Hernan Migoya. Autor: David B.

Hernán Migoya, escritor y guionista: “Fue un estigma pero ‘Todas putas’ va a ser mi franquicia”

El periodista, escritor y guionista de cine y cómic Hernán Migoya y sus 30 años de trayectoria atesoran más que un escándalo mayúsculo, el de Todas putas. Pero aquella historia le persigue sin fin desde aquel momento. Entonces vilipendiado y golpeado por un relato maldito, después reivindicado y redimido por una obra que ahora ya es su “fetiche”. A lo largo de su trayectoria ha publicado Una, grande y zombi, Los que murieron te saludan o Baricentro y ha coordinado la adaptación a cómic de la saga Carvalho de Manuel Vázquez Montalbán, entre otras.

Después del éxito de la historia personal ambientada en Barberà Baricentro, acaba de publicar su última novela, Cleo, donde vuelve a lo fantástico, a punto de emprender su vuelta al Perú, país que le acogió y le acoge y al que volverá en breve a residir. Cleo será presentado el próximo 7 de julio en la Llar del Llibre, junto a la escritora Anna Fité y el periodista Xavi Rosell.

A la hora de preparar la entrevista tenía la duda de si tener el muerto de ‘Todas putas’ toda la entrevista en el armario o sacarlo desde el principio y quitárnoslo de encima. Ahora pronto hará 20 años de aquello. Cómo le marcó?
La historia de Todas putas es un estigma que ahora ya abrazo. Fue muy duro porque ya llevaba 10 años trabajando en el mundo del cómic y tenía un cierto nombre pero para el mundo literario yo no era nadie.

Todas putas fue el primer libro de Migoya. Un libro de relatos, de cuentos de ficción. Entre los personajes había un pederasta o un proxeneta. El libro pasó más o menos desapercibido hasta que su editora, Miriam Tey, fue nombrada directora del Instituto de la Mujer por el PP. Ahí se armó el Belén, se acusó al libro de hacer apología de la violación y se entró la batalla partidista, con muchas columnas de la prensa más crispada atacando a la editora y al autor. El volumen estuvo a punto de ser retirado de la circulación. A día de hoy está agotado.  

Fui muy fácil de machacar. Además, no jugué al juego de aprovechar el escándalo para hacer promoción. Quizás por la bisoñez de pensar que el libro se defendía por si solo. Veía ridículo hablar sobre la moralidad de un libro. Para mí los libros son libros. Es ridículo ponerse guantes para leer al marqués de Sade.

¿Se te cerraron puertas?
Muchas. Los grandes medios jamás me aceptaron como colaborador. Hubo gente que me defendió. Pero incluso en Barberà, en mi pueblo, nunca me han pedido desde las instituciones que haga alguna actividad cultural relacionada con los medios culturales de Barberà. La primera vez que me he sentido un poco querido fue gracias a la librería Niu de lletres, que organizó una presentación de Baricentro hace unos meses. Esa ha sido la primera actividad en la que me he sentido, después de 30 años trabajando en el cómic y el mundo literario, un poco valorado en mi pueblo. Hay un cierto estigma.

24 horas después de la entrevista, Migoya explica que la biblioteca de Barberà formará parte del jurado de un concurso de microrelatos.

Aquel escándalo fue mayúsculo. Y se produjo a principios de los años 2000, casi 30 años después del final de la dictadura.
Los 70 fueron una ola de libertad. La izquierda era más libre, más libertaria. De repente todo el mundo se puso serio y empezó a decir que había temas de los que no podía uno reírse. Dicen que Todas putas fue el primer ejemplo de cultura de la cancelación, lo que no deja de ser una inducción a la censura de toda la vida. Y yo digo: ¿para qué es la ficción si no me puedo reír de todo? Si la ficción debe ser moralista como la vida real, para qué es la ficción?

Con el tiempo Todas putas ha sido reivindicado en gran medida por lectoras feministas. Mis mejores amigas son feministas supercañeras, muy independientes y punkies. Pero sí hubo en 2003 alguna queja del sector más carpetovetónico e intolerante, apoyado por el primer caso probablemente registrado en España de ‘falsos aliados’. Hubo un montón de tíos puteros que me dieron palos muy fuertes. Tíos que se las querían dar de guays y me destrozaron para ponerse medallistas. Se sumaron al linchamiento.

