Foto portada: el president del govern espanyol, Pedro Sánchez, i el president de la Generalitat, Quim Torra, a la Moncloa. Foto: ACN.

‘Presente histórico’, por Josep Asensio

Es evidente que las acciones de los gobernantes se analizan en el tiempo, mucho después de su paso por las instituciones, ya que las promesas se las lleva el viento y es al cabo de los años cuando se pueden analizar exhaustivamente las acciones que han llegado a buen puerto. No dejo de sorprenderme al pensar una y otra vez en aquella semana clave en la que todo dio un vuelco, en la que, después de la alegría de Mariano Rajoy al recibir el apoyo del PNV a los Presupuestos, se produce la sentencia de la trama Gürtel que lo cambia todo. Pedro Sánchez, casi por completo ausente en las últimas semanas, obra el milagro gracias a su perseverancia. Plantea esa moción de censura casi impulsivamente, y con la ayuda de Margarita Robles, seguramente también de Miquel Iceta y de José Luis Ábalos, emprende una marcha en el desierto que tendrá altibajos, hasta que la semana decisiva el puzle va cogiendo forma y los elementos decisivos van convenciendo a sus líderes para que apoyen la moción. El periodista de El País, Carlos E. Cué es quizás uno de los analistas que han sabido resumir mejor esa semana en su artículo Así se ganó una moción de censura que parecía perdida.

Así, casi de la noche a la mañana, se establece un nuevo inquilino en el Palacio de la Moncloa, un individuo tenaz, batallador, con casi todo en contra, que fue capaz de enfrentarse al poderío de Susana Díaz y ganarle. Ahí subyace su fuerza, que ha ido ganando enteros a lo largo de este corto periodo de tiempo. La piedra en el zapato que supuso la revelación que el recién nombrado Ministro de Cultura, Màxim Huerta, había sido condenado por defraudar más de 218.000 euros diez años atrás, fue la prueba de fuego para Pedro Sánchez, que superó con determinación y coraje. También, sin duda, la decisión de acoger a los 629 inmigrantes del barco Aquarius, sirvió para sedimentar el talante de Pedro Sánchez. Así pues, nos encontramos en un momento que yo definiría como de estupefacción. En primer lugar, porque da la impresión de que el gobierno más minoritario que ha tenido la democracia española desde las primeras elecciones en 1977, está dispuesto a acometer reformas nunca vistas.

A pesar de los diez millones de votos cosechados por el gobierno de Felipe González en 1982, a pesar de sus tres mayorías absolutas, a pesar de contar con un apoyo abrumador en toda la geografía española, el PSOE nunca tuvo las agallas suficientes como para dar esa estocada que demostrara su ética más progresista. Es verdad que modernizó aquella España triste y gris salida del franquismo, pero lo hizo sin tocar ni un milímetro sus estructuras más básicas. Quizás había miedo a un ejército todavía anclado en unos posicionamientos fascistas, pero no se explica, viéndolo ahora con una perspectiva más lejana, que no abordara temas que llevaba en su programa electoral como el de la revisión de los acuerdos con la Santa Sede.

Tras el breve paso del PSOE más izquierdista, con la figura de José Luis Rodríguez Zapatero, por el gobierno, con la aprobación del matrimonio homosexual como gran proyecto, Pedro Sánchez encarna aquel líder que ha ido ganando con el paso del tiempo. No solo por su perseverancia, sino porque posee las dotes de un estadista, que era lo que estábamos esperando desde hace tiempo. Rajoy desdeñó el diálogo con el gobierno de Cataluña, se negó a abordar temas de máxima urgencia como el cambio climático, aplastó las demandas de colectivos en riesgo de exclusión social, del mundo de la cultura, de la educación, impulsó leyes antidemocráticas como la Ley Mordaza, en definitiva, gobernó contra los ciudadanos y en beneficio de unos pocos.

Da la sensación de que en este mes y medio se están poniendo las bases para una segunda transición democrática. La España periférica, que es la que ha aupado a Sánchez a la Moncloa, hacía tiempo que reclamaba cambios sustanciales en las políticas que fueran más acordes con los tiempos. Y esa España es la que puede impulsarlos. De momento yo señalaría esa intención de sacar los restos de Francisco Franco del Valle de los Caídos, con todo lo que puede conllevar, ya no solo de acción simbólica, sino, especialmente, la anulación de sentencias franquistas, promoviendo la reforma de la Ley de Memoria Histórica para mejorarla y garantizar su cumplimiento efectivo. No solo eso. Una anomalía de la historia, la Fundación Francisco Franco, por fin parece ser que alguien empieza a hacer algo para que se ilegalice.

En definitiva, creo que se están poniendo las bases para un cambio en muchos sentidos. La apuesta por un Ministerio de la Transición Energética, la apuesta por las renovables, la eliminación del llamado ‘impuesto al sol’, del diésel, del carbón como fuente de energía, la caducidad de las centrales nucleares, la propuesta de impuesto a la banca, la bajada del IVA en los productos de higiene femenina, del cine, de la cultura en general, la revisión completa de la LOMCE, con la supresión de la cuantificación de la asignatura de religión, la subida del salario mínimo a 1.000 euros y la implantación de una renta mínima son algunos de las prioridades.

No obstante, a nadie se le escapa que Cataluña supone uno de los retos más importantes en estos momentos. Pedro Sánchez mostró ese sentido de estado al que me refería antes, en la reunión con Joaquim Torra. A este último se le acusa de volver al autonomismo, pero Sánchez, marcando las líneas rojas que suponen la Constitución y el Estatuto de Autonomía, también ha sabido transmitirle su idea de estado plurinacional. La respuesta de Torra es en este sentido igualmente responsable: la aceptación de las comisiones bilaterales que Sánchez le proponía. En otro gesto simbólico, la ministra de Educación, Isabel Celaá, mostró esta semana su apoyo sin fisuras a la inmersión lingüística en Cataluña como modelo de cohesión, lo que le ha valido los berridos de la caverna mediática. Estos se olvidan de que José María Aznar ni se planteó tocarla. El último paso será esa reforma de la Constitución que la mayoría desea. Todo va unido. Veremos si al final los orgullos, los personalismos y las envidias no entorpecen este buen camino que se ha iniciado. Solo entonces España dejará de tener esas peculiaridades que nos marcan desde hace décadas.

Foto portada: el presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, y el presidente de la Generalitat, Quim Torra, en la Moncloa. Foto: ACN

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