Israel - Palestina

‘Israel: la venganza en nombre de Dios’, por Josep Asensio

“Nosotros somos el pueblo de la luz, ellos son el pueblo de las tinieblas. Haremos realidad la profecía de Isaías, ya no habrá robos en tus fronteras y tus puertas serán de gloria”.

Benjamín Netanyahu, primer ministro de Israel

“La masacre contra la población civil que las potencias occidentales intentan justificar u obviar no es un error, ni una reacción contra Hamás por el ataque terrorista. Los crímenes de guerra de hoy son una continuación perfectamente planificada de un modo de combatir a sus adversarios. Un plan perfectamente orquestado de aniquilación del pueblo palestino. La Doctrina Dahiya es una forma de guerra institucionalizada, teorizada, y denunciada por el Informe Goldstone, tras la guerra en gaza de 2009, que tiene como objetivo usar a los niños como carnaza como una operación de represalia cruel y criminal, pero perfectamente planificada. Los niños no son un daño colateral, son el objetivo. No es una reacción visceral, es una estrategia perfectamente sistematizada. Un genocidio organizado e intelectualizado para hacer el mayor daño posible utilizando a los civiles inocentes y las infraestructuras educativas, sanitarias y humanitarias como un objetivo aceptable”.

Antonio Maestre, periodista y documentalista.

No voy a parar. No voy a olvidar esta masacre, este genocidio, esta limpieza étnica contra el pueblo palestino que se perpetúa en el tiempo y que ahora es más definitiva que nunca. Aun a riesgo de parecer reiterativo, obsesivo para algunos insensibles, es muy importante que con los medios a nuestro alcance denunciemos estas horribles violaciones de los derechos humanos por parte del gobierno de Israel. Es muy probable que las imágenes de destrucción y muerte consigan el efecto contrario, es decir, el hastío y el cansancio, y, consecuentemente, el abandono y la amnesia. Eso es lo que quieren, que hagamos abstracción de un conflicto que dicen que nos pilla muy lejos, que, culturalmente, no nos afecta, puesto que “no son de los nuestros”, que nuestras mentes no reaccionen ante la barbarie, ante el exterminio de todo un pueblo que reclama con desesperación una atención que no llega.

“Como europea siento vergüenza de mis instituciones, de muchos de mis representantes cuya indiferencia hace que miles de civiles, que miles de niños, más de cuatro mil a día de hoy, hayan sido brutalmente asesinados, qué vergüenza. Y se me saltan las lágrimas de ira, de dolor, de la profunda rabia de saber que ésta no es la primera vez y que quizá no sea la última”, escriben Ana Sánchez Mera y Marta Ramos Miguel en su artículo Un día más con vida. Imposible no estar de acuerdo con ellas.

Y cuando veo esas imágenes de cuerpecitos desmembrados de niños y niñas, de padres y madres abrazando a sus hijos muertos por parte de asesinos a sueldo rebosantes de venganza y de odio, no puedo más que aguantarme las lágrimas. Está muy lejos, me dicen, no nos incumbe. Pero yo pienso en los casi 200 médicos muertos bajo los escombros de hospitales y centros de atención primaria, en profesores como yo que han perdido toda esperanza de poder convertir Palestina en un país donde la cultura y el respeto manden por encima de todo. También en músicos, poetas y periodistas que nunca más podrán ofrecer todo su talento porque las bombas del sionismo han acabado con todas las perspectivas de paz. Como Heba Kamal Abu Nada, poeta y novelista; como Mohammed Sami Qariqa, el artista que jugó con los niños en los hospitales antes de morir; como Viola y Yara Amash, refugiadas en una iglesia cristiana ortodoxa y asesinadas por las bombas de Israel; como Roshdi Sarraj, un periodista que escribió en una de sus últimas publicaciones en Instagram que “todavía estamos tratando de resistir y continuar la cobertura para que el mundo pueda ver los crímenes israelíes en Gaza”; como Hala Abu Sa’da, la niña de 13 años que soñaba con ser cantante. Aficionada al teatro, la fotografía y la pintura, fue asesinada junto a su madre y su hermana en el campamento de refugiados de Jabalia; como Yousef Maher Dawas, escritor. Antes de la ofensiva actual, Yousef quiso contar la destrucción de su huerto en un ensayo titulado ¿Quién pagará los 20 años que perdimos? (en inglés); como Heba Zagout, la pintora del color. Su perfil de Instagram nos dejará para siempre un legado de pinturas plagadas de llamativos colores y detalles, con las que acercaba el pueblo palestino al mundo. Y sus obras, sus escritos, sus acciones, serán acallados para siempre. Y no queda otra salida que la resistencia, que el grito bien alto contra un estado que tiene como único objetivo la aniquilación de todo un pueblo, de toda una cultura que molesta para sus planes de expansión colonialista. La muerte les importa muy poco, sea esta de niños o de ancianos. Al fin y al cabo, son “animales” que tienen que ser sacrificados para la causa. Se autodenominan “el pueblo de la luz”, el “elegido”. Si existe Dios, sabrá discernir quién representa los valores del humanismo. Casi 10.000 muertos van ya. ¿Cuántos más tienen que morir para parar este desastre?

