Corrala Bahía

Opinión de Josep Asensio: ‘Los niños y las niñas de Rajoy’

En general estamos bastante hartos de las apropiaciones que se hacen los políticos de todo lo común, especialmente cuando las cosas van bien. No es ya extraño observar como la palabrería inunda todo tipo de mensajes perfectamente estructurados para que cale hondo en la ciudadanía y llegue directamente a las conciencias de los que escuchamos. Incluso las comparecencias de los ministros están concienzudamente adornadas para que el o la cabeza de cartel no se salga del guión, cuando no deliberadamente pactadas con ciertos mal llamados periodistas que cumplen la función de meros payasos articulados por los hilos de quien les da de comer.

Como ya he subrayado en otras ocasiones, las informaciones aparecen y desaparecen como una exhalación, sin dar tiempo al lector para hacer una síntesis exhaustiva, con lo que los titulares se convierten entonces en la noticia en sí. Vivimos en una sociedad en la que ya no nos sorprende nada, en la que la lectura es tan fugaz que no nos paramos a disfrutar o no de aquello que pacientemente alguien escribe. Nuestras mentes pasan de la indignación a la sonrisa, al hastío, a la felicidad, de una manera tan vertiginosa que pocos minutos más tarde aquella sensación, por otra parte efímera, queda caduca y relegada al olvido más engañoso, porque siempre habrá alguien que de un chasquido será capaz de recordarte aquello que fue leído. En eso el cerebro es muy sagaz.

Es imposible analizar absolutamente todas las noticias que surgen cada día, pero yo me quedo con la triste muerte de Dylan, el pequeño de cuatro meses que murió el pasado día 20 de febrero en la Corrala de la Bahía en la ciudad de Cádiz. Todavía con prudencia porque se están investigando las causas del fallecimiento, la realidad es que vivía con sus padres y con sus hermanos en una especie de tugurio sin agua y sin luz. Los portavoces de la Corrala aseguran que allí no se pasa frío, que hay mantas y comida pero a mí se me ocurre que ese niño también es de Rajoy, como todos los miles de niños que soportan cada día la humillación del desahucio, del hambre, del suicidio, de la ignominia y la bajeza.

Rajoy sigue allí en su pedestal maquillando los datos del paro y creando falsas expectativas para intentar quedarse en el sillón de oro que lo sustenta. Sin rubor mira hacia otro lado para evitar encontrarse con la mirada de esos niños desvalidos que existen a miles en todo el país y que procuran subsanar sus desgracias con alguna que otra sonrisa. Ya no se vive, se sobrevive a duras penas con la caridad de las personas de buena fe y con la fe como única salida. Precisamente la alcaldesa de Cádiz apeló en su momento a la Virgen del Rocío para que resolviera el problema del paro. Teófila Martínez, defensora a ultranza de la familia y anti-abortista declarada, se enfunda cada año su peineta y su mantilla con báculo en mano para desfilar junto a la Guardia Civil detrás de algún paso de la Semana Santa gaditana. Me imagino que en sus pensamientos dirigidos a la Virgen orará por todos sus conciudadanos. Esta vez tendrá un motivo más que necesario para asistir, pues tendrá que limpiar su conciencia por la muerte de Dylan. Teófila recordará claramente cuando una vecina, Rosario González, apeló con cordura y juicio al pleno que revocara la orden de desahucio de una vivienda municipal que había ocupado. Como era de esperar, el PP no dio respuesta a las demandas de esta ciudadana que en un acto de desfogue comprensible la llamó “hija de puta”, siendo condenada por una jueza al pago de 100 euros de multa. La tacita de plata, como es llamada la bellísima ciudad de Cádiz, languidece, como otras muchas, como consecuencia de los innumerables casos de corrupción, a los que Teófila no es ajena. Pero ella no sufre; una visita al confesionario lo arregla todo.

Hoy 28 de febrero se cumplen siete años de la famosa disertación de Rajoy sobre el futuro de los españoles. La niña de Rajoy se convirtió entonces en un alegato a favor de un futuro lleno de oportunidades para los jóvenes. Él quería que aquella niña imaginaria tuviera una vivienda digna y unos padres con trabajo, que éstos estuvieran en todo momento atendidos; que tuviera derecho a una educación “buena como la mejor”, independientemente de su lugar de nacimiento, que su nivel de conocimientos de idiomas extranjeros fuera tan espectacular que se paseara por el mundo sin complejos y que naciera en libertad, que no tuviera miedo a las ideas de los demás. Además, tendría el inmenso orgullo de ser española, porque España le ofrecería las mejores oportunidades. Sería gracioso si no fuera patético ver como siete años después se ha convertido en un conglomerado de mentiras y ha desembocado en una tremenda desgracia. Ya en su momento se tildó de cuento chino y alentó decenas de chistes, pero ahora se llena de vergüenza y de dolor.

Se supone que los padres de Dylan vieron aquellas declaraciones cargadas de buenas intenciones, como otras muchas en periodo electoral. Puede ser que incluso se las creyeran y le votaran. El panorama ahora es desalentador: ni los padres tienen trabajo, ni una vivienda en condiciones y perdieron a su hijo. No son los únicos. Ahora me queda más claro que los cuentos nunca se cumplen. Pero eso Rajoy ya lo sabía.

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