Reseñamos una de las páginas más ominosas de nuestra historia, consecuencia directa de la derrota de la clase trabajadora en la Guerra Civil, la oleada migratoria y el fracaso de la política de vivienda del franquismo.
La excavación de cuevas como viviendas para obreros inmigrantes data al menos de 1944. Se trata de una situación vergonzosa producto de la derrota total del movimiento obrero en la Guerra Civil. Nunca antes los trabajadores afrontaron condiciones de vida tan miserables pues anteriormente disponían de modestas viviendas de tipo casa inglesa. De hecho, una de las primeras medidas del Ayuntamiento franquista liderado por José María Marcet fue precisamente derogar el plan de viviendas populares de la Segunda República.
Para explicar este fenómeno debe tenerse en cuenta el flujo migratorio de este periodo. En 1930, según datos del padrón municipal, Sabadell tenía 45.000 habitantes; en 1940, 47.000; en 1945, 52.000; en 1950, 60.000; en 1955, 79.000 y en 1960, 105.000. Según la memoria del Gremi de Fabricants de 1947, se calcula que llegaban a la ciudad 20 personas por semana huyendo del hambre y la represión imperante en el sur de España.
A la oleada migratoria se sumó la carestía e inflación de los precios de los materiales de construcción consecuencia de la autarquía económica. Esto propició, según Eduard Masjuan, la especulación inmobiliaria a través de la gran revalorización del parque de vivienda existente, en contraposición con la baja actividad constructora que quedó reducida a la demanda solvente, de manera que los escasos recursos públicos se destinaron a los sectores de la burguesía fiel al régimen. Los bajos salarios impedían a los trabajadores con rentas más bajas pagar un alquiler y sólo podían alojarse en míseras casas de autoconstrucción, estadas, barracas y cuevas. De hecho, el franquismo no recuperó los niveles de edificación de preguerra hasta 1954. Esta actividad excavadora tuvo el efecto colateral del hallazgo arqueológico, entre 1947 y 1948, de sepulturas con vasos campaniformes del periodo calcolítico (2700-2200 AC).
En 1946 había un total de 160 cuevas, 119 de las cuales en Sant Oleguer. El resto estaban ubicadas en La Llanera, Can Puiggener, Taulí i la Cobertera. En 1950 se realizó el censo de infraviviendas a cargo de la Comisión Superior de Ordenación Provincial de Barcelona que cuantificó en Sabadell la existencia de 354 casas, 70 semicasas, 292 estadas, 94 barracas y 182 cuevas. En 1953, en el momento de mayor déficit habitacional, se cuentan en torno a 400 cuevas y barracas en el margen derecho del río Ripoll, habitadas por unas 2.000 personas, 1.500 de las cuales en Sant Oleguer. Estas cifras deben multiplicarse por dos o por tres, ya que las cuevas eran el lugar de aterrizaje de los recién llegados. Al cabo de dos o tres años, si mejoraban su situación económica, marchaban de la cueva normalmente hacia una estada de autoconstrucción y la traspasaban a otro inmigrante.
Las condiciones de vida
Los inmigrantes, según Andreu Castells, además de las terribles condiciones de hambre, falta de escuelas, vivienda y explotación laboral, “estaven sotmesos als apel·latius vexatoris de charnego i murciano”. Como pone de relieve el artículo de Hermenegild Martí Riera, publicado en la revista Aurora Mística de enero-marzo de 1951:
Nos hemos dejado llevar, quizás, por un sentido demasiado racista y hemos sentido cierta repulsión hacia los inmigrantes procedentes de algunas regiones del Sur”.
En Sant Oleguer se formaron hileras de cuevas y barracas que llegaron a tener hasta tres pisos de altura. Las del piso superior eran las más buscadas y caras pues no padecían de tantas humedades y eran más seguras en caso de derrumbe. Las cuevas estaban unidas entre sí por unos caminos, a modo de calles, que sus habitantes bautizaron con nombres como Aguas Sucias, Barranco Escombros, Barranco Cuadras y Can Cuadras. Las cuevas consistían en un habitáculo de cinco metros cuadrados, lo justo para dormir, frente a una hoguera o fogón de carburo que hacía las veces de cocina. Por la noche se iluminaban con lámparas de carburo o aceite.