Darle duro a Migoya sumaba.
Uno de los temas principales de mi obra siempre ha sido desenmascarar la hipocresía. Siempre me ha parecido el gran mal humano. Más que la maldad. La maldad es reconocible. Pero las grandes desgracias de la humanidad vienen de la gente que aparenta ser lo que no es.

O de la estupidez.
Digamos que los dirigentes son hipócritas y los estúpidos son los que siguen eso y cumplen órdenes.

En aquel escándalo uno de los autores que rompieron una lanza a favor suyo fue Mario Vargas Llosa, el escritor peruano por antonomasia. Curiosamente muchos años después fuiste a vivir a ese país. Fue la primera vez que Perú se cruzó en su camino.
Lo de Vargas Llosa fue un antes y un después. Él escribió sobre Todas putas y ahí todos recularon. Fue como si Moisés hubiese abierto las aguas y se sintieron avergonzados porque les llamó censores e inquisidores. Y luego, en 2005, se cruzó Perú en mi vida, sí. Empecé a ir dos meses al año. En 2013 al separarme mi exesposa se quedó aquí en España, porque Perú es muy duro, y yo me fui al Perú.

Ella fue secuestrada de joven.
Expliqué su historia en una novela gráfica que se llama Plagio: el sucuestro de Melina. Fue secuestrada tres días con 18 años. Si vives en Perú y conoces ese caos y la inseguridad prefieres vivir en Europa. Es peligroso. Atracos. Hay violencia. Racismo. Yo con hijos no viviría allí. Pero yo, que he crecido en Europa y sé lo aburrido que es esto, cuando descubrí aquel caos me enamoré de él. Y me quedo con ese caos. Es un país lleno de vida que me encanta.

Después de Todas putas vino una segunda parte y luego un cómic hecho por mujeres. La cicatriz del escándalo debe estar bien cerrada.
Hice Putas es poco riéndome un poco de lo sucedido y después para más recochineo sacamos una maravillosa novela gráfica dibujada por 15 autoras fantásticas de España y Latinoamérica. Y en abril del 2023 para el 20 aniversario sacaremos un nuevo volumen con la editorial Dolmen y reeditaremos los dos primeros. Fue un estigma pero Todas putas va a ser mi franquicia.

Hernan Migoya. Autor: David B.

De ser un estigma a ser la franquicia.
Es por lo único que me pagan jaja.  

¿Es su libro más vendido?
Sí, 50.000 ejemplares. Está muy bien. Además Todas putas es un buen sitio. Es un formato muy agradecido para hacer cuentos. Y como los cuentos no venden nada, si los vendemos con la etiqueta Todas putas es fantástico.

En ese libro estigma que se ha acabado convirtiendo en libro fetiche, ¿Migoya se siente siente reconocido?¿Te gustas?
Totalmente. Soy yo al 100 por cien. Ahora lo están traduciendo al francés y lo he tenido que revisar. Flipaba porque decía de mí mismo: ‘que valiente era’. Y segundo: ‘es exactamente lo que quise escribir’. Sé que me recordarán por ese libro y ese libro me gusta.

Cuando pasó todo aquello, ya tenías una trayectoria. Con 21 años fuiste director de la revista El víbora, que ahora quizás no suena pero en su momento era bastante importante en su sector.
Del mundo underground era la más popular. Le llamaban ‘cómics para supervivientes’. Aglutinaba todo lo que hoy llamarías cómic independiente. Pero estaban los grandes del cómic español y estadounidense de la contracultura: Max, Nazario, Robert Crumb, Peter Bagge, Miguel Ángel Martínez, Iron (de Sabadell, que para mí es el mejor dibujante de Catalunya). Iron dejó los cómics hace 25 años y se fue a Alemania, puso una tienda de tatuajes y le fue de maravilla.

