‘A las ocho de la tarde…’, Josep Asensio

No, para nada pretendo emular el título del famoso poema de Federico García Lorca Llanto por Ignacio Sánchez Mejías. Básicamente porque aquel expone una tragedia que está por llegar y el mío es un canto a la esperanza. Porque la situación que estamos viviendo día a día nos sitúa ante diversas tesituras. La primera y más grave, la del miedo a no saber qué nos está atacando, dónde se encuentra exactamente; la segunda, una sensación de que quizás estamos dando palos de ciego o que no estamos en el buen camino. Todo es tan complejo, que también todas nuestras acciones pueden ser buenas y malas a la vez, no sabiendo entonces qué camino tomar viendo que cada día fallecen más personas que el día anterior.

Los días de confinamiento transitan de manera diferente para cada uno de nosotros. Familias con hijos en casa, personas mayores o jóvenes en soledad, parejas unidas o desunidas bajo el mismo techo, niños y niñas que a duras penas entienden lo que está pasando, personal de servicios básicos que salen a la calle, a sus puestos de trabajo, sin saber exactamente si el coronavirus entrará aquel día en sus cuerpos, carteros, farmacéuticos y comerciantes que, ataviados con rudimentarias máscaras y guantes, salen a luchar contra un enemigo anónimo, un enemigo que desconocemos y que acecha en cada esquina.

Estos días también transcurren con falsas noticias, con miles de mensajes que se convierten también en un enemigo para el cerebro. Mensajes contradictorios y que se dan por buenos sin contrastar nada. Mensajes que nos imponen el pánico y muy poco el optimismo. Mensajes que nos taladran el cerebro, que hurgan en la angustia de las personas más vulnerables no sé muy bien por qué. Y eternos debates televisivos donde se insiste una y otra vez en la cifra de muertos, en sus edades, en sus soledades, en sus últimos padecimientos. Horas y horas de efluvios lingüísticos donde no faltan los ataques políticos, las acciones encaminadas a poner palos en las ruedas, aun a riesgo de poner en peligro la vida de las personas. Un quehacer muy español (y por ende catalán), un deporte donde somos campeones mundiales. Una actividad que nos llena de satisfacción cuando vemos que hemos logrado hundir al adversario sin darnos cuenta que vamos en el mismo barco. Y los Países Bajos y Alemania, pero también Dinamarca, acusándonos como siempre de ser los vagos de Europa. No son más que rácanos de pacotilla que nunca creyeron en la fuerza de una Europa unida y que tapan sus muertos para dar imagen de supremacismo. Y dirigentes independentistas alentando la selección natural, mientras esconden sus políticas de desmantelamiento de la sanidad pública para llenarse sus bolsillos. Y récord de venta de armas en Estados Unidos, como preparándose para la guerra. Y Cristina Cifuentes y El Dioni, paseando sus delitos con orgullo por Telecinco para ganar una pasta. ¡Qué asco! Y profesores y profesoras que nunca entendieron el sentido de la vida, pretendiendo obviar el sufrimiento privilegiando el libro de texto en forma de pantalla.

Por eso, las ocho de la tarde se ha convertido en una especie de liberación. Los que siempre lo critican todo nos insisten en que hay que aplaudir menos y actuar más; en que hay que votar a partidos que no recortan en la sanidad pública. Yo les diría, les digo, que esos aplausos son indispensables ahora, que no me van a hacer sentir mal porque salga a mi balcón y comparta mi solidaridad con los que están al pie del cañón con cientos de vecinos.

Homenatge sanitaris - Quirón. Autor: David B.
Homenaje a los sanitarios en el hospital QuirónSalud Vallès, hace unos días. Autor: David B.

Y cada balcón, cada ventana, es diferente. Aplausos, luces de móviles, golpes de cacerolas, petardos y sonidos de cláxones que pasan por allí en aquel momento. Y la diversidad de España expuesta al mundo. En Valencia, miles de músicos en sus balcones, llorando la supresión de las Fallas, pero con una brizna de alegría. En Andalucía, saetas, en Alcañiz, tambores. Y el Dúo Dinámico que vuelve o nunca se fue y que impulsa optimismo a generaciones de jóvenes que nunca conocieron la canción. Y cantantes más jóvenes que versionan Resistiré y más más muestras de fraternidad. ¡Hasta mi padre a punto de cumplir 85 años, saca el saxo a su minúsculo balcón y recuerda ese tema de su juventud mientras recibe los aplausos de sus vecinos! Y gente humilde sin balcón, sin salida al exterior, que, en sus míseros patios de luces, aplauden como si se les fuera la vida. El paro acecha, los aplausos permanecen.

Una hora convertida en símbolo. Una descarga de las mezquindades del ser humano. Una huida hacia adelante, una excarcelación mental frente a todo lo recibido durante el día. Noticias y más noticias donde la inmoralidad de muchos políticos acabará con ellos. Seguro. Un día que adolece de una mínima empatía con las personas mayores que una y otra vez observan trémulas las edades de la muerte. Y a las ocho de la tarde se sublevan y desde ventanas minúsculas sacan fuerzas de flaqueza y aplauden con esas manos huesudas y temblorosas. Mientras, consejeros, consejeras, políticos de poca monta, se jactan de impedir el montaje de tiendas de campaña por parte del ejército, porque el color verde les produce urticaria, porque una pequeña banderita rojigualda les altera las mentes y prefieren muertos. Cuando pase todo esto habrá que ponerlos y ponerlas en su lugar. Porque tienen nombres y apellidos. Hay cosas que no se perdonan.

A pesar de esos ataques desmedidos, las ocho de la tarde vuelve día tras día. Primero en la oscuridad y esta misma semana en una claridad tan desbordante que hemos podido ver las caras de las personas que aplaudían, aquellas que nos saludaban con las luces de sus móviles y las que no acertábamos a ver si eran hombres o mujeres. El cambio de hora ha puesto cara al anonimato crepuscular. Y frente a los que critican esta acción como un acto de cobardía, como una frikada sin sentido, hay que responder con más aplausos, para que aquellos que por diversos motivos todavía se quedan dentro de casa, salgan y muestren su solidaridad con los que están sufriendo que, en definitiva, somos todos. Nunca una hora había logrado esa simbiosis de dolor y esperanza, de angustia y de ilusión. A las ocho de la tarde…

Foto portada. personal sanitario del CUAP Sant Fèlix, a las ocho de la tarde el pasado jueves. Autor: David B. 

Comments are closed.