Peace and war

‘Malditas guerras, malditas calumnias, maldito todo’, por Josep Asensio

“Creo que ha habido interés en tensar la cuerda con Rusia y que ese interés no es europeo, sino atlantista, es decir, estadounidense. Las sanciones que la UE pondrá en marcha contra Rusia no castigarán solo a la población del gran país eslavo, sino a la de toda Europa. Los muertos de esta guerra serán europeos, los rencores entre comunidades y las heridas que tardarán en cerrarse serán rencores y heridas abiertas en el corazón de Europa”

Teresa Aranguren, periodista (de su artículo La guerra que perderá Europa)

“La no alineación nos interesa. En la situación cambiante de nuestro tiempo, no debemos estar obligados a nadie. (Defendemos) la salida de la OTAN, una organización ineficaz, que contribuye a las tensiones bélicas de nuestro continente por su afán de expansión”

Jean-Luc Mélenchon, candidato a la presidencia de Francia

La guerra no únicamente es destrucción, muerte y exilio. Sentados ante la pantalla nos bombardean con manipulaciones interesadas, incitándonos a caer en esa trampa en la que nos lo tragamos todo, en la que es indispensable creer que hay buenos y malos. Y mientras tanques, edificios y cadáveres nos sumergen en un dolor perpetuo, políticos y falsos comunicadores, pagados por los señores de la guerra, nos quieren convencer de que hay guerras buenas, de que el dinero de todos está bien empleado en armas para los que tienen que defenderse, que es mejor apoyar desde fuera, sin mojarse demasiado. Nos dirán que a eso se llama solidaridad, que tenemos un deber como personas en acogerles, en introducirlos en nuestro sistema, en acompañarlos en su tormento.

Y ese falso humanismo se convierte en un dilema para muchos, por miedo a ser tratados de desalmados. No es posible permanecer al margen o trabajar por la paz; eso significa estar a favor del invasor. Y esa adulteración de la realidad, del lenguaje, nos lleva a aceptar la situación, a asumir que las bombas, el dinero que eso supone, es lo inevitable, lo correcto. Incluso, nos lo creemos todo, sin que nada haya sido contrastado; la explicación de un desconocido, una foto o un vídeo, nos sirve para aceptar lo se que diga. Y lo digerimos, lo incorporamos a nuestros pensamientos y quedamos inmovilizados. Y el poder sonríe con sorna, sabiendo que hemos sido engañados una vez más, que hemos sido atrapados por la telaraña de las mentiras y que no podemos librarnos de ella.

Y a los pacifistas se les tacha de colaboracionistas del invasor y a los hambrientos de sangre y devastación, de exterminio, se les aplaude, se les blanquea, se les inscribe en el lado correcto de la historia. Hipocresía pura. Mientras tanto, nos siguen mostrando imágenes de niños cuyas piernas sobresalen de entre los escombros de un edificio destruido por un misil, al mismo tiempo que otros intentan abstraerse del sufrimiento meciéndose en oxidados columpios. Y como en un vídeo que pretende mezclar momentos puntuales a una velocidad de vértigo, se van sucediendo representaciones que detentan el vil objetivo de maniobrar para que nuestras mentes caminen hacia un lugar determinado. Los medios de comunicación son cada vez menos “de comunicación” y más “propagandísticos”. No solo trabajan para que no tengamos sentido crítico, sino que lo hacen para que nos acostumbremos a la violencia. Desde Málaga, mi amigo Pedro me decía lo siguiente: “La manipulación ha llegado a unos extremos que se me hace insoportable no sólo la televisión y los demás medios, sino incluso los comentarios llorosos de la gente a mi alrededor, que nunca derramaron ni una lágrima por los niños muertos en medio mundo… Teledirigidos, robotizados, imbecilizados… qué poca confianza me queda en el ser humano civilizado…”.

