Gregorio Morán, periodista y ensayista: “¿Qué escogemos: la sanidad o 1714?”

Gregorio Morán (Oviedo, 1947) se licenció en la Escuela de Arte Dramático de Madrid, estudios que completó en 1968 en el Centro de Estudios Teatrales de la Universidad de la Sorbona de París. Desde muy joven militó en el Partido Comunista de España (PCE), que abandonó poco antes de su legalización (1977), y desde hace 22 años reside en Barcelona.

Morán es conocido por sus trabajos como periodista crítico y analista político heterodoxo. En esta primera faceta ha trabajado en numerosos medios de comunicación como Opinión, Arreu, la Gaceta del Norte o Diario 16. Actualmente colabora con La Vanguardia donde cada sábado pública las celebradas ‘Sabatinas intempestivas‘.

En el segundo ámbito destacan sus libros, de lectura obligada para quienes quieran profundizar en la historia de la Transición democrática. En 1982 publicó Los españoles que dejaron de serlo: Euskadi (1937-1981), un penetrante análisis de la situación política en el País Vasco; Miseria y grandeza del Partido Comunista de España (1939-1985), publicado en 1986, que continúa siendo una obra de referencia. Además ha escrito dos biografías sobre una figura clave de este periodo, Adolfo Suárez: historia de una ambición (1979) y Adolfo Suárez: ambición y destino (2009), así como un ensayo notable, El precio de la transición (1991) que, a pesar de los años, mantiene una plena actualidad. Lo entrevisto en la Llar de Llibre (aunque por motivos técnicos completo la entrevista por teléfono días después). Ha venido a Sabadell a presentar su última obra, La decadencia de Cataluña vista por un charnego, una selección de sus artículos sobre la cuestión catalana.

Desde su experiencia como militante clandestino del PCE, ¿es cierto que funcionó más como un frente antifascista que como un partido comunista? ¿Qué papel jugaba el PSUC?

Desde los años 60 y comienzos de los 70, incluso antes, el PCE era el partido indiscutible de la lucha antifranquista. Pero había una diferencia notable con respecto al PSUC. El PCE era un partido de resistencia, que ofrecía o intentaba ofrecer alternativas, pero el PSUC tenía unas tonalidades de familias que tenían poco que ver con lo que era el PCE. Por ejemplo, un planteamiento como la Assemblea de Catalunya o la posterior incorporación de Bandera Roja de Solé Tura y Comín, era absolutamente impensable en el PCE.

La verdad es que si uno quería luchar consecuentemente contra la dictadura no había otra cosa. De algún modo todos, incluso gente que ahora está en el PP, pasaron por el PCE. Los militantes del PSOE se podían contar con los dedos de una mano, aunque ahora parezca que eran multitud. Por lo tanto, sí que el PCE y de modo más acusado el PSUC tenían una característica de partido antifranquista en general, condicionado por el hecho que la lucha antifranquista era más limitada fuera de Catalunya.

Se dice que el modelo del PSUC era el de Partido Comunista Italiano (PCI) gramsciano mientras que el referente del PCE era el estalinista Partido Comunista Francés (PCF) ¿Qué hay de cierto en esto, se trata de un tópico?

Ni es un tópico, ni es verdad. Ninguna de las dos cosas. Ahora hay gente, como [Andreu] Mas Colell, conseller de Economía de la Generalitat de Catalunya, que puede decir que pasó por el PSUC y considerar a Manolo Sacristán, que representaba la ortodoxia del PSUC de la época, como su auténtico maestro. Hombre, contando estas historias se puede ahora mejorar el pasado. Pero no es verdad. Tanto el PCE como el PSUC eran partidos con una fuerte impronta estaliniana, que se hizo evidente con la liquidación del muro de Berlín y la caída del socialismo real que arrastró a todos los partidos comunistas, sin excepción. Y, en algunos casos, incluso antes.

A usted se le considera un historiador crítico de la Transición y ha escrito dos biografías de Adolfo Suárez ¿Qué le indujo a ello, la fascinación por el personaje o bucear en los entresijos de la Transición a través de su figura?

Los dos libros son muy diferentes. El primero nace de una evidencia, en el año 1979 existía un presidente de gobierno que no tenía biografía. Por lo tanto, había un vacío que cubrir. Había que descubrir quién era el personaje que estaba capitaneando en aquel momento la Transición. Cuando lo escribí, Suárez acababa de ganar las elecciones generales de marzo 1979 y estaba en la cima de su poder. La publicación de este libro coincide con el inicio de la decadencia de Suárez que conduce al 23-F. El segundo libro lo escribí con 30 años de distancia. Es una historia de ambición y destino que explica cómo ese personaje fascinante del 79 se va deteriorando, cómo se va deteriorando la situación del país.

Suárez se convierte al final en un personaje incluso más interesante que entonces. Hasta esta etapa actual en la cual se conserva como un vegetal pero en muchos casos los mismos que se lo cargaron después de haberse ensañado con él le ensalzan ahora y le dedican panegíricos.

La Transición se inicia con la derecha pura y dura, la Alianza Popular de Fraga y la UCD, el centro-derecha de Suárez. ¿Es cierto que existió una operación política para acabar con el centro e imponer un partido de derecha?

