada, subyace en nuestros pensamientos un sentimiento de injusticia, de abuso atestado de odio contra inocentes de un conflicto civil que nunca debió llegar. Es probable que los restos anónimos encontrados en las cunetas nos trasladen a historias verídicas, las que nos contaban a regañadientes y con miedo nuestras abuelas y podamos poner cara a esos esqueletos. No obstante, los datos atestiguan que la mayoría de esos hombres y mujeres tienen nombres y apellidos; incluso foto, que es delicadamente guardada por sus descendientes.
La transición española, ahora criticada interesadamente por jóvenes que estudiaron en universidades de pago y que nunca tuvieron problemas se subsistencia, no fue perfecta. Quien así lo crea se equivoca. No obstante, el paso de una dictadura a una democracia fue ejemplar y así coinciden en manifestarlo dirigentes de todos los ámbitos políticos.

Muy probablemente los redactores de la Constitución expusieron sus razones a favor y en contra de la exhumación de los restos de los asesinados en las cunetas, en los entornos de los cementerios y en barrancos de difícil acceso. Ganó el silencio. Pero no se entiende que 40 años después todo siga igual. La decisión de Pedro Sánchez de exhumar el cuerpo del dictador Francisco Franco es un primer paso para que miles de hombres y mujeres puedan ser enterrados dignamente. La medida llega tarde, pero es completamente necesaria para cerrar una página que duele, que todavía duele mucho y que sigue ahí, golpeando y embistiendo nuestras vísceras impidiendo una calma que se hace completamente necesaria.

Foto portada: espectáculo Federico García, de Luis Tosar, en Sabadell. Autor: David B.

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