¿Qué queda de todo ese mundo del Víbora?
Creo que quedó todo un espíritu. Aroha Travé, que es de Rubí, ha sido premio del Salón del Cómic a la mejor autora novel con Carne de cañón, una novela gráfica del extrarradio. La leo y reconozco toda la impronta, el estilo de los 90 en El víbora que yo coordiné. Nos queremos un montón. Siento un reflejo en la gente joven de algo como lo que hicimos nosotros. Esta tía va a ser Robert Crumb en España. Aparte de eso, quedan un montón de cincuentones nostálgicos. Y la confirmación de que la historia nos dio la razón. A mi me tocó renovar El víbora del 92 al 98. Había bajado mucho de ventas después de la transición y la efervescencia de los quioscos. Y lo conseguimos. Pero en aquel momento me odiaron a muerte.

Hernan Migoya. Autor: David B.
Hernan Migoya. Autor: David B.

¿Quién y por qué?
Los antiguos lectores de la revista, que no aceptaban el cambio, y gran parte de la crítica. Había cartas abiertas pidiendo que me echaran. Renové a saco la revista, puse a autores que me molaban y que podían remontarla. Me insultaban, pedían mi cabeza. Fui muy odiado pero con el paso de los años la siguiente generación de lectores recuerda mi época como muy buena: ‘eso sí que molaba’, ‘los mejores años de mi juventud’… ese sentimiento de los lectores que llegaron jóvenes a nuestra etapa sustituyó al de los veteranos que me querían matar en los 90

¿Cómo llega un chaval de Barberà con 21 años sin grandes contactos a dirigir aquello?
Sonó la flauta. Mi mejor virtud es que siempre fui muy lanzado. Muchos autores a veces no cumplen sus sueños por timidez. Eso nunca lo he tenido. Me vieron un chico serio currando. Hacía un programa sobre tebeos en Radio Barberà de cuyo nombre ni me acuerdo. Tenía 19 años y la alianza de una tienda de cómics de aquí de Sabadell. En las galerías de la Rambla con unas columnas. Creo que se llamaba Supertotem o algo así. Me pasaban cómics para que pudiera estar al día y yo les daba el patrocinio del programa. Regalábamos cómics, me fui a entrevistar a Jaime Martín, me fui a Angulema a hacer una crónica y empecé a publicar en la otra gran revista del underground, Makoki, en la plaza Sant Josep Oriol de Barcelona. Allí conocí a la editorial La Cúpula, los del Víbora. . Me presenté en la editorial y presenté mis guiones de cómic. Ellos vieron mi currículum, también tenía una sección de cómic en el Diari de Sabadell. Y el productor, el segundo de a bordo, Emilio Bernárdez, que ahora es el editor, me llamó para hacer una prueba. Pero me dijo que necesitaban urgentemente un redactor jefe. Yo estaba estudiando Periodismo. Me probaron la redacción. Superé la prueba y entré.

El primer día me metieron en una mesita al fondo y me vino un autor muy reconocido a vender una serie para El víbora. Era un gran autor y le dije que aceptábamos seguro. Cuando se fue, llegaron los de la editorial que no le hiciera ni caso. Que era muy estafador y que solo quería cobrar. Además había rollos de droga. Yo pensé: ‘dios mío, mi madre tenía razón; estos del underground son todos unos drogadictos jajaja’. Pero ahí estuve más de siete años. Fue maravilloso: el primer año me fui a San Diego acreditado, pagándomelo yo, de scout para captar cómics y autores para España.

En Interviu se decía que las tetas pagaban el buen periodismo que se hacía. ¿Pasaba lo mismo en El víbora? ¿Cómo lo sentías?
Pasaba sí. Hoy día se reniega de eso pero antes no lo hacía nadie. Yo estaba feliz. Me encanta la cultura popular, el porno, el erotismo, los géneros, los subgéneros, el terror… la realidad era esa. Kiss cómics vendía 40.000 y El víbora 12.000, como mucho 15.000. Con Kiss pagábamos no solo muchos sueldos sino también colecciones de cómic underground que vendían muy poco como la colección Brut. Esa colección de grapa se pudo publicar gracias al dinero de Kiss.

Lo que me sabe mal es que el estamento del cómic se olvide de Kiss y las grandes historias que salieron. Nadie se atreve a hablar de eso porque tienen pánico al nuevo orden moral. Tienen pánico a que les juzguen por eso. Nadie quiere abrir esa caja de Pandora. Pero había material brutal.