Heba Zagout. Font: @zagoutheba / Instagram

Mientras tanto, y a pesar de las duras imágenes de niños y niñas en fila ataviados con blancos sudarios en los pasillos de hospitales que aún aguantan, hay que seguir escribiendo, hay que seguir luchando para convencer a los ciudadanos, especialmente los europeos, de que esto no es una guerra que enfrente al “mundo civilizado” contra el “bárbaro”. No es una guerra de Israel contra Hamás, por mucho que nos lo repitan jefes de estado y prensa pagada por el sionismo. Es una matanza de civiles sin ningún tipo de vergüenza, a sabiendas de que la comunidad internacional no va a hacer nada. Una impunidad que se volverá en contra de Israel en cualquier momento. Porque la paz es siempre el camino, a pesar de los obstáculos de un estado, el de Israel, que siempre obtuvo la consideración de la ONU, pero nunca respetó ni una sola de sus resoluciones en esos 75 años de existencia llenos de saqueos, asesinatos de civiles y crímenes de todo tipo. Interesante la reflexión del economista Antonio Mora Plaza en su artículo Los nuevos nazis.

Mientras escribo estas líneas, cada vez más son los estados y los dirigentes políticos que alertan de la muerte de cientos de miles de palestinos como consecuencia de la falta de combustible y medicamentos en la Franja de Gaza, también de hambre. Ese desabastecimiento pone en riesgo las vidas de quienes dependen de un respirador o una incubadora, pero también las de 350.000 personas con cáncer, diabetes, enfermedades de corazón o renales. Pero es que, según el Fondo de Población de las Naciones Unidas, hay alrededor de 50 000 mujeres embarazadas en Gaza, de las cuales 5500 darán a luz a finales de noviembre. Para Israel, las mujeres y los niños son un objetivo claro. 157 niños asesinados por Israel al día, nos recuerda Joan del Alcàzar, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de València. Por eso se bombardean sin ningún tipo de escrúpulos hospitales donde se refugian los más débiles. Impedir esos nacimientos y que los niños ya nacidos no sobrevivan es un deseo de gran parte de los ciudadanos que apoyan al gobierno sionista. Y lo están haciendo con fósforo blanco, con miles de toneladas de bombas, a fuego y sangre. No los va a parar nadie. Y como Joan del Alcàzar, yo también me pregunto “si puedo hacer algo más que escribir unas pocas líneas en el diario; unas cuantas frases cargadas de impotencia y, también, ciertamente, de rabia. Al tiempo, me pregunto, horrorizado, qué haría yo si estuvieran matando a mis hijos o a mis nietos a bombazos; o de sed, o de hambre, o de miedo. ¿Qué haría?”.

Y para esos cristianos de misa diaria, que rezan a un dios que nunca actúa, y que creen seguramente que hay que aniquilar a “bárbaros y animales”, tienen que saber que esas bombas no distinguen a familias no musulmanas. Muchos cristianos también están muriendo en defensa de un humanismo que también muere poco a poco en Palestina. Y Madrid, como siempre, a su bola, otorgando una medalla de “honor” a los asesinos genocidas, en una clara muestra de racismo institucional.

Seguiré insistiendo, a pesar de las coacciones. Ese es el camino, ese es mi camino. No en mi nombre.

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