‘Un triunfo de pena’, por Josep Asensio

“Y entonces… Entonces, lo que siempre se ha dicho de Eurovisión, lo siempre ha estado en la creencia colectiva, volvió a ocurrir, pero más desmesurado que nunca: no ganó Eurovisión la mejor canción ni el mejor espectáculo, ganó una decisión que poco tiene que ver con la música, ganó una decisión política”.

Esther Mucientes, periodista

“Si alguien piensa que por llevarse un micrófono de cristal ahora están mejor los ucranianos, ese es un buenismo inaceptable. Me indigna esta sensación que debe recorrer Europa de ‘qué bien hemos hecho votando a Ucrania’.

Risto Mejide, presentador de televisión

La guerra es lo peor que le puede suceder a un país. Básicamente, porque no es esa entelequia la que queda lesionada, sino sus gentes, personas de carne y hueso que, envueltas en la destrucción y en la muerte que todo ello supone, quedan marcadas para siempre. Y muy probablemente las generaciones siguientes que recordarán el sufrimiento de sus antepasados, los asesinatos, el exilio, el hambre; quizás también familiares desaparecidos a los que nunca podrán dar una sepultura digna. La humanidad en su conjunto no ha aprendido nada en todos estos siglos y parece ser que, bajo ese halo de solidaridad demostrada con Ucrania, se esconde también, desgraciadamente, un velado interés belicista al que se han visto arrastradas millones de personas.

No me equivoqué el sábado pasado cuando vaticiné el triunfo de Ucrania en el Festival de Eurovisión. Como expuse en mi artículo, pude aislarme del certamen disfrutando del triunfo del CE Sabadell y soñando con el play-off de ascenso que nos lleve de nuevo a la segunda división del futbol español. No obstante, era incapaz de dormir y me desvelé justo cuando empezaron las votaciones. Y las vi, claro que las vi. Y sucedió algo increíble, que España recibió votos de casi todos los países, hasta de Australia, valorando el esfuerzo de Chanel y sus bailarines por encima de cualquier otro supuesto. En esos momentos, a pesar de los votos entre los países geográficamente cercanos (todos los bálticos entre ellos, pero también los balcánicos), los jurados profesionales dieron como ganadora a la canción de Reino Unido, seguida muy de cerca por la de Suecia, España y Ucrania, en este orden. Quedaba claro pues, que los tres primeros países presentaron temas claramente del agrado de los miembros que se reúnen para dar su veredicto y que, consecuentemente, el certamen volvía a incidir en la neutralidad como el aspecto más esencial de su existencia. No olvidemos que el origen de Eurovisión remonta a los años 50, cuando tras la Segunda Guerra Mundial, Europa se encontraba en proceso de reconstrucción. La Unión Europea de Radiofusión (UER) propuso la creación de un festival de música internacional con el fin de fomentar la unión de los países y la cultura europea tras la barbarie. Y eso es justamente lo que se ha venido insistiendo en todos estos años, en la música como unión y no como separación.

No obstante, tanto las canciones, como los propios países, han trasladado sus conflictos con sus vecinos al escenario, incumpliendo la norma básica de neutralidad. Este año, todo ha sido más descarado si cabe. El certamen da el mismo valor a los votantes a través del televoto que a los jurados profesionales y desde el sofá, millones de fans han apostado claramente por Ucrania, no por la canción, sino por el país. Es fácil apoyar a un país en guerra desde el sofá. No implica más que una llamada o un mensaje de texto. Lo difícil es implicarse para que esa guerra acabe de una vez y que los ucranianos que han huido de sus casas puedan volver en una situación de dignidad completa. El voto popular, también ha ido a parar en gran parte a Moldavia, que pasó de unos ridículos ocho puntos dados por el jurado profesional a los 253 después del voto popular. Ucrania, por su parte, partía de un cuarto lugar con 192 votos, pasando finalmente al primer puesto después de los 439 puntos sumados de la votación popular.

Foto portada: Chanel, dissabte passat, a Eurovisió.
Chanel, en Eurovisión.

Quizás no debería analizar demasiado el asunto, como me dicen muchos de mis seguidores. Sería más feliz si olvidara el tema y me fijara en otros asuntos menos banales. No obstante, es difícil hacer abstracción de un hecho que tiene unas consecuencias sobre nuestras vidas que no vemos o no queremos ver. En primer lugar, por empezar por lo positivo, Chanel ha puesto una pica en Flandes, ha conseguido el mejor resultado para España en casi 30 años y, lo que es todavía más importante, ha atraído hacia sí misma a países que nunca nos habían votado. A pesar de la letra de la canción, la puesta en escena, la música pegadiza, las bailarinas y bailarines y todo en su conjunto ha mostrado que cuando se quiere, se puede ganar, y Chanel es la ganadora absoluta del Festival.

En la parte opuesta, quisiera resaltar que ese voto popular no es tan solo eso. Es un arma de doble filo que los poderosos, los señores de la guerra, van a entender como un apoyo, no al pueblo de Ucrania, sino un aval a las políticas más belicistas.

Como decía antes, desde el sofá es muy fácil y quizás hasta necesario, mostrar nuestro apoyo a un pueblo invadido, un pueblo que sufre los horrores de la guerra. Pero no olvidemos que las lecturas de ese voto popular pueden ser aprovechadas por ese gobierno en la sombra que ha conseguido ni más ni menos que toda Europa aumente su gasto militar de una manera inmoral, pues significa que se destinen menos recursos para los países soberanos que ya están viendo el alza en los precios de todos los productos de primera necesidad. Consecuentemente, después vendrán los recortes en los servicios básicos.

Una guerra no se para apoyando más guerra. Igual voy un poco a contracorriente, pero estamos viendo las consecuencias en nuestras vidas día a día. Por eso las palabras de uno de los componentes del grupo ucraniano, ganador del Festival, pidiendo ayuda para su país, para Mariúpol y para la acería de Azovstal tienen mucho más de alentar la guerra que de trabajar para la paz, además de incumplir claramente las normas del certamen. Eché de menos alegatos en favor de parar el conflicto, de sentarse con el objetivo de acabar con la barbarie, de aunar esfuerzos para conseguir un alto el fuego. Nada de todo eso. Muy al contrario, el triunfo de Ucrania en el Festival de Eurovisión es un aplauso cerrado a seguir con los muertos, con el dolor. Un fracaso más del humanismo entendido como el cultivo del entendimiento entre las personas. Una vez más, las palabras del escritor Pedro Olalla son significativas y demoledoras de la situación que estamos viviendo: “Cuando se está por la paz, se está por la paz con todos; cuando se está contra la guerra, se está contra todas las guerras; cuando se denuncian las atrocidades, se denuncian todas las atrocidades; cuando se toman medidas contra quienes quebrantan el Derecho Internacional y los Derechos Humanos, se toman contra todos; cuando se es solidario con los que huyen de la guerra, se es solidario con los que huyen de todas las guerras. Si no se hace así, no se está por la paz, ni contra la guerra, ni contra las atrocidades, ni a favor de los derechos, ni se es solidario: Simplemente, se toma partido por uno de los bandos”.

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