¿Por qué tanto interés en mostrar los muertos repartidos por las calles? ¿Es acaso una manera de meternos el miedo en el cuerpo para que aceptemos el gasto en defensa, el empobrecimiento de la población y decirnos que si no lo aceptamos nosotros podemos ser los siguientes? ¿En qué guerra no ha habido nunca muertos civiles? ¿Es casualidad que nadie diga que en una guerra es casi imposible saber la verdad, que en esta era digital todo, absolutamente todo, se puede falsificar? ¿Por qué nadie dice que esta guerra, como todas, es un negocio en todos los sentidos? ¿Por qué no salimos a la calle como cuando lo hicimos con la invasión de Irak? ¿Acaso aquello no fue una invasión orquestada con una gran mentira? ¿Qué diferencia hay para que nos quedemos en casa sin reaccionar? ¿Por qué lloramos los muertos de Ucrania y no los de otros lugares? ¿Acaso los americanos no cometieron crímenes de guerra? ¿Por qué el derecho internacional solamente se aplica cuando interesa? ¿El asesinato del periodista español José Couso hace ya 19 años por parte de fuerzas de EE.UU no fue un crimen de guerra? ¿Por qué ese olvido interesado? ¿La rendición no sería una solución para evitar miles de muertos? ¿Por qué nadie dice que España es el séptimo vendedor mundial de armas? ¿Por qué nadie pone el grito en el cielo cuando se asegura que va a ser EE.UU quien nos venda el gas que dejará de venir de Rusia? ¿Por qué debemos aceptar esa intromisión en nuestra soberanía, señalando a las empresas que no entran por el aro de lo establecido? ¿A que imaginamos quiénes se van a repartir el pastel de la reconstrucción de Ucrania cuando acabe la guerra? ¿Quién me responde?

Y seguimos creyendo que parar esa guerra solo se conseguirá con más armas que salen de empresas, que se frotan las manos, que salivan también odio con una falta inconmensurable de humanismo, con una carencia infinita de empatía. El dinero otra vez, siempre. Y volvemos a pensar, porque así nos lo han metido en la cabeza, que esa pasta que los estados gastan en armas son una garantía de paz, que la derrota del dictador pasa por apretarnos aún más el cinturón, que, incluso, no nos va a afectar.

Pero después de casi dos meses de guerra empezamos a abrir los ojos. Nos prometieron que no nos iba a afectar esta guerra, pero la cesta de la compra se ha disparado, los combustibles, todo. Y a la resignación inicial, surgen voces que empiezan a decir las cosas por su nombre; cada vez más. Y esa resignación no puede ser nunca una salida. Y ese absurdo papel de Europa, esa sumisión a los designios de una de las superpotencias, del imperialismo más duro, resulta que está llevándonos a situaciones límite de pobreza, de no poder ya subsistir.

Esta última semana observo a gente que como zombis se trasladan de comercio en comercio buscando la ganga, aquellas fresas que ya tienen unos días y empiezan a pudrirse y que el comerciante no tiene más remedio que bajar de precio para ganarse algo. Y dependientes y tenderos que ya no pueden más y que, con las luces apagadas, malviven, se enfrentan a compradores para que se acerquen a sus puestos. Y restaurantes que tienen que subir el precio de sus menús, de sus cervezas, de sus tapas. Y cines que vuelven a ver la sombra del vacío en sus salas. Y los que pueden, aprovechando los ahorros que algún día lograron con esfuerzo. La mayoría, sin vacaciones, adaptándose quizás a nuevos platos que nunca probaron. Y vuelven los garbanzos y las lentejas, que parece que siguen al mismo precio. El pescado y la carne, un lujo al alcance de pocos. Y una sociedad que empobrece más cada día.

Y somos incapaces de reaccionar. Los que lo hacen, son ignorados en televisiones y medios de comunicación. Y lo peor, seguiremos votando a aquellos que nos han metido en una guerra que, lo repetiré mil veces, no va con nosotros, que es un mero juego de ajedrez entre dos estados imperialistas. Europa, en medio. Europa, acobardada, subyugada, esclavizada por esa OTAN en manos de psicópatas y de empresarios de la muerte. Europa, aislada, atada de pies y manos, incapaz de dar una respuesta contundente.

Mientras Rusia sobrevive, Europa muere un poco más cada día. Y en Francia, Macron sale ganador en las encuestas de las elecciones presidenciales, a pesar de que el dinero de la guerra sale de los impuestos de sus ciudadanos y significarán un grave retroceso en su calidad de vida. En el otro lado, otro candidato a la presidencia de Francia, Jean-Luc Mélenchon, sin dejar de criticar la invasión de Ucrania por parte de Putin, propone salir de la OTAN y adherirse a los países no alineados, un concepto que muchos ven trasnochado, pero que coge toda su fuerza en las actuales circunstancias. Mélenchon recordó, en un impresionante discurso, que el parlamento ucraniano declaró solemnemente su intención de ser un estado perpetuamente neutral que no participaría en ningún bloque militar en 1990, 339 votos a 5. ¡Cómo cambian las cosas! Quizás ese no alineamiento esté muy relacionado con el humanismo; quizás, por ese mismo motivo, también represente a una minoría. No son tiempos para la paz. Y lo pagaremos muy caro. Aún más. ¿Hay lugar para la reacción?

Comments are closed.