‘Movimientos sociales versus partidos políticos’, por Manuel Navas (FAVS)

ARTÍCULO DE OPINIÓN
Manuel Navas. Presidente de la FAVSabadell

A pesar de la obviedad, conviene recordar que, si bien en una sociedad democrática ambos son imprescindibles, un partido político no es un movimiento social, ni viceversa. Pero lo cierto es que existen personas que forman parte de un movimiento social (o de varios) o de un partido (la doble de militancia no se contempla) o que forman parte al mismo tiempo de un partido y de uno o varios movimientos sociales (algo totalmente compatible). Y como esa mezcla puede provocar y provoca confusiones e intromisiones peligrosas que alteran la naturaleza del movimiento social que se trate, corresponde que cada actor asuma su rol, para no traspasar líneas rojas.

Y eso implica que los partidos deben de abandonar el oscuro objeto de deseo de convertirse en gurús de los movimientos sociales, entrar en ellos y orientar su estrategia de forma que sea beneficiosa electoralmente para su partido y los movimientos sociales asumir que no son correa de transmisión de ningún partido y defender su independencia política.

Un resumen de las diferencias entre uno y otro sujeto, indicaría que los partidos, que son el instrumento de la participación en la política formal por la vía electoral, se orientan a la conquista del poder del gobierno para llevar a cabo su programa político, mientras que los movimientos sociales son una forma de acción colectiva que presupone la existencia de un conflicto (ecológico, vecinal, de género, desahucios, recortes sociales, movilidad, etc.) el cual pretenden resolver reivindicando la participación política en la toma de decisiones.

Así las cosas, sabemos que la relación entre partidos y movimiento sociales es compleja debido a las estrategias de los partidos. En general, los partidos de derechas (aunque no exclusivamente) suelen ser una suma de cargos electos y colaboradores que conforman el aparato burocrático para estrechar lazos internos y servir de maquinaria electoral, mientras que los partidos con vocación trasformadora (izquierdas-progresistas-alternativos) al tener como marco referencial los intereses y aspiraciones de las mayorías sociales y en especial las clases populares y trabajadoras, necesitan enraizarse en los tejidos sociales, participar, reclutar e incluso liderar movimientos sociales.

Otro elemento a tener en cuenta es la proliferación de plataformas o similares sobre temas diversos, fomentadas y/o dirigidas por partidos (tanto de derechas como de izquierdas, tanto viejos, como nuevos, tanto independentistas como no independentistas), convirtiéndose en marcas blancas para ampliar su base de votantes. La suma de todo ello da como resultado una relación utilitarista y cuanto menos confusa que dificulta el desarrollo natural de los movimientos sociales.

Dado que la confluencia entre partidos y movimientos sociales resulta necesaria y que al mismo tiempo debe evitarse una relación tóxica, los cargos electos y dirigentes de los partidos (estatales, autonómicos o locales) deberían actuar con transparencia y honestidad en esa relación que en esencia es la de acompañar, escuchar a los movimientos sociales de igual a igual atendiendo las demandas que consideren oportunas, sin paternalismos, dirigismos, ni protagonismos innecesarios. Porque el rédito electoral no dependerá de un intrusismo más o menos oportunista sino de que sean capaces de dar mejores respuestas que sus adversarios electorales.

Por su parte, los movimientos sociales, como reflejo de una sociedad civil viva (sin activismo social, las sociedades se estancan y las elites políticas se acomodan), y para no acabar desvirtuados, deben desacomplejarse, asumiendo su papel en el empoderamiento social, la denuncia, la reivindicación, la propuesta y la movilización, apelando a su razón de ser, a los objetivos que originaron su nacimiento y a la hoja de ruta que hayan diseñado para su actividad, para preservar, sin condiciones, su independencia respecto a los partidos.

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