Opinión: ‘¿Medallas?’

Hace unos años, un político algo frustrado porque no había podido llegar donde quería, le decía a otro que, pese a llevar menos tiempo en el cargo del que disfrutaba, había conseguido algo más: “Por lo menos tú ya has pasado a la historia… ”, refiriéndose, claro está, a que había logrado colocar su nombre en algún archivo, o en algún diario local, provincial o algo por el estilo.

Me vienen entonces a la mente una serie de imágenes de personajes y personajillos que, por haber estado en algún momento de su vida en algún cargo “importante”, o dirigido una asociación o apegados al poder reinante en el momento, van a ver publicados sus nombres más allá de donde todo ser humano tiene que verlos algún día. Porque, no nos engañemos, gran parte de las medallas que se conceden anualmente en los ayuntamientos que instauraron ese “premio” pertenecen a estómagos agradecidos, silencios comprados, amigos del partido o yo-me-busco-las-firmas-y-ya-la-tengo (la medalla, claro). Todos mis respetos, claro está, por las personas o instituciones que acceden a ella limpiamente, que las hay.

Y, de repente, me río un poco de esa situación, porque parece ser que para el político de mis primeras líneas y para muchas personas de este siglo XXI, la única finalidad en esta vida está es “pasar a la historia” más o menos bien, eso parece que importa poco, pero que, al menos tu nombre permanezca por los siglos de los siglos en un papel que, inexorablemente, se tornará amarillo con los años o en un pedazo de hierro fundido colgado en lo alto de un muro.

No me consta que para lograr ese “preciado galardón” haya que superar unas determinadas pruebas o que miles de personas avalen la labor del personaje. A veces bastan unos pocos aplausos y la complicidad de los amiguetes de turno. Miles de personas en todo el mundo nunca verán sus nombres publicados en ningún sitio. Su trabajo diario, su sufrimiento incluso, nunca merecerá el reconocimiento de nadie. Vecinos nuestros que a duras penas llegan a final de mes; la enfermera que diariamente intenta alegrar la vida, la poca vida, de enfermos terminales; los médicos que operan miles de pacientes al año; los profesores que luchan contra reloj para inserir a sus alumnos en una sociedad cada vez más brutal; los trabajadores de todas las residencias de ancianos, donde se respira el olor a muerte en cada rincón; los políticos honestos, que también los hay, que únicamente buscan mejorar la situación de sus conciudadanos; el sacerdote que, fiel a sus convicciones, intenta involucrar más a sus feligreses; los miles de inmigrantes que trabajan de sol a sol, con míseros sueldos, para simplemente poder subsistir; aquel maestro que acude al hospital de niños con cáncer para, con un nudo en la garganta, intentar que el soplo de vida que lleva dentro no se extinga; aquellas personas que, a través del teléfono, intentan ayudar a otras que están pasándolo mal…

Maruja Ruíz, una activista vecinal del barrio de la Prosperitat de Barcelona, también consiguió su medalla a propuesta del Consejo del distrito. Pero ella, fiel a sus convicciones, tuvo el valor de rechazarla justo en el momento en el que el alcalde de Barcelona, Xavier Trias, se la iba a imponer. El Saló de Cent, testigo mudo de importantes celebraciones, reaccionó, como no podía ser de otra manera, dividido. Los amigos de Maruja la ovacionaron, mientras los políticos, todos ellos, miraban hacia otro lado. Maruja Ruíz declaró que no podía aceptar esa medalla de un gobierno que recortaba todo por lo que ella había luchado.

Seguramente estas personas nunca pasarán a la historia. Pero quizás lo mejor es que tampoco lo pretenden. Porque para ellas, la simple, pero importantísima labor que desempeñan es más que suficiente para lograr esa paz interior que todo ser humano necesita. Seguramente, muchos de los que conservan delicadamente su medalla, recorte o foto con la autoridad, sienten el remordimiento de saber que nunca hicieron nada para merecerla, pero, peor aún, nunca nadie se acordará de su paso por esta vida, mientras que aquellos que nunca salieron en la foto, tendrán el gran honor de pasar de boca en boca, de pensamiento en pensamiento, durante varias generaciones.

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