‘Nada es lo que parece’, por Josep Asensio

Acabadas las fiestas navideñas que, no lo olvidemos, empezaron a principios de noviembre, se inicia la vuelta a la normalidad. Al menos en teoría, porque las rebajas nos vuelven a dar ese nuevo tortazo que nos indica que estamos sometidos al poder economicista del que no debemos salir. Los excesos han dominado estas fechas. Eso es indudable. Dicen los analistas que el 63 por ciento de los españoles hicieron sus compras durante el Black Friday, aprovechando los enormes descuentos que se ofrecían. El Cyber Monday también rompió todas las estadísticas, lo que indica que cada vez tienen menos importancia la parafernalia navideña y las luces que inundan las calles y con las que el comercio tradicional pretende ganar clientes.

Uno de los aspectos importantes durante estas celebraciones es la gastronomía. Aparecen en los estantes, frigoríficos y congeladores productos que no vemos habitualmente y que nos obligan a poner en nuestras mesas pagando, eso sí, cantidades desorbitadas. A mí siempre me llamó la atención la pularda, hasta que descubrí que no es más que una gallina alimentada especialmente para fines gastronómicos y perdió toda la emoción. Aparecen también los cochinillos, estirados en los congeladores de manera casi bárbara, crudos o ya cocinados. Y no faltan variedades de pescados que aumentan los precios descaradamente con la intención de que nuestras conciencias se remuevan y eviten en las mesas lo que ya ofrecemos durante el año.

supermercat

Sea como fuere, cada vez es más evidente el engaño que sufrimos los consumidores de manera consciente o impuesta por los mercados. No es generalizado, seguramente, pero va imponiéndose poco a poco con el beneplácito de las administraciones que suelen mirar hacia otro lado. Un ejemplo nada reciente se refiere al pulpo gallego, ese manjar indispensable en bares y domicilios particulares que ya hace mucho tiempo que dejó de ser gallego. Se calcula que el 70 por ciento del pulpo que se consume en Galicia viene de Marruecos, básicamente por su precio y por la fuerte demanda, incapaz de abastecer a todos los turistas que quieren degustar el sabroso cefalópodo. El problema es que nadie se atreve a decir la verdad y el visitante cree que está comiendo un pulpo pescado en las Rías Gallegas. De todas formas, ¿importa el origen del producto o la forma de cocinarlo? ¿Es el pulpo marroquí más o menos sabroso que el gallego?

Donde sí que parece que han tomado cartas en el asunto es en Menorca. La famosa Caldereta de Langosta es el plato típico de la isla, pero como pueden imaginar, la vaca no da para tanto y la langosta viene, otra vez, de los caladeros marroquís. Hace unos años se aprobó un nuevo reglamento que establecía una denominación de origen para la langosta pescada en aguas menorquinas y la que venía de fuera. Pero las dificultades siguen ya que las capturas nacionales son compradas únicamente por tres restaurantes de la isla lo que impide a los otros ofrecer el producto local. Así pues, existía la posibilidad de no ofrecerlo si no era de Menorca pero eso acababa con la Caldereta. No hay solución. Se siguen comprando a Marruecos, aunque algunos restaurantes especifican su origen.

Los ejemplos son innumerables. Los tomates de la Región de Murcia son también de invernaderos situados en Marruecos por empresarios murcianos que pagan sueldos mucho más bajos; los turrones cada vez tienen menos ingredientes nacionales; las naranjas vienen mayoritariamente de la Comunidad Valenciana, pero a nadie se le escapa que cada vez hay más argentinas y eso lo sabe muy bien Mercadona. Precisamente este supermercado es especialista en darnos gato por liebre y aumenta de manera exagerada los productos provenientes de países de fuera de la Unión Europea. A destacar una cerveza fabricada en Marruecos por una empresa valenciana que también ha decidido trasladar parte de su producción al norte de África con el objetivo consabido de aminorar las nóminas de sus empleados. La duda está en los ingredientes, el agua, el lúpulo, la malta, la cebada… ¿son marroquís? ¿Son de países diferentes? Nunca lo sabremos. Lidl es otra de las cadenas que esconde en sus etiquetas el origen de lo que compramos. Deliberadamente con letra minúscula indica casi siempre que no son productos españoles, aunque en la mayoría de los casos hay que fijarse en la etiqueta donde está escrita la nacionalidad del artículo, y eso mucha gente no sabe interpretarlo.

Taronges

El vino es otro de los afectados por ese engaño masivo. A pesar de contar con denominaciones de origen muy estrictas, la verdad es que cuando se acaba la producción y existe la necesidad de vender más, las empresas no tienen escrúpulos en comprar los excedentes de uva a otras regiones o países. Un afamado viticultor de Burdeos me confesó un día que no existe tanto vino de esta zona para la tanta demanda, por lo que se ven obligados a comprar la uva a la Rioja para elaborar sus caldos. El colmo: saborear un Burdeos carísimo elaborado con uva española. O un cava catalán con uva manchega.

El último desengaño me lo llevé precisamente el día 1 de enero. Después de una Nochevieja larga, decidimos desayunar tranquilamente en un bar a orillas del mar Mediterráneo. Unas tostadas con mantequilla. Un clásico. Una sonrisa se dibujó en mis labios al percatarme que la pequeña fracción de mantequilla pertenecía a la empresa Arias, la que siempre se encontraba en mi casa cuando era adolescente. El envoltorio era llamativo, metálico y destacaba que los Maestros Mantequeros lo eran desde 1848, con diversas proclamas publicitarias donde sobresalían las palabras sabor, origen y tradición. La frustración fue inmediata al acercarme la etiqueta a los ojos y observar con tristeza que ese producto tan español estaba elaborado en Portugal. Nada es lo que parece.

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