Maravilloso como una historieta porno de Beto Hernández, las historietas The girl de Kevin J.Taylor. Un cómic porno maravilloso. Yo lo mido todo por el aspecto estético, jamás por el moral. Jamás. Publiqué allí Llibertat. No soy independentista y nunca hablo de eso pero lo respecto muchísimo. Gat, que era un dibujante megaindependentista, publicó una serie sobre la heroína Llibertat. El tipo dibujaba tan bien que lo publicamos.

Mucha gente del resto de España nos quería cortar los huevos. Y yo decía: ‘si le dierais más importancia al arte y menos a las ideas conviviríamos mejor’.

¿De dónde surge su vocación literaria y por el cómic?
De pequeño leía mucho libro. Siempre supe que sería escritor. Con la colección Club del misterio, una colección de fascículos de novelas clásicas policíacas ilustradas. Tenía claro que iba a escribir. Pero a los 14 se cruzó el cómic en mi vida. De repente mi hermano compraba Iron man el hombre de hierro en el 84 y yo Alpha Flight, de superhéroes canadienses. Al contrario de lo que suele pasar, empecé con  la literatura y recalé en los cómics.

Recuerdo perfectamente la noche que leí la saga de Electra, una historia de principio y final dentro de la colección de Daredevil, hecha por Frank Miller. Esa saga, que aquí se publicó como miniserie en formato prestigio, me impactó de tal manera con 15 años y me emocionó tanto que dije: ‘yo quiero hacer esto’. ‘Yo quiero ser como Frank Miller’. Me vine a unas clases de cómic aquí en Sabadell. Tampoco me acuerdo donde. Una academia de dibujo preciosa, con un patio interior. Estuvo de puta madre. Era genial pero con cinco o seis clases ya vi que era un patán para el dibujo. Me di cuenta que a mí me interesaba contar la historia y que otro tipo pusiera su talento para ilustrar. Ahí empecé. Mi primer personaje fue un tío duro gay. Con una estrellita aquí en el pómulo, purpurina y resolviendo casos. Ya el rollo sexual empezaba a salir. Reivindicando que la homosexualidad también podía ser épica, y que un justiciero gai podría ser de puta madre.

Ha hecho varias referencias a Sabadell, aunque haces bandera de barberense. Qué papel ha tenido Sabadell en su vida?
Detesto Sabadell estéticamente. Me parece horrorosa. Pero le debo muchísimo. Para empezar el mundo del cine. Barberà no tenía nada. Aunque mi primera vagina en imagen la vi en el Casal de Cultura de Barberà. La pasaban para todos los públicos jajaja. Era la película Barcelona sur, de Jordi Cadena creo. Un primer plano del pubis de la protagonista. Pelirrojo. Todos teníamos 10 años y estábamos flipando. Pero aparte del cine Cooperativa no sé qué demonios de autarquía había en Barberà que no había nada: ni locales nocturnos, ni discotecas… nada de nada en un pueblo que por otro lado tenía mucha vida de barrio.

Toda esa vida que no hice en Barberà la hice en Sabadell. Recuerdo mi primera excursión al cine Sabadell a ver Cavernícola. Mad max. La primera vez que fui solo al cien fue al estreno de Terminator, que era vista como una peli de terror, de mayores. Indiana Jones el templo maldito fue la peli que me cambió la vida. Fue la peli que más boquiabierto me ha dejado. Y fue en el Euterpe. Venía andando desde el confín de Barberà. 45 minutos porque la semanada me daba solo para la entrada, no para el bus. Venía al Rambla, donde vi Los Inmortales, al Euterpe o al cine Sabadell, que lo quitaron pronto. A Sabadell le debo mi primer trabajo en prensa escrita, en el Diari de Sabadell. Siempre me trataron de maravilla: desde Ramón [Rodríguez Zorrilla], el director, hasta Xavi Rosell, que fue la primera persona frívola del mundo cultural español que conocí. Xavi fue un faro para mí.