Según el testimonio de Álvaro García Trabanca, recogido por Castells, sus padres compraron en 1950 una cueva por 3.000 pesetas, una cantidad importante en la época. “Había solo dos habitaciones, en una dormíamos todos (los padres y siete hijos) y la otra hacía de cocina y comedor. El día que llovía había una gran preocupación: a veces el agua calaba”, asegura.
El autor de esta sección recogió en 2010 diversos testimonios de habitantes de las cuevas, como el de Miguel García Carbonero, que vivió cuando era niño en una de estas cuevas hasta 1953, por la que su padre pagó 200 pesetas de traspaso. Isabel García Gavilán, nacida en Villanueva de Córdoba, vivió aquí entre los 8 y 11 años. Unos familiares que ya estaban instalados en este paraje les buscaron acomodo. Recuerda que su tío Rosendo llegó a montar en una cueva una tienda de comestibles (por otros testimonios sabemos que hubo una taberna). Empezó a trabajar a los nueve años haciendo “paperinas” por 25 pesetas semanales en la fábrica del futuro alcalde Burull. A los 12 años se hizo pasadora y su familia pudo trasladarse a una casita de la Creu de Barberà. Antonio Sánchez vivió en las cuevas llamadas de Sant Antoni, debajo de la iglesia de Sant Salvador en la calle Covadonga. Sánchez destacó la gran solidaridad existente entre los vecinos de las cuevas. En 1952 encontró empleo en la Fundición Colomer y su familia pudo instalarse en una estada de Torre-romeu que, aunque no disponía ni de electricidad ni agua corriente, al menos era una casa.
Otro testimonio impagable se halla en el cortometraje El nostre pa de cada dia, de 11 minutos, con guión y dirección de Joan Blanquer y cámara de Ramón Bardés, ambos sabadellenses. Realizado en 1950, se presenta en los créditos como un “ensayo neorrealista”. En él la cámara acompaña a un niño hambriento por las cuevas de Sant Oleguer lo cual permite conocer su vida cotidiana, hasta que el coche de una familia de la burguesía industrial de la ciudad desencadena la tragedia al atropellar y matar al niño. La película es el producto de sus numerosas visitas dominicales a las cuevas donde trabaron amistad con el niño enfermo que protagonizó el cortometraje y que falleció poco después. El film es mudo y no pudo ser sonorizado al no encontrar apoyo entre los cineclubs y en los pocos pases que se hicieron sonaba música de fox-trot en un tocadiscos.
Las pésimas condiciones sanitarias de las cuevas, rodeadas de excrementos y basuras, generaban no sólo una elevada mortalidad infantil sino una serie de enfermedades como bronquitis crónica, meningitis, tifus, tracoma y tuberculosis. Aquí debe destacarse la asistencia altruista de médicos como los doctores Pareja, Carnicer, Vilaplana o Tortajada y de practicantes como Fulgencio Mondejar. Por otro lado, debe mencionarse el trabajo de auxilio material y catequesis, a partir de 1951, de tres jóvenes jesuitas del Colegio San Francisco Borja de Sant Cugat del Vallès, Joan Viñas, Julio Iniesta y Antonio María Ródenas, a quienes se unió más tarde mosén Josep Maria Borri, que realizaron labores de mediación con el poder político local para encontrar una solución al problema. También acudieron pastores protestantes; aunque, según García Trabanca, “los jesuitas tan amables con nosotros, sacaron las uñas y denunciaron a los protestantes al alcalde. Hubo muchos disgustos”.
En junio de 1950 el obispo Modrego realizó una “visita pastoral” en un día laborable lo cual comportó que algunos de los 500 asistentes a la reunión perdiesen el jornal del día. El prelado apeló a la conciencia de los cristianos de la ciudad para hallar solución al problema. El 20 de mayo de 1952, el día de la Ascensión, llegó a las cuevas de Sant Oleguer la imagen de la Virgen de Fátima. En la Semana Santa de 1953 unas 150 personas participaron en el Vía Crucis del domingo de Pasión y unas 500 en el sermón del viernes santo en el Pla dels Cartons. No obstante, como observó Hermegild Martí en el artículo citado, los inmigrantes no se atrevían a ir a su parroquia de la Santísima Trinidad: “su condición de vida, el hecho de vivir en cuevas, el verse mirados con prevención y hasta con cierto desprecio por los demás, les hace sentirse inferiores y no se atreven, muchas veces, a entrar en la casa del Señor, donde temen ser el blanco de las miradas”. Las autoridades políticas y eclesiásticas del franquismo en Sabadell consideraban la infravivienda engendraba graves problemas para la moralidad cristiana y la seguridad pública.
