‘Menos biología y más filosofía’, por Josep Asensio

“Ojalá el coronavirus sirva para que nos demos cuenta de que la cultura es el alimento del alma”
Gracia Querejeta, cineasta

Este confinamiento obligado nos está mostrando facetas humanas que desconocíamos. A la ya consabida del pánico por quedarse sin papel higiénico, aparecen otras más cercanas a la picaresca, como pasear un radiador o un perro de peluche para poder salir a la calle. También ir permanentemente con una bolsa de plástico en la mano para simular que se está comprando o vestirse de Tiranosaurio para desafiar el estado de alerta. ¡Qué le vamos a hacer! Somos mediterráneos y llevamos un granuja dentro, sin mala intención, sin maldad, pero con un sentido travieso que clama al cielo en estos momentos donde la situación demanda un sentido de la responsabilidad excelso.

Una de las situaciones que se están produciendo y de las que nadie habla es la avalancha de trabajo que muchos profesores están colgando en las diferentes plataformas para que sus alumnos no “pierdan” el tiempo. Me comentan que es especialmente el profesorado de biología y de ciencias en general, el que ha entrado en una especie de pánico. También de matemáticas y ciencias sociales, pero no quiero poner el dedo en la llaga sobre un determinado sector. Vamos, que hay una pandemia, que hay que calmarse sin bajar la guardia, que vamos a morir todos, pero, sobre todo, que cuando lleguemos allí arriba (o abajo) podamos demostrarle a quien nos reciba (si es que hay alguien), que sabemos toda la biología del mundo. ¡Vaya incongruencia!

Así pues, Moodle y demás plataformas se han colmado de ejercicios a lo loco, sin previo aviso, sin contar con otros departamentos del instituto, sin coordinación en ningún ámbito, eso sí, quedando el profesorado completamente satisfecho de haber cumplido con su obligación para que nadie pueda acusarlo de “estar de vacaciones”. Como se puede suponer, muchos alumnos de secundaria han quedado sorprendidos de la magnitud de las tareas, casi más de lo que se había hecho desde septiembre, lo que ha creado un colapso en sus mentes de dimensiones sorprendentes. ¡Hala! ¡Ahí tenéis trabajo de sobras! ¡No os quejéis! En algún sitio he leído que esto se ha convertido en una lucha entre centros, de secundaria especialmente, de una misma localidad, a ver quien pone más trabajo. ¡Esto no es una competición para ver qué escuela o profesor lo hace mejor en estas circunstancias! ¡Incluso hay algunos equipos directivos que obligan a poner notas para entregar boletines vía telemática a las familias!

Está claro que el guion no estaba escrito, que la improvisación fue la tónica. El jueves, día 12 de marzo a las 14 horas, avisan del final de las clases y no da tiempo de planificar nada. Las autoridades educativas advierten que se puede trabajar de manera telemática con el alumnado, pero para no crear agravios comparativos, las actividades no serán evaluables. Hasta aquí todo correcto. Pero el ansia de buena parte de profesores y profesoras de las áreas de ciencias (y me consta que también que de otras áreas) hacen correr ríos de fotocopias, en el sentido de actividades desmedidas y que no tienen en cuenta la situación de excepcionalidad que estamos viviendo.

Es lo que les reprocho a estos “científicos” que nunca valoraron las humanidades, que siempre creyeron que los buenos alumnos estudiaban carreras de ciencias y los mediocres o malos nos inclinábamos por las letras. Así siguen, intentando hacernos creer que somos unos frustrados porque nos apasiona la literatura, las lenguas, la comunicación, las diferentes acepciones de una palabra, la música, el pensamiento, las artes…

Tengo la suerte de seguir en contacto con mis alumnos vía WhatsApp. Está claro que les he aconsejado que sigan trabajando de manera autónoma, que dediquen un período de tiempo de ese día que se hace tan largo, a repasar lo hecho en clase, a avanzar en los temas y a preguntar lo que no entienden. También les he facilitado páginas web de ejercicios de francés en línea.