Me encanta la frivolidad y España es tan católica, es intensa. Todo es intenso en la ficción. Todo es ‘los pobres como sufren’. Y eso es lo que se apoya. Esa imagen maniquea, dramática. La cultura que me gusta es la británica, muy frívola. Oscar Wilde aquí sería impensable. Álvaro Retana fue nuestro Oscar Wilde y es un absoluto desconocido. Nadie lo recuerda. Hacía novelitas eróticas muy bonitas. Xavi Rosell fue un tío que se lo pasaba bien haciendo lo que le gustaba en el mundo cultural. Un descubrimiento. En el Diari de Sabadell me dieron una sección de entrevistas a autores de cómic que me permitió conocer a Salvador Fabà, a autores de Bruguera, a Iron, a un montón de dibujantes interesantes que luego me permitieron hacerme profesional.

Ha vivido muchos años en el Perú.
De 2013 a 2020.

Vivió por ejemplo todo el procés desde el Perú.
¿Me vas a preguntar sobre el procés?

No, al menos no directamente. Vivió muchos años y luego volvió aquí para cuidar a sus padres enfermos, como explica en la novela ‘Baricentro’. ¿Cómo encontró Barberà, Sabadell, Catalunya después de esos años viviendo fuera?
Lo mismo de siempre. Creía que la pandemia igual nos cambiaba un poco. Veo que ahora hay más animación en las calles. España es el prostíbulo de Europa. Lo digo por los turistas. Barcelona parece Nueva York cuando ganaron la guerra. Está repleto de gente hasta arriba.

Toda Europa está aquí. Celebro mucho, que haya animación, que haya vida. Pero a mí no me gusta España. No me gusta vivir aquí. Hemos perdido la alegría de vivir. Nos han europeizado. Es maravilloso que exista un proyecto común de potencia no nacionalista frente a China, Rusia y Estados Unidos, que son hipernacionalistas e imperialistas. Tenemos que estar en Europa. Pero la modernidad de mentalidad y el estrés de la vida occidental nos ha matado por dentro.

Esto lo ves en Latinoamérica, que es otra cosa.

¿Ejemplos?
Hace un par de semanas estuve en una presentación en Barcelona y me volvía a Rodalies con un amigo. En una de las paradas, en Sant Andreu o por ahí, se abrieron las puertas y entraron una avalancha de chavalines y chavalinas con un gintonic en una mano y fumando en la otra. De repente, tres o cuatro de estas chavalinas, todas en sostén, empiezan a hacer perreo entre ellas en medio del vagón. Y los chicos hablando entre ellos, ligando, riendo… los dos viejos estábamos sentados allí mirando y nos mirados y pensamos: ‘ha vuelto la vida’. Yo preocupado por el humo del tabaco, por el covid, por mis padres enfermos. Pero a la vez pensé: ‘la vida va a seguir, que maravilla que los chicos y las chicas disfruten, que maravilla’. ¿Quién llevaba la voz cantante en el grupo? Las personas latinas. Sin ninguna hipocresía, sin ningún melindre de burgués. Solo gente divirtiéndose. Pensé que ahí aún había esperanzas.

Volviendo a su obra. Ha hecho la adaptación a la novela gráfica de la serie Carvalho de Vázquez Montalbán. ¿Cómo es la adaptación de un personaje tan carismático?
Muy grato. Hemos hecho el tercero, que es fabuloso. Los mares del sur ha quedado impresionante. No podremos llegar más a ese nivelazo creo. Seguí, el dibujante, se sale. Me ha vuelto loco de contento. Se junta que las novelas son buenísimas, que yo amo los años 70 y que las novelas de Carvalho retratan la Barcelona y la Cataluña de los 70 como nadie. Son los episodios nacionales de Galdós pero en la transición. Es casi más que una tarea de guión una tarea de amor artesanal. De empezar a buscar todo lo que molaba en los 70 y meterlo ahí para darle verosimilitud para sumergir a los lectores en los 70. Hemos reflejado los botellines que usaban en una línea aérea de whisky con la etiqueta concreta pasando por el uniforme de las azafatas, las películas que pasaban entonces, la música de Betty Misiego en la OTI cantando ‘Si todo el mundo…’. Para mí ha sido volver a la infancia. Un bombón creativo.

La novela Baricentro, de lo casi último que hizo, le entró en el terreno de la literatura intimista, más personal. Todo un cambio ¿Fue bien acogida?
Fue bien de público y de crítica. Nunca pensé que mi vida pudiera interesar. Surgió tomando algo con unos amigos escritores y un editor. Les conté la anécdota  que abre el libro. Como 30 años después, ya adultos y con los padres enfermos, mi hermano, mis padres y yo volvemos a ser una familia visitando el Baricentro como cuando éramos niños. Les conté eso como una anécdota. Y el editor me dijo: ‘aquí hay un libro’. Y efectivamente hice el libro.

