Dibujo para artículo 'Justicia cósmica'

Opinión: ‘Justicia cósmica’

“Dios no existe, pero hay algo”. Con esta rotunda frase me sorprendió hace unos meses un amigo que destacaba por tener muy clara la negación absoluta de un ser superior que nos vigila en todo momento. A pesar de sus convicciones, en los últimos tiempos se había tornado un poco escéptico y dudaba de las afirmaciones efectuadas durante toda su vida. En estas últimas semanas de vida me había convocado para hablarme de una libreta que guardaba celosamente en un buró y en el que había anotado con detalle una serie de elementos, coincidencias y acontecimientos que, según él, demostraban que nada era casual y que todo cuanto hacemos en esta vida lo pagamos también aquí mismo y no en el cielo, en el purgatorio o en el infierno.

Múltiples ejemplos corroboraban una y otra vez sus descubrimientos. En una ocasión me contó que había un vecino que no quería que se instalara el ascensor. Decía que él no lo necesitaba y que era bueno para la salud subir y bajar escaleras. Naturalmente se negaba en todas las reuniones a su colocación hasta que los vecinos, hartos de su obcecación, optaron por pedir la presencia de un mediador. No hizo falta; pocos meses después, a este vecino tuvieron que amputarle una pierna y entonces no tuvo más remedio que ceder. Otro día me explicó el caso de un hijo que protestó por tener que llevar a parte de su familia en coche y eso le acarreaba algunos problemas. Se enfadó con su padre y casualmente el coche se estropeó durante quince días.

Como si de una sucesión de acontecimientos se tratara, seguía el relato de sus vivencias con ejemplos variopintos como el de varios personajes importantes de su ciudad que habían actuado con maldad y que lo habían pagado con la muerte de familiares o simplemente con la desgracia de tener dinero y no ser felices. Remarcaba el hecho de personas que despreciaban a otras por ser diferentes y más tarde padecían en sus propias carnes esa diferencia: homófobos con hijos homosexuales; ateos con familiares religiosos; racistas con parientes de color y un largo etcétera de pequeñas y grandes coincidencias que le hacían sospechar de la relación entre la conducta humana y el destino fatal en la mayoría de los casos. También el caso de personas que habían sufrido desgracias y más tarde tenían una recompensa en forma de dinero o de alguna alegría inesperada.

No dejaba de sorprenderme la inverosimilitud del estudio efectuado durante tantos años, pero una vez escuchados los pormenores de todos los casos hice un hueco en mi ajetreada agenda y cuál fue mi sorpresa al observar que yo también conocía varios casos parecidos y en los que nunca me había parado a pensar. En mis relaciones diarias también se encontraban conocidos a los que yo consideraba “éticamente incorrectos” y que paradójicamente también habían sufrido algunas desgracias en sus vidas, aunque no podía de ninguna manera concluir que éstas eran producto de la maldad humana.

Aún teniendo en cuenta la fragilidad del estudio de mi amigo, muchas veces nos encontramos en nuestra sociedad actual diferentes tipos de personas que buscan el ascenso social rápido al coste que sea, rompiendo el equilibrio existente en la propia sociedad. En este tema y en otros parece que se ha instalado en nuestros días la anti-ética, es decir, que quien actúa “correctamente” pasa por ser estúpido y el que rompe todas las reglas, utiliza el enchufe, la mentira, el engaño y toda clase de artimañas para colocarse si puede ser de por vida, logra, además el reconocimiento de esa sociedad que ya tiene bastante asumido que no hay nada que hacer, mejor dicho, hacer lo mismo.

Ojo de Dios

Durante esta semana he tenido la oportunidad de leer dos entrevistas a sendos actores que llevan muchos años en la profesión y que surgieron de la serie 7 Vidas: Javier Cámara y Blanca Portillo. Ambos coincidían en criticar a la generación que sube en el sentido que buscaban el éxito rápido y que no comprendían que hubiera actores que conseguían triunfar después de veinte años de trabajo muy duro. Muchos de estos jóvenes se convertían en “pobres niños ricos”, con dinero pero sin la felicidad ansiada. Los dos actores hacían también mención a la importancia de las pequeñas cosas. Blanca Portillo ponía como ejemplo el hecho de coger el carro el sábado e ir a la compra. Para ella, seguir con las actividades de siempre le impedía subir al pedestal al que muchos han llegado y del que nunca pueden bajar.

Finalmente, la lectura de La Novena Revelación de James Redfield, que recomiendo encarecidamente, tiene bastante relación con las teorías de mi amigo puesto que nos habla de una energía que fluye y que de nosotros depende que sea positiva o negativa. Muchos de nosotros nos dedicamos a robar la energía positiva de los demás, ignorando que de este modo nos cargamos con energía negativa. Según el autor de este relato, cuanta más energía positiva produzcamos y demos a los demás, menos posibilidades tendremos de poseer la negativa.

Ahí queda la cosa. Al morir mi amigo pregunté a sus familiares por su libreta. Quería saber más: nombres y apellidos, cargos y posiciones de las personas de las que me había hablado. Pero, curiosamente, nadie sabía nada de ella. Quizás mejor. Aunque no es ningún misterio que el refranero español está lleno de magníficas referencias al asunto que se traía entre manos: “Quien la hace, la paga” y “ a todo cerdo le llega su San Martín”.

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