‘Microplásticos: la epidemia que viene’, por Josep Asensio

La estupidez humana no tiene límites. Vivimos en un planeta donde la contaminación está ya generalizada. Nos partimos el pecho por la defensa de una idea, nos escandalizamos porque un humorista se suena los mocos con una bandera, denostamos al político que pretende suprimir la entrada de vehículos altamente contaminantes a su ciudad y aplaudimos a los que sistemáticamente se saltan las normativas que pretenden un uso más racional y ecológico de nuestros recursos. El mundo al revés. Y, a pesar del aumento de las campañas de concienciación, seguimos administrándonos muy mal. Nuestra mente es consciente del mal que nosotros mismos producimos, pero acto seguido ese mismo pensamiento se transforma en un “no pasa nada” o “de algo hay que morir”. Esa décima de segundo es letal para la supervivencia humana y por este motivo cometemos una irresponsabilidad que está teniendo ya graves consecuencias para nuestra salud y, muy especialmente, para las generaciones venideras.

Que los plásticos inundan nuestros mares ya es de todos sabido y hasta aceptado; que esos plásticos matan a miles de especies que viven en esos mismos mares, también. Pero desde hace un lustro preocupa la contaminación por microplásticos que son capaces de traspasar todos los filtros y, consecuentemente llegan al mar. Las depuradoras son incapaces de eliminarlos y el agua que se vierte al mar, que se reutiliza o que va a parar a las desalinizadoras contiene millones de partículas que, indefectiblemente, se introducen en nuestro cuerpo. La preocupación se extiende entre la comunidad científica e investigadores que acaban de dar a conocer unos informes en los que demuestran que casi el 100 por cien de la sal marina que consumimos contiene partículas de plástico. Paralelamente, se ha sabido que ya se han encontrado también en heces humanas y en el agua del grifo y, por último, en moluscos como los mejillones y las almejas, a pesar de ser debidamente depurados antes de su puesta a la venta. El pescado es el alimento más perjudicado; ya lo era desde hace tiempo por su alta concentración de mercurio en determinadas especies, pero ahora ninguna se salva de la invasión de los microplásticos. Parece ser que las gambas y los langostinos los concentran en la cabeza y en la cáscara por lo que una vez retirados, no habría nada que temer. Una lástima, porque los nutricionistas insisten en las cualidades de la cáscara, por su alto contenido en calcio y por su contribución a controlar el colesterol. De hecho, en Asia, son muy apreciadas.

El causante principal de esta contaminación silenciosa es la industria cosmética que utiliza los microplásticos en detergentes, pastas de dientes y exfoliantes, pero también la textil, que cada vez más opta por fibras sintéticas que se van desprendiendo poco a poco con el lavado y van a parar al mar. Naturalmente, la degradación de los residuos plásticos más voluminosos también es la consecuencia de esa contaminación. Cabe recordar que unos ocho millones de toneladas acaban en el mar cada año. La acción del mar, de los microorganismos y el sol los convierte, inexorablemente, en esas micropartículas imposibles de capturar. Los peces las confunden con plancton y, consecuentemente, las ingieren. Y nosotros también.
No hay “estudios concluyentes” sobre el efecto que estas partículas pueden producir en el ser humano. Parece ser (a mí me da mucho miedo la unión de estos dos verbos) que serían expulsadas a través de las heces, pero otros, como Philipp Schwabl, gastroenterólogo y hepatólogo de la Universidad Médica de Viena advierte:

“Aunque en estudios en animales la mayor concentración de plásticos se ha localizado en el intestino, las partículas de microplástico más pequeñas pueden entrar en el torrente sanguíneo, el sistema linfático e incluso alcanzar el hígado”.

Era cuestión de tiempo que el plástico creado por los humanos volviera a ellos. Así lo testificaba un informe de Greenpeace en 2016 que pedía, además, la supresión de los microplásticos en la industria y especialmente en los productos de uso diario.

Pero la industria tiene un poderoso aliado, que somos los consumidores. Nos hemos acostumbrado a casi todo y ya no padecemos por nada. Es verdad que este tema es complicado, puesto que desconocemos los ingredientes exactos de los productos que compramos. En el caso del aceite de palma, los fabricantes están dando marcha atrás percibiendo un rechazo de los usuarios. Pero es que en la etiqueta pone claramente el nombre. La única solución, pues, pasa por la concienciación de los gobiernos a partir de los ciudadanos, que los obliguen a respetar la salud. Porque es un tema sanitario que puede acarrear serios problemas en un futuro muy inmediato. La industria ecológica tampoco las tiene todas consigo porque esos microplásticos también se han encontrado en suelos y sedimentos, en acuíferos, en pozos y en zonas próximas a los ríos.

Las pastas de dientes contienen microplásticos
Las pastas de dientes contienen microplásticos

Como ya dije en mi artículo El planeta de los imbéciles, no vamos por buen camino. La acción del hombre sobre la naturaleza es cada vez más cruel y se nos está volviendo en nuestra contra. Hace unos días se supo que en una zona muy determinada de Francia han nacido ya 18 bebés sin un brazo o sin una mano. Lo peor es que no se sabe el motivo. Hace unos meses, alguien ha recordado que entre 1949 y 1982, Bélgica, Francia, Reino Unido, Alemania, Italia, Holanda, Suiza y Suecia vertieron a la fosa atlántica 112.000 toneladas de residuos nucleares dentro de 225.586 bidones aislados. Una basura que se encuentra a 400 kilómetros de la costa gallega y a 200 de la de Asturias. Desde los años 90 no se realizan controles de ningún tipo y la corrosión hace el resto. Se desconoce, por lo tanto, el estado actual de esos bidones. No se trata de alarmar, sino de conocer los peligros a los que nos enfrentamos. Ya no solo es el cambio climático. La ascensión de personajes como Trump, Bolsonaro, Salvini y otros que se están asentando en nuestras sociedades no hace más que acrecentar esa preocupación. Lo peor está por venir.

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