Eso es absolutamente evidente. A Suárez no le liquida la izquierda, qué más hubiera querido la izquierda haberlo podido hacer. Entonces la izquierda no tenía ninguna oportunidad de derrotarle electoramente. A Suárez le derrota su propia gente. La derecha tradicional nunca admitió a Suárez como uno de los suyos. Eso lo pagó él y, en gran parte, también la misma derecha, porque consiguieron algo que parecía impensable: lograr que en los siete años, que van del Congreso de Suresnes del PSOE en 1974 a la victoria de Felipe González en 1982, los socialistas consigan una mayoría absolutísima. La responsabilidad de ello es de la derecha. La izquierda estaba sorprendida y perpleja ante aquel harakiri que se hizo la derecha.

¿La transición fue un mal negocio para la izquierda? ¿Pudo ser posible otro modelo de transición?

Me plantea dos cuestiones muy diferentes. La transición fue un negocio funesto para la izquierda, funesto. Si luego el PSOE llegó al poder y cerró la transición fue debido a razones no implícitamente suyas, sino del adversario. Esa izquierda que sube al poder en octubre de 1982, ayuna de todo, tendrá grandes después dificultades. No olvide que pensaba mantenerse hasta el 2000, como se evidencia en el denominado Programa 2000, donde se veían gobernando hasta más allá de esa fecha. Pero volviendo a su pregunta:

La transición fue un mal negocio para la izquierda. Incluso un hombre como Javier Pradera, bien situado políticamente y buen analista y pese a que luego cambió de posición, señalaba que la Transición era la conservación de los mismos. Sencillamente, la Transición fue el reconocimiento de una derrota, pues no se había podido derribar a Franco. Se mantenía la monarquía y se mantenían algunos de las condiciones que Franco había impuesto. Por eso en el 23-F se levanta una parte importantísima del ejército.

Respeto al segundo tema. No sé si había otra opción. En política analizar estas cosas a balón pasado es muy difícil. Quizás se podía haber sacado más partido, pues el resultado que se sacó fue muy malo. Creo que se podría haberse administrado mejor el capital de la lucha contra la dictadura. Tampoco existía la clase política adecuada, pues se ha de tener en cuenta el elemento generacional que es muy importante.

El PCE representa entonces, sin ninguna duda, el partido más joven, el partido con una base electoral y militante más joven de España. Y, sin embargo, los líderes que presentaron a las elecciones eran los más viejos del país. Era una gerontocracia evidente. Ciertamente había otras opciones para recuperar la hegemonía política, pero la izquierda no lo logra hasta que la derecha pone contra las cuerdas y liquida a Suárez.

Sin embargo, al principio la Transición funciona en base a los acuerdos entre Suárez y Carrillo…

Sí, así fue y eso fue una ingenuidad por parte de Carrillo, pensando que él tenía alguna opción de poder formar un gobierno de unidad nacional, de gran coalición… pero el PSOE, que no eran unos linces, pero que tampoco eran idiotas, no cayeron nunca en la trampa.

Usted conoce muy bien la realidad de los denominados nacionalismos periféricos. Ha escrito varios libros sobre el País Vasco y hace 22 años que vive en Catalunya ¿Qué piensa del ascenso del soberanismo en Catalunya?

Creo que empieza a partir de una crisis, de una decadencia real de Catalunya y el agotamiento del proyecto pujolista. Convergència no encuentra salidas políticas que animen a la población y esto coincide con la inexperiencia de la generación que toma el revelo a Pujol, [una generación] que no está a la altura de las circunstancias. Se produce un basculamiento: primero por la distribución económica. La financiación de publicaciones, a intelectuales, escritores… la autoestima está muy bien pagada. Un proceso que comenzó con Convergència y que el tripartito desarrolló hasta límites increíbles.

La crisis provoca, en dos o tres años, una caída brutal de esa autoestima que tanto se había derrochado con Pujol ¿Cómo es posible que nos pase esto a nosotros que éramos los mejores que además no dormíamos la siesta, como explicó Mas en los Estados Unidos? Todo esto ha generado una especie de partido de fútbol del Barça contra no se sabe quién… con una frivolidad política que lleva a un callejón sin salida. Eso no tiene ninguna posibilidad de prosperar y grandes posibilidades de deteriorarse, pero de prosperar ninguna.

Todo apunta hacia un choque de trenes. ¿Cuáles son los posibles desarrollos de la crisis catalana?

Eso del choque de trenes me hace mucha gracia.

El choque de trones [entre España y Catalunya] es en una autopista entre un autobús y un dos caballos. Una situación que plantea un montón de problemas. El primero es que la Generalitat no tiene fondos porque se los ha gastado, los ha derrochado y entonces no le queda más remedio que solicitar la ayuda del poder central. No olvide que cuando todo el mundo dice diálogo, diálogo, diálogo… no piensa que la primera entrevista de Mas con Rajoy, cuando va a Madrid por el Pacto Fiscal, fue para decir sí o sí con una frivolidad política digna de un recluta. Y se lo dice alguien que no va votado a Rajoy y que nunca votará al PP.

Ahora se dice que hay que dialogar para que no se produzca un choque de trenes ¿qué trenes? Estamos, en primer lugar, inmersos en una crisis económica absolutamente espantosa y con una parte de la sociedad que vive en otra galaxia. En segundo lugar, está el tema del derecho a decidir que me parece una de las cuestiones claves.

Yo quiere mantener el derecho a decidir sobre quién me gobierna, pero no que sigan gobernando los mismos y además en un territorio más pequeño. Y eso sí que me preocupa. Es decir, que los tipos que han liquidado una autonomía con sus derroches, sean los mismos que planteen ahora que quieren seguir pero solos. El dilema podríamos plantearlo en una brutalidad de frase sobre la cual pienso escribir: ¿qué escogemos: la sanidad o 1714?

Fotos: Jordi de Arriba

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