‘Los impactos del odio’, por Josep Asensio

Me enzarzo en una discusión sin sentido en Facebook, esperando que el otro, al que no conozco de nada, entre en razón. No pretendo convencer a nadie; solo dar mi opinión sobre el peligro que representa Vox, sobre esa apelación a la unidad de España “hasta sus últimas consecuencias”. Palpo el odio. Me responden con insultos: comunista, rojo, vete a la mierda, coletas, capullo… Intento pedir respeto para todas las opiniones a pesar de que parece que estoy delante de unos matones. No lo consigo. Afortunadamente alguien manifiesta algo de sentido común. Me espeta a no hablar con esa gente, a pasar de ellos. Le respondo que hay que trabajar para entendernos, para dialogar desde la discrepancia, evitando la confrontación. Me manda un emoticono riendo y me contesta que, desgraciadamente, España está sumida en una radicalidad que espera se mitigue con Pedro Sánchez, pero que el odio ha brotado casi de golpe, circulando sin control. Me despido con emoticono triste.

Casi instantáneamente surge la noticia de la quema del muñeco de Puigdemont. Parece ser que el año pasado el alcalde de Coripe no leyó mi carta. O sí, porque le pedía que dejara tranquilo al fugado y ha hecho todo lo contrario. Se justifica afirmando que también “queman árabes”. No me tranquiliza. No es un acto banal. Es otra muestra de odio; no es un juego. Un peligro para la convivencia. Una instigación al desprecio y a la humillación en toda regla, todo ello sinónimo de odio. Veo la reacción exacerbada de los líderes independentistas, encolerizados por tan resabiada acción. Pero no percibo ninguna diferencia en cuanto al objetivo, cuando algunos de ellos llaman puta a una parlamentaria o intentan “desinfectar” la zona por la que ha pasado. O en las ya conocidas frases racistas de Torra refiriéndose a los españoles. O en los dardos lanzados contra el monarca. Odio, odio y más odio desenterrado, que germina en forma de Vox, o de miradas rencorosas, o de exabruptos despreciables. Hechos convertidos en hazañas por insensatos de ambos extremos que tienen los mismos objetivos, unos la reconquista, otros la victoria, unos y otros el combate, quizás la guerra, quizás la sangre.

Y ese odio radial se nutre de la mentira, de una simbología hueca que cala en un electorado frágil y desorientado. La crisis de valores también influye, de manera negativa, está claro. Parece que ya no importan las estadísticas que dicen que España es uno de los países donde mejor se vive, con una esperanza de vida de las más altas del mundo, con una sanidad pública de gran calidad y entre las 20 democracias mundiales más plenas. ¡Que pronto olvidamos en qué lugar del mundo hemos tenido la suerte de nacer! El odio lo tapa todo. Y parece que les va a ir bien. Cierre de fronteras, armas para todos, liquidación de televisiones y periódicos, ataque constante a la libertad de expresión, quizás su fin. ¿Quién se nutre de quién? ¿Quién da alas a quién? ¿Quién lo empezó todo?

La cordura, el sentido común y la prudencia existen. Quiero pensar que una gran mayoría de españoles están reflexionando hoy sobre la importancia de la convivencia, de los consensos como solución a los problemas. Porque no es anodino aseverar que las elecciones de mañana son las más importantes de nuestra democracia. Lo que está en juego no es solamente la elección de un presidente del gobierno, ni tan solo si hay o no mayoría absoluta de un partido o de la suma de varios. Me atrevo a decir que tampoco un dilema izquierda-derecha. Peligran multitud de derechos conquistados por personas anónimas desde sus diferentes ámbitos. Colectivos olvidados, casi masacrados, tratados como escoria durante décadas, han sido dignificados en las últimas décadas. Una lucha constante llena de zancadillas que ha conseguido poner los cimientos de una sociedad abierta. Un respeto ganado a pulso que, algunos, muchos, desgraciadamente, quieren borrar a golpe de decreto. No entiendo por qué. Para crear más barreras, más odio, pero ¿con qué objetivo final, si lo hay? ¿Lo hay?

Preguntas sin respuesta para una sociedad que debe moverse en un sentido o en otro. Quizás no tenemos mucho que ganar, pero sí mucho que perder. Pero es que lo que se gana en siglos se pierde en segundos. Algunos no son conscientes de ello y van a preferir jugar con su voto, a ver qué pasa, un juego torpe que puede tener consecuencias fatales. Y entonces no habrá vuelta atrás; al menos en cuatro años. La juerga puede convertirse en lamento, pero, ¿eso qué va a importar ya? ¿Acaso la política es un plató donde casi todo está programado? ¿Es un Sálvame de luxe donde no nos afecta el montaje que allí se expone, sentados en nuestro sofá? No. La política es implicación, participación y, hoy más que nunca, la salvaguarda de los derechos conseguidos.

Lo malo de los hechos consumados es que percibimos sus consecuencias una vez ya no se puede hacer nada. Nunca fue tan importante esta jornada de reflexión para el futuro de todos. Esos malos vientos que parecen soplar con fuerza solo pueden ser apaciguados con nuestro voto. Porque todavía siguen vivos los sonidos de las balas en algunos pueblos; porque mientras los fusilamientos de Coripe son una broma, todavía perdura en la memoria de los españoles los que fueron de verdad. Que la reflexión llene las urnas de esperanza, de ese panorama que ensalce lo humano y, consecuentemente, su dignidad, por encima de todo. Veremos…

Comments are closed.