Atrapados

Opinión: ‘Atrapados’

¿Somos tontos o qué? ¿Desde cuándo los gases que salen del tubo de escape de los vehículos son inocuos? ¿Acaso creíamos que el progreso sale gratis a la salud humana? ¿El efecto invernadero es pura ficción? Cuando la comunidad científica certifica la peligrosidad del diésel y asegura que es el causante de enfermedades como el cáncer, no hace otra cosa que recordarnos otra vez que estamos rodeados y atrapados en una vorágine de contaminación de la que no podemos salir.

La mayor parte de las enfermedades respiratorias tienen su origen en los combustibles fósiles y eso ha sido así desde el inicio, aunque ahora parece ser que hay “un gran descubrimiento”. Sabemos desde hace décadas que la contaminación nos rodea, nos amenaza y nos mata y aún así somos incapaces de ofrecer alternativas creíbles. Las grandes petroleras, los grandes capitalistas y dominadores del mundo impiden el desarrollo sostenible de la humanidad y contribuyen, sin duda, a la autodestrucción. A esa misma conclusión llega Juan López de Uralde, líder de la formación Equo en su libro El Planeta de los estúpidos.

contaminación en Guatemala
Emisión de gases industriales. Foto: Jorge Luis / Flickr

 

Pero no hace falta ir tan lejos para demostrar que estamos en un callejón sin salida en lo que respecta a la contaminación. Hace ya más de 15 años, un estudio demostraba que el agua en Sabadell podía producir cáncer por su alto porcentaje en cloro. Por aquel entonces, el concejal de turno, Oriol Civil, tuvo el valor de decirlo en una rueda de prensa, pero a los pocos días lo desmintió. Pobre Oriol, quiso ser éticamente correcto pero pronto le cortaron las alas. El agua, es verdad, es uno de los mayores portadores de gérmenes y de sustancias que podrían contaminarnos rápidamente, pero la alarma social que se puede producir es tan grande que los poderes municipales o supramunicipales callan. El cloro atraviesa nuestra piel a través de una simple ducha y sus efectos son ya conocidos.

Otro efecto contaminante es el que producen los aparatos que generan campos electromagnéticos, ya conocido desde hace décadas y con estudios que dicen una cosa hoy y otra mañana. Las compañías callan o pagan estudios para demostrar que no pasa nada, pero cada vez más los cánceres y las leucemias aumentan. Los vecinos de los edificios que soportan en sus tejados enormes antenas de telefonía han sufrido las coacciones de estas empresas para lograr instalarlas, incluso pagando todos los gastos de comunidad, y aportando estudios de dudosa ética. La economía manda y no pasa nada si por el camino caen unos cuantos.

Poison by design
Los pesticidas constituyen un peligro más. Foto: Valley Photographs /Flickr

El wifi, ese maravilloso poder que nos permite conectarnos en cualquier lugar, nos engulle, y allá donde entremos, una telaraña de ondas se introduce en nuestro cerebro sin saber muy bien el efecto que tendrá a largo plazo. Porque a corto plazo sí sabemos que produce malestar, dolor de cabeza y náuseas. Eso ya está demostrado. Incluso en algunos institutos de Suecia, país donde ya llevan muchos años de estudio del tema, están retirando el wifi de las aulas, porque notan a los alumnos más nerviosos, más dispersos y con cefaleas y migrañas. Y cabe aquí nombrar el peligro que han representando y siguen haciéndolo las torres de alta tensión.

Hace unos años, algunos parlamentarios europeos se prestaron a hacer unos análisis de sangre para detectar los niveles de contaminación en la sangre. Los resultados fueron sorprendentes, aunque esperados. Éstos sobrepasaban y mucho los aceptables, lo que demostraba que la cadena alimentaria está ya afectada por una contaminación difícil de suprimir. Carne, leche, huevos, fruta y hortalizas tienen unos índices de polución cercanos al envenenamiento.

Light Pollution
Contaminación lumínica en Tenerife. Foto: Cestomano/Flickr

Lo que comemos, lo que bebemos, lo que respiramos, todo, absolutamente todo está sucio, sucio en grado superlativo y nosotros formamos parte de esa impureza. Nada se escapa a este gran drama y a pesar de los esfuerzos que podamos hacer vía productos ecológicos y demás acciones tendentes a la mejora de nuestra salud, la verdad es que es muy difícil escapar de este tremendo pringue terrenal donde hemos nacido. Lo más fácil es lo que hemos hecho hasta ahora los humanos: hacer oídos sordos a las advertencias de todo tipo y seguir como si nada. “De algo hay que morir”, dicen algunos. Otros ni opinan.

Ahora que está tan de moda mirarlo todo bajo el prisma del dinero, seguro que los que dominan el cotarro ya hace tiempo que se dieron cuenta que es más fácil poner remedio antes que después. Si mejoramos la calidad del aire, apartamos de nuestras vidas los pesticidas y los insecticidas, utilizamos otros mecanismos para purificar el agua y cambiamos nuestras mentes, seguro que habría menos enfermedades y por lo tanto menos gasto médico. Está demostradísimo que gran parte de los cánceres son debidos a la alimentación. La inversión es millonaria pero es básicamente humana. Es una posibilidad real aunque de difícil cumplimiento. Las diferentes reuniones en este sentido cuentan con el rechazo de países emergentes y, desgraciadamente, con la colaboración de los usureros de siempre que anteponen intereses económicos a los de la salvación de la humanidad. Vamos por mal camino pero sabemos la solución para evitar la hecatombe. ¿Quién da un paso adelante en pro de la humanidad?

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