Opinió de Manuel Navas (FAV Sabadell): ‘Inserción social y emigración’

ARTICLE D’OPINIÓ
Manuel Navas, president de la FAV Sabadell

Es conocido que la tierra está sembrada de múltiples culturas, usos y normas sociales fruto de procesos históricos que explican las circunstancias por las cuales las comunidades han interiorizando creencias e imaginarios que condicionan las distintas concepciones existentes sobre el mundo y los modos de entender y vivir la vida, generando en mayor o menor grado, pero en todos los casos, etnocentrismos, fobias y prejuicios respecto a “los otros”.

Una primera conclusión razonable sobre esa diversidad sería que nadie puede apelar al esencialismo para defender la verdad de su cultura, usos y normas por encima de las otras. Todas son fruto de quehacer humano y por lo tanto contingentes. Cualquiera de los dioses inventados por los humanos queda fuera de este juego. La supremacía de una cultura, usos y normas sobre otras, en un territorio y a nivel mundial, responden a los contextos temporales y espaciales caracterizados por las relaciones de poder en la interminable lucha de intereses a niveles nacionales e internacionales. Eso no quiere decir que no se pueda defender determinados postulados, pero ni pueden estar condicionados a la Verdad, ni tienen una fundamentación última. Se puede sostener que, para nosotros, ciertos valores y ciertas formas de vida son mejores que otras y que estamos dispuestos a luchar por ellas pero sin reivindicar ningún estatus privilegiado para los nuestros. En ese estado de cosas debe abordarse la diversidad en un mundo globalizado, complejo y peligroso como el actual.

Aun así, y de acuerdo con E. Morin que “la diversidad es el tesoro de la unidad humana; la unidad es el tesoro de la diversidad humana”, conviene tener la mirada puesta en un futuro radicalmente distinto. Un planeta diverso, secular y mestizo, sin fronteras, ni banderas, menos cruel y más equitativo, teniendo presente cuanto menos dos consideraciones para no llamarse a engaños: 1) que los enormes intereses del sistema económico y de las religiones harán lo imposible para evitar que eso suceda, y 2) que el paternalismo y la hipocresía de los países ricos occidentales ha resultado estéril para gestionar la migración y fomentado directa o indirectamente que discursos racistas calen en una ciudadanía desinformada sobre las causas y consecuencias de un mundo abocado al desastre económico, social, ecológico, una hambruna letal y el flujo migratorio masivo de quienes aspiran a no morir de hambre.

Con ese escenario, los millones de personas que buscan la tierra prometida paradójicamente en los países causantes en buena parte de sus desgracias, siguen esperando respuestas. Y como que mientras no exista otro marco no parece realizable (ni es la solución) “el abrir/cerrar fronteras”, y es un engaño circunscribir el diálogo multicultural a ferias musicales y sabores exóticos, debe buscarse el equilibrio entre los principios rectores de los Derechos Humanos y las consecuencias de una gestión errática con buenas dosis de pragmatismo estableciendo medidas que garantice la inserción social para una acogida digna que evite toda crueldad evitable (mecanismos de entrada, regularización, idioma, condiciones de vida, derechos políticos y sociales, etc.).

Entre las medidas urge priorizar en el Estado receptor un trabajo de concienciación-información riguroso encaminado a emigrantes y a autóctonos, dirigido a deconstruir mitos sobre la emigración (que no pagan impuestos, que nos roban la cartera, el trabajo etc.); insistiendo que al igual que nosotros, son víctimas y no culpables de la crisis económica; a refutar a quienes señalan a “negros”, “moros”, “sudacas”, etc. (“los otros”), como causa de nuestros males; a recordar que los flujos migratorios se han producido en toda la historia de la humanidad y con la globalización y las enormes desigualdades, es irreversible como lo es la interculturalidad y el mestizaje; a explicar sin reservas el por qué están obligados a abandonar su tierra, entorno y amigos, cuales son las causas de la miseria y subdesarrollo que padece su país y buena parte del mundo, el papel han jugado y siguen jugando los países ricos, las transnacionales, las guerras de rapiña, el saqueo colonial, la religión, etc.

Y advertirles sin trampa de lo que se encontrarán en esta tierra imaginada como un paraíso comparado con el infierno de donde vienen, que la injusticia persiste, que existen miles de familias desahuciadas, millones de desempleados, donde la precarización de la vida es una constante y que entre bancos y corruptos nos han robado el futuro de varias generaciones y, en otro orden de cosas, que su llegada tiene consecuencias sociales estructurales, porque con las actuales leyes de mercado laboral, al engordar el ejército de parados/as presionan a la baja los salarios, las condiciones laborales y sociales y que la utilización xenófoba de tales circunstancias fomenta su rechazo en sectores de autóctonos dificultando la inclusión social, como sucede en todos los casos y procesos migratorios (sirva de ejemplo el avance de la extrema derecha en Europa enarbolando el miedo a la emigración -“los otros”-)

Quizás sea hora de asumir que no tenemos por qué arrepentirnos de la contingencia de ser blancos/as y europeos/as y, que pese a todo y en general, para nosotros/as (y no por ser ningún “pueblo elegido”, sino por todo lo expuesto), nuestra forma y modelo de vida asentado en el Estado de Bienestar (que pretenden finiquitar las élites económicas y políticas) es preferible a otras alternativas que conozcamos (y evidentemente a las que tienen los países de quienes emigran), sin perjuicio de denunciar que ni de lejos estamos en el modelo social al que aspiramos, e invitarles que luchen junto con nosotros para alcanzarlo.

Quizás, y sin menoscabo de otras propuestas que aporten luz sobre el tema sin enrocarse en las recetas que están enquistando el diálogo intercultural convirtiéndolo en un problema cuando no debería serlo si acordamos con Z. Bauman, que en el planeta existen muchas culturas y una sola humanidad, el mensaje a los emigrantes, deba revestirse de franqueza invitándoles a que cambien determinada forma de pensar sobre determinados temas a cambio de disfrutar de las ventajas que puedan tener; que no lo tendrán nada fácil; que es necesario que todos/as distingamos entre lo público y lo privado; que ni aquí, ni allí, lo digan curas, imanes, popes o rabinos, es cuestionable la democracia, ni la igualdad de género; que debemos superar el que las religiones marquen nuestras vidas; que los derechos comportan obligaciones; que objetivamente existen más afinidades entre las personas por razón de nuestra clase social que por el territorial, el religioso o el cultural; etc., en definitiva, cuestiones básicas del laicismo republicano para avanzar hacia un mundo de ciudadanos/as libres e iguales. Y no ocultar que cierto nivel de asimilación debe existir (algo que, en diferentes grados según contextos y afinidades, es aplicable a todo emigrante, sea de donde sea y vaya donde vaya) y siendo así, no puede significar ningún agravio inaceptable avenirse a los usos y prácticas del país receptor como mecanismo de inclusión que además de favorecer la convivencia, sirve para desmontar los rechazos irracionales de sectores de autóctonos y el argumentario xenófobo.

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