Generación pantalla

Opinión: ‘Generación pantalla’

No voy a descubrir la sopa de ajo ahora. Ya hace tiempo que vemos a los adolescentes pendientes de la pantalla, de la que sea, aunque ahora más que nunca de portátiles y móviles.

Recuerdo que los profesores de hace cuarenta o cincuenta años se echaban las manos a la cabeza cuando la televisión se convirtió en un aparato de consumo global. Unos años antes muy pocos podían permitírsela, pero allá por los años 70 casi había un televisor en cada hogar. Las series, los concursos y los documentales se integraron como un elemento más en la unidad familiar de aquella época. Los educadores alertaban del peligro de convertirse en adictos a la tele y aconsejaban a los padres mesura y no más de una hora al día delante de la pantalla. Aún recuerdo como mi padre me prohibió que viera la serie Historias para no dormir, de Narciso Ibáñez Serrador, pues sus altas dosis de terror podían impedir mi sueño tranquilo de adolescente y consecuentemente derivar en pesadillas horribles, amén de interferir en los estudios, que eran lo más importante.

Eso sí que eran padres implicados en la educación de los hijos, que, a pesar de lo que pudiera pensarse, no eran dictadores, sino más bien “protectores” de sus hijos y “cuidadores” de su educación. Como debe ser. Esos mismos padres, con acierto o con desatino, nos sentaban delante de la tele para ver programas más “sanos”, sin ninguna intención aparentemente maliciosa y por ese motivo conocemos al dedillo La casa de la pradera, Heidi o Un,dos,tres… responda otra vez.

Pero el tiempo pasa inexorablemente y aquel temor se convierte ahora en pánico cuando nos percatamos padres y profesores que la pantalla inunda la vida de nuestros jóvenes, más para mal que para bien. El acceso rápido a la información produce el efecto contrario al que se desea. Los “rincones del vago” y las “wikipedias” son meras enciclopedias donde el bendito que se mete practica el “recorta y pega” la mayoría de las veces, sin análisis profundo y sin lectura previa. El trabajo se presenta, limpio, en pen o en papel, con fotos también extraídas de la red y con caracteres que el profesor o la profesora han incluido en sus pautas.

Pudiera pensarse que estoy en contra del progreso; nada más lejos de la realidad. En mi época íbamos a la biblioteca, donde teníamos que leernos todo, absolutamente todo, para poder resumir más tarde. Las fotocopias iban contadas pues eran caras y tenían un límite. Y si querías fotos, también fotocopiadas, en blanco y negro. Las idas y venidas a la biblioteca eran constantes y muchas veces con un desenlace algo decepcionante porque no siempre se encontraba aquello que buscabas. En el siglo XXI con un solo clic se produce el milagro y aparece en pantalla lo deseado. Nada que envidiar a lo que sucedía hace cincuenta años.

Pero todo este camino andado nos ha llevado también a un menor interés por la palabra, por el sentimiento en definitiva, lo que conlleva también una falta de respeto absoluta por parte de la mayoría de los jóvenes a las explicaciones, ya no solo del profesor, sino de cualquier persona que quiera expresar algo. Recuerdo hace ya más de veinte años que un profesor de historia invitó a su clase a un superviviente del campo de concentración de Mauthausen. Los alumnos permanecieron en silencio más de una hora escuchando las atrocidades que se cometieron y la experiencia del asistente. Al finalizar, se alzaron montones de brazos ávidos de respuestas a innumerables preguntas.

Eso ya no pasa ahora. La pantalla se ha comido la sensibilidad, el gusto por la locución y la palabra bien escrita. Los alumnos ya no redactan, no resumen y acaban sin saber lo que dicen. El respeto se pierde y la rapidez del momento es lo que vale. Escuchar a un escritor, a un guía turístico, a un entendido en cualquier materia ya no es importante. Solamente unos pocos acceden a esos estadios de la mente que facilitan el desarrollo personal y la mayoría permanecen como atontados en medio del desierto. Mucho tienen que cambiar las cosas para que estos últimos accedan a ese nivel que conforma la personalidad y que implica conocimiento, respeto y tolerancia.

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