El alcalde Marcet, en el capítulo 44 de sus memorias, expresa la preocupación por “un tremendo problema” que calificó de “estigma que marca Sabadell”. Así, escribe:
En los albores de este año de 1952, el núcleo urbano estaba ya rodeado de un cinturón de míseras y anárquicas construcciones, un temible cinturón de barracas y cuevas con aire de campamento medieval donde malvivían, a veces en condiciones infrahumanas, compatriotas nuestros que, a mayor abundamiento eran ya, por razones de convivencia laboral, ciudadanos con todas las prerrogativas y derechos (…) En las dos elevadas márgenes del río Ripoll, el número de cuevas excavadas llegó a ser de muchos centenares. Las barracas de tipo primitivo proliferaron en los cuatro puntos cardinales de la ciudad, mientras en el casco urbano se hacían sentir las consecuencias de la superpoblación con centenares de familias viviendo hacinadas en habitaciones alquiladas a precios tan más exagerados cuanto mayor iba siendo la penuria de viviendas. La única leve justificación que servía de lenitivo para esa angustia de saber que millares de personas vivían en condiciones desastrosas, era el hecho que esas gentes, en su inmensa mayoría, habían llegado de regiones españolas donde sus condiciones de vida no eran mejores. Las mismas cuevas, excavada en las márgenes del río, respondían a una costumbre de sello ancestral y muchísimas de ellas estaban construidas con verdadero arte, con una técnica y aseo que demostraba una potente práctica y no una improvisación más o menos impuesta por las circunstancias”.
En principio se optó por la represión. En 1947 se ordenó desde alcaldía expulsar en 15 días a los habitantes de las cuevas, al tiempo que el informe de los servicios de vigilancia del régimen demostraba que todos los mayores de 14 años trabajan en diversos oficios. Es decir, que no se trataba de marginales, ni delincuentes, sino de trabajadores.
En septiembre de 1948 la comisión permanente del Ayuntamiento acordó “proceder al desalojo de las indicadas cuevas y vigilar, con el mayor celo, para que no se construyan otras nuevas”. Asimismo se advirtió a aquellos que no acreditasen disponer de un contrato de trabajo y estar censados, que podían ser devueltos a su lugar de origen mediante los Servicios de Evacuación del Gobierno Civil de la provincia. A tal efecto se creó en el Palacio de las Misiones de Montjuïc una especie de campo de concentración para inmigrantes los cuales, previa clasificación, eran deportados. En noviembre de 1952 once habitantes de Sant Oleguer fueron entregados a los Servicios de Evacuación por carecer de contrato de trabajo. Estas deportaciones intimidatorias se prolongarían hasta octubre de 1954 cuando fueron expulsadas otras seis personas por el mismo motivo. Unas cifras insignificantes comparadas con el enorme contingente de inmigrantes, pero que provocaron entre los habitantes de las cuevas el constante temor a ser deportados y la reticencia a empadronarse.
Estas medidas se revelan inútiles pues se impuso, por encima de todo, contar con mano de obra barata para la industria. El padre Nolla cita una frase del alcalde Marcet en la fiesta de la Virgen de la Fuensanta, referida a los inmigrantes: “Que vinguin, que vinguin que els telers han de funcionar!”.
En octubre de 1951 unas fuertes lluvias provocaron derrumbes en las cuevas, aunque sin causar víctimas mortales aunque sí heridos de diversa consideración. Los damnificados se refugiaron en el Ayuntamiento y el alcalde Marcet se entrevistó con los jesuitas que trabajan en las cuevas y Aleix Rigol, rector de la Santísima Trinidad. El 2 de julio de 1953 un temporal de lluvia y granizo provocó otro derrumbe que afectó a 18 cuevas y causó la muerte de dos hermanos, Amador y Trinidad Olmos Martínez, de cuatro años y seis meses de edad, así como numerosos heridos. Desde entonces y para evitar males mayores, cuando se desencadenaban temporales los habitantes de las cuevas se alojaban temporalmente en el cuartel de la Guardia Civil.