Pero el aprendizaje de esta situación tiene que ir en otro sentido. Ellos mismos me comentan la singularidad de las salidas diarias al balcón a las 20 horas. Los aplausos se mezclan con las intermitencias de luces o linternas de móvil. También canciones y sonidos de claxon. Unos días antes ni se conocían y ahora esperan con ansiedad la hora estipulada para hacer un guiño a la amistad.

Porque es muy probable que si salimos de esta sea gracias al humanismo que todavía forma parte de nuestra genética. Además de respetar el aislamiento para cuidar de nuestros mayores, los más jóvenes deben desenterrar el hacha de la solidaridad y de la fraternidad. Ocurre que nunca antes padres e hijos habían estado tanto tiempo juntos a excepción del fin de semana. Eso está obligando a poderse de acuerdo, a repartir tareas y espacios, a compartir inquietudes y preocupaciones. También alegrías. Y estas lecciones de vida son indispensables para el crecimiento humano. Quien no quiera verlo se equivoca. Quien pretenda restringirlo todo a la pérdida de clases tiene una mente muy cerrada.

¿Han pensado ciertos profesores prepotentes y soberbios en las características de cada entorno familiar, en los metros cuadrados de las viviendas, en las situaciones de angustia de sus alumnos a la hora de martillear sus cerebros con ejercicios evaluables de manera encubierta? ¿Acaso han pensado en ese abuelo que se pasa el día mirando la televisión oyendo que todos los muertos son de su edad? Ah, no, porque el nieto no puede “perder el tiempo”, ya que eso significaría un retroceso en su capacidad intelectual. Poco importa si lo que pierde es su capacidad moral.

Multitud de reflexiones se producen estos días de confinamiento que no de aislamiento. Los más mayores reconocen que ahora, con las redes sociales, con la televisión y con las visitas a distancia de familiares, con las más estrictas medidas sanitarias, la situación es más llevadera. Decenas de empresas de todo tipo están ofreciendo en abierto sus productos culturales: libros, revistas, música. Un acto de una solidaridad increíble; una acción modélica que pretende globalizar una etapa de nuestras vidas que va a marcar, sin duda, nuestro futuro. Hay quien ve un ensayo, un ejercicio (éste sí vital) ante lo que nos puede venir encima en los años venideros como efecto del cambio climático. Otros empiezan a vislumbrar el fin del sistema capitalista tal y como lo conocemos. Lo que sí que está claro es que o nos salvamos todos o no se salva nadie. O la colaboración es entre todos o no habrá más páginas de nuestra historia. China empieza a verlo así y está colaborando con decenas de países en la erradicación del virus. A las muestras de egoísmo de Trump y Estados Unidos queriendo comprar la vacuna al precio que sea y potenciando la economía antes que las personas, se contrapone la decisión de China de poner sus conocimientos al servicio de todos los países. Tiene gracia que sea un país comunista el que encienda la llama del humanismo. Es precisamente esa simbiosis, la de científicos (con la mente abierta, que los hay) a la búsqueda de vacunas, y la de humanistas creando una nueva sociedad la que nos salvará como especie.

No obstante, al profesorado hay que advertirle que la solución no pasa por empollar sino por pensar, por desarrollar el espíritu crítico para arrimar el hombro, sin ataduras étnicas, lingüísticas, culturales o territoriales. Tiene gracia que las llamadas “marías”, dibujo, música y educación física puedan en estos momentos ser indispensables para nuestra supervivencia emocional. Cuando acabe esta situación, la salud mental de nuestros hijos será más importante que sus capacidades académicas y cómo se han sentido durante este tiempo se quedará con ellos mucho más tiempo que la memoria de los deberes que hicieron, corre por WhatsApp. Menos biología y más filosofía.

Foto portada: dos familias saliendo al balcón a las ocho de la noche, el pasado domingo delante del Parc Taulí de Sabadell. Autor: J.d.A. 

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