Foto portada: un bebé fallecido en el mar. Autor: Proactiva Open Arms.

Opinión de Josep Asensio: ‘Miradas’

No es la primera vez que subrayo el poder de las imágenes frente a la palabra. La televisión antes, el ordenador después y más recientemente tablets y móviles, cumplen de manera desorganizada la función informativa que todo ser humano pretende conocer. No es fácil seleccionar y concretizar el grueso de lo que nos llega y el cerebro intenta de alguna manera hacer una selección que pueda permanecer en nuestras memorias, contribuyendo así a entender este mundo loco que nos ha tocado vivir. Así pues, la imagen puede habitar por más tiempo que la palabra, según muchos estudios, y hacer de vínculo con la expresión, pues desencadena una serie de estímulos lingüísticos inmediatos, ejerciendo de alguna manera de esquema, de croquis, que facilita nuestras explicaciones.

No obstante, presiento que muchas de esas fotografías, dibujos o representaciones son efímeras, como las de un teléfono móvil que hay que borrar para que quepan otras que sufrirán el mismo castigo. Muchas de esas instantáneas, convertidas en verdaderos iconos y metáforas de la vida real, se agarran a nuestra memoria de una manera especial y no se someten a la daga mortífera del olvido, esperando una reacción que las salve para siempre. Relacionado con la imagen, el teatro cumple también esa función embaucadora capaz de alterar nuestros pensamientos. Pablo Remón, director de 40 años de paz, se pregunta por el sentido de la narración, de la historia pasada, de la necesidad de recordar para entender lo que va sucediendo. “Necesitamos el pasado para entender el presente. El pasado cuenta el presente, nos cuenta”, afirma.

Niños sirios en un campo de refugiados jordano, el año pasado.
Niños sirios en un campo de refugiados jordano, el año pasado.

En toda esta coyuntura, parecería una incongruencia apelar en exclusiva a la imagen, a la representación plástica para poder descifrar la información, aunque la plasmación sencilla o compleja de un hecho desencadena inevitablemente una cascada de conceptos perturbadores en muchas ocasiones. En mi caso siempre han sido las miradas de los niños las que han trastornado mi quehacer diario y mi sueño. En los innumerables conflictos bélicos, en las catástrofes naturales, en las noticias de ablaciones, torturas, hambre, casos de pederastia, tráficos de órganos y demás aberraciones, se entrecruzan las miradas perdidas de chiquillos que anhelan un poco de felicidad, una atención que les llega con cuentagotas y una mano que los saque de la barbarie y de la incomprensión. Miles, decenas de miles de niños mueren cada día en el mundo víctimas del horror. Convertidos en simples noticias o reportajes, se mezclan repulsivamente con magnates del petróleo, jugadores de fútbol o cantantes de moda. Otros, con permanente tristeza, sin lágrimas que derramar, deambulan buscando una comprensión que no aparece.

La visión de Aylan Kurdi, el niño sirio muerto en una playa de Turquía, encendió todas las alarmas y desencadenó una ola de presión a las autoridades europeas. Varios meses después, la desvergüenza se apodera de los políticos que miran hacia otro lado después de lanzar una campaña publicitaria a favor de la acogida de miles de sirios. De los casi 18.000 que vendrán a España nada se sabe. Parece que siguen en las fronteras de Grecia, Turquía, Hungría y Alemania a la espera de que alguien se digne a contar con ellos. Menos mal que organizaciones como Proactiva Open Arms se parten el pecho a diario en Lesbos y Chios para poder sacar del las aguas del Mediterráneo a miles de personas que huyen de la guerra. La otra cara de la moneda, aún más triste si cabe, la forman los partidos racistas que se manifiestan por toda Europa contra el auge del islam.

La mayoría de esos refugiados son niños. Y según datos de Europol, unos 10.000 han desaparecido. ¿Es eso posible? Una vez más el drama se cierne sobre criaturas indefensas, seguramente huérfanas que llegan solas sin cobijo familiar de ningún tipo. El aprovechamiento de las mafias es aquí repugnante y aún más el de estados supuestamente democráticos que ofrecen migajas a otros países para que paren a los migrantes.

Chalecos salvavidas apilados en las costas de la isla de Lesbos. Autor: Proactiva Open Arms.
Chalecos salvavidas apilados en las costas de la isla de Lesbos. Autor: Proactiva Open Arms.

Imposible permanecer inactivo ante tanta crueldad. No hay salida a la muerte. Por mucho que nos descoloque la visión de los restos de un niño en una playa, ya no podemos hacer nada, excepto movilizarnos para evitar que suceda de nuevo. Esas miradas de desconsuelo, de abatimiento y de amargura de los que sí que sobreviven no son más que una llamada a no olvidar. Desde nuestros hogares seguramente no somos capaces de dilucidar qué es lo más correcto, cómo ayudar o cómo reaccionar. En esos momentos es cuando interviene el pensamiento y transforma esos ojos de desolación en locuacidad competente para abrirlos a otros que, fruto de la manipulación o la ignorancia permanecen cerrados. La palabra cristaliza en comprensión absoluta hacia unos pequeños seres que huyen del horror para encontrar la dignidad.

Nos zafamos de lo que pueda hacernos daño, pero olvidamos que la desgracia forma parte de nuestros valores para interpretar los de los demás. Esos niños intentan alterar nuestras conciencias para que no arrinconemos el pasado, para advertirnos que mañana nos puede tocar a nosotros, que ya nuestros antepasados sufrieron en sus carnes el desprecio de Europa, en campos de concentración en largas playas francesas, una vergüenza todavía hoy ignorada. Esos niños claman no solo por ellos mismos sino por la perpetuación de la memoria histórica, por la enseñanza del pasado para entender el presente y no repetir el futuro. No lo olvidemos.

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