¿Por qué crees que enganchó esa historia?
Creo que por la falta de tabúes. Contarlo casi todo con mucha franqueza. Segundo porque todo el mundo llega a una edad que tiene que pasar por una situación similar con padres que se están muriendo y que a veces es una fase dificilísima y durísima y tercero por el tema del charneguismo. También hace que un montón de gente diga: ‘es mi puta vida’. Ya sea en Bellvitge, en Cerdanyola o en Badia.

Se acuñó el concepto de literatura de extrarradio.
A mi no me gusta eso. Es un poco ridículo porque es mi 13r libro y hasta ahora no me habían etiquetado así. Me dicen escritor periférico y es patético. La crítica quiere encajonar los libros y a las editoriales les va bien porque como los escritores siempre hacen lo mismo se piensan ‘ya tenemos a este tío colocado en un nicho de mercado’. El charnego que saca libros. El Pérez Andújar de serie B. Ese rollo de Tío Tom charnego me pone nervioso.

Ahora ha sacado una novela totalmente diferente.
Cleo. Una fantasía distópica. Me cabrea de la ficción española, la que se promociona, la sospecha hacia la imaginación. Se aplaude a Stephen King. Pero si fuera de aquí nadie lo miraría. Solo los yanquis pueden hacer historias imaginativas. En la tradición española se sospecha de la fantasía. Todo debe ser sesudo, intelectualizado y realidad.

Como si lo otro fuera B.
Pero hay una tradición fantástica: Joan Perucho y Manuel de Pedrolo. No se habla de ellos. No lo veo. En Cleo he hecho lo que el cuerpo me pedía: imaginación pura. Crear un mundo futurista. Un país con una presencia estatal brutal y llevando a las últimas consecuencias el papel controlador del estado. El estado que controla desde el funcionariado a la cultura. El que paga por todo y tiene derecho a decidir que promociona. La hiperprotección llega a tal punto que el dictador, el padrecito paternalista y condescendiente, decide que el pueblo no entenderá que un actor pueda hacer varios papeles en su vida. Para que les películas sean vista como mitología del régimen, cada actor solo puede encarnar a un personaje. Y después de hacer una peli, los ejecuta. Se los pela. Quien encienda la chispa de la revolución es la única actriz que consigue escapar a eso. A través de eso, una historia entre fantasiosa y suspense y sátira, me río un poco de esta sociedad nuestra y del punto al que ha llegado el control de lo políticamente correcto también en la ficción.

Hemos empezado con el escándalo de hace 20 años, Todas putas, que definías como el primer ejemplo de la cultura de la cancelación. Ahora hablas del control de lo políticamente correcto. ¿En qué punto estamos?
Hemos avanzado en la representación de las minorías tanto en el cine como en todo. Veo cine con colectivos minoritarios, transexuales u otras etnias, que antes no se veían. Y en roles que no son clichés. Ahí hemos avanzado.

Pero la susceptibilidad de los grupos de opinión es insufrible. No la gente. Esos grupos, esas élites. La gente ve episodios de La que se avecina que estarían prohibidos si llegaran a los grupos de opinión. Cosas que ni Blade Runner, ni las naves de orión ni su madre. Salvajadas en La que se avecina. Pero como hay mucho clasismo social los grupos de opinión, los moralistas, los censores, no ven La que se avecina.

Y por ahí se escapa la sociedad como en Cleo.
Por eso defiendo siempre la cultura marginal, la que no es considerada cultura. La cultura marginal es la que refleja sin filtros la sociedad real. Soy fan de las series cachondas de televisión, el regatón, el cómic underground. Y ahí siempre tengo un ojo puesto, en lo medio marginal. La cultura subvencionada es de escaparate.

Se vuelve al Perú. Y dice que no le gusta a España. ¿Vuelve sin billete de vuelta?
Si no fuera por mis padres no volvería. Mi única ilusión es morirme en Perú.

Foto portada: Migoya, hace unos días, en una terraza del centro de Sabadell. Autor: David B.

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