José Antonio Marina

Opinión de Josep Asensio: ‘Docentes: ni (tan) buenos ni (tan) malos’

Confieso que soy un gran admirador del profesor y filósofo José Antonio Marina. Todos, absolutamente todos sus artículos reflejan no solo la preocupación por la situación de la enseñanza en España sino también los argumentos detallados de manera precisa de los fallos, los inconvenientes, los pros y los contras; en definitiva, toda una amalgama de conceptos entendibles para el ciudadano medio con el objetivo de crear una o varias corrientes de pensamiento que despierten, según sus propias palabras a lo que está dormido. Con un título peculiar Despertad al Diplodocus (2015) ya en la portada señala que se trata de “una conspiración educativa para transformar la escuela… y todo lo demás. Alejado de planteamientos inasumibles, propone una revolución tranquila hacia una educación menos centralista, en la que los cambios necesarios no produzcan miedo, sino ilusión.

A José Antonio Marina le preocupan los datos de fracaso y de abandono escolar, pero también la medición de competencias, el famoso informe PISA. Éstos son escalofriantes porque aunque una mayoría de estudiantes supera la ESO, no significa que tengan las competencias necesarias para seguir en el sistema educativo y el abandono se hace más cruento. Marina toca absolutamente todos los aspectos dependientes del modelo educativo. No se le escapa nada y por este motivo hay que tenerlo muy en cuenta. Su prudencia no esconde la contundencia de sus premisas y si tiene que poner el dedo en la llaga, lo hace sin pestañear. Me parece imposible señalar en este artículo todos los temas que Marina trata, para eso ya está su blog, pero es importante destacar que el nuevo ministro de Educación, Íñigo Méndez de Vigo le ha encargado la elaboración del borrador del Libro Blanco de la Función Docente. Buen comienzo para este político que sustituyó a uno de los peores ministros de la democracia, José Ignacio Wert, al que precisamente Marina llamó “pirómano”.

Pero sí que me gustaría recalcar que durante estas últimas semanas, los medios de comunicación han hecho hincapié en una frase del filósofo que, a sus 76 años, mantiene una lucidez increíble: “El buen maestro no puede cobrar lo mismo que el malo”. Mientras algunos docentes ya se rasgan las vestiduras y la mayoría callan, yo pienso como Marina. El sistema falla por numerosos motivos, no solo por la función del maestro dentro de su clase, pero lo que no es soportable es que no se valore su trabajo dentro y fuera del aula en ningún momento de su carrera. Ya no me refiero únicamente a si utiliza o no la tiza como único elemento de aprendizaje o si se ha adaptado a las nuevas tecnologías. La realidad es compleja, pero la frustración se expande como una mancha de aceite cuando a tu lado revolotean compañeros que no muestran ni un ápice de pasión por el trabajo que hacen. Entonces nos convertimos en meros números, clones si cabe, donde importa poco lo que hagamos y subyacemos a las individualidades, engrandeciendo la máxima de que cada maestrillo tiene su librillo’. No se trata solamente de cobrar más o menos, como ha señalado el propio Marina después, sino de dignificar la profesión, creando incentivos de progresión en la carrera docente. El maestro lo es toda su vida laboral, y si no encuentra el estímulo necesario es muy probable que caiga en la desidia, en la monotonía y en el cansancio crónico.

Las administraciones suelen achacar a los docentes todos los males, sacando a la luz las supuestas bondades de la profesión, recordando a la sociedad de manera maliciosa las vacaciones, el horario, el sueldo, la seguridad de nuestro trabajo y múltiples detalles para desvirtuar la realidad y para, en definitiva, echar balones fuera. Ignoro si el Libro Blanco de la Función Docente va a ser la mecha que ponga en marcha el cambio que la enseñanza necesita en este país. Muchos Libros Blancos se han presentado como auténticas panaceas y luego han quedado olvidados en tristes cajones.

José Antonio Marina propone, además, que el acceso a la carrera sea más difícil, aumentando la nota, como ocurre ya en muchos países de Europa. No es creíble que un territorio quiera potenciar la educación de sus ciudadanos sin escoger a los mejores para ese fin. Como tampoco es adecuado cambiar las leyes educativas según el gobierno de turno. Hace falta ya, sin dilación, un Pacto de Estado educativo que se centre de una vez por todas en las problemáticas subyacentes. Ni me acuerdo ya de los decretos y leyes que han pasado durante mi larga vida laboral en la enseñanza… Marina es quizás el mejor en su género. Conoce al detalle cada una de las problemáticas y no se le escapa seguramente que muchos docentes vemos, además, que nuestros alumnos llegan a la secundaria con graves deficiencias en lectura y escritura. Seguramente no falla la metodología en exclusiva y hay numerosos responsables de este gran fracaso. A los gobiernos igual les interesa tener ciudadanos incompetentes e iletrados; así es más fácil manipularlos. Pero algunas sociedades, como la francesa y las nórdicas están abandonando en parte los ordenadores para volver a los dictados de toda la vida, a las redacciones, a la caligrafía y al cálculo mental. Esos serán, sin duda, los ganadores porque dándole un ordenador a un burro no deja de ser burro. Quizás algún día las palabras de José Antonio Marina se conviertan en realidad. Para entonces, muchos de nosotros ya no estaremos aquí. ¿O sí?

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