Desde el primer derrumbe de 1951 el Ayuntamiento prohibió la construcción de más cuevas y facilitaba gratuitamente el material de construcción previa presentación de un contrato de compra de un terreno. Así una parte de los habitantes de Sant Oleguer se fueron distribuyendo por Ca n’Oriac, Can Rull, Torre-romeu y Barberà del Vallès, pero otros carecían de los recursos para comprar el terreno. Desde entonces, las brigadas municipales empezaron a tapiar las cuevas, mientras que otros inmigrantes las destapiaban. Un juego del gato y el ratón que se prolongó hasta 1958 cuando se abandonaron definitivamente.
Para resolver definitivamente el problema se lanzó en 1952 el Plan Marcet de la Vivienda, cuyo contenido de 13 puntos está transcrito íntegramente en el citado capítulo de las memorias de Marcet. Se trata, a juicio de Masjuan, de un intento propagandístico del alcalde y empresario para remover la conciencia de los industriales a fin que invirtiesen en la construcción de vivienda social. En junio de 1952, Marcet se desplazó al Palacio de Pedralbes para exponerle a Franco su plan y recabar ayudas. En noviembre del mismo año se constituyó la Junta Ciudadana para la Construcción de Viviendas en Sabadell. El plan quinquenal consistía en una contribución directa de los empresarios en función del número de obreros inmigrantes que tuviesen en nómina para construir 2.000 viviendas en dos años. El coste mínimo por vivienda se evaluó en 50.000 pesetas incluyendo la edificación y el terreno. Las empresas percibirían un alquiler de entre 175 y 200 pesetas mensuales y una entrada de 5.000 pesetas. La Junta se encargaba de gestionar los créditos y las expropiaciones de los terrenos al precio de dos pesetas el palmo cuadrado.
Para convencer a los industriales, Marcet, inspirándose en un discurso de Franco en la localidad vasca de Pasajes, donde comparó a los obreros con los animales de tiro que necesitan establos, les arengó:
Si durante estos años de notoria falta de viviendas no han ocurrido graves conflictos y no se han producido incidentes es porque existen las fuerzas de Orden Público ¿Es que alguno de nosotros tiene sus camiones al aire libre y a las inclemencias del tiempo? ¿Podemos decir lo mismo de nuestros obreros y de sus familias?”.
Sin embargo, salvo en el caso de propio Marcet y García Planas, que construirá el barrio de Nostra Llar, la petición cayó en saco roto. El problema de las infraviviendas no será abordado en serio hasta los derrumbes de 1953. En 1955 el Ayuntamiento creó la Delegación de Suburbios, que elaboró una estadística sobre la situación económica de los habitantes de las cuevas y ordenó la compra de terrenos para construir viviendas “ultrabaratas” destinadas a los habitantes de las cuevas de Sant Oleguer.
Como medida más inmediata y con los terrenos cedidos por la Caixa d’Estalvis Sabadell, se construyeron 154 casitas, conocidas popularmente como las casas de Fátima, ubicadas en el barrio de Campoamor entre las calles de Goya y Espronceda. Su coste ascendía a 20.000 pesetas pagaderas en mensualidades de 150 pesetas y una entrada de entre 2.000 a 5.000 pesetas que podía financiarse a través de un préstamo avalado por la Caixa y el Gremi de Fabricants. La zona no contaba ni con servicios públicos, ni siquiera con pavimento. Todavía, a principios de 1956, se contabilizaron 208 cuevas y 121 barracas en la ciudad, de las cuales 106 cuevas y 55 barracas en Sant Oleguer que no se clausuraron definitivamente hasta 1958.
Finalmente, el Plan Marcet se llevó a la práctica. Desde la iniciativa privada se implicó a Caixa d’Estalvis, Caixa de Pensions, la empresa VISASA, promovida por la Asociación Católica de Dirigentes de Antoni Forrellad y la Inmobiliaria Gambús, además de las viviendas para sus trabajadores de Marcet y García Planas. Desde los poderes públicos se involucró a la Obra Sindical del Hogar, Instituto Nacional de Vivienda y Patronato Municipal de Vivienda. En total se construyeron, hasta 1960, 5.307 viviendas. Las riadas de 1962 demostraron que se trataba de una iniciativa manifiestamente insuficiente.
En 2010, el Memorial Democràtic, dependiente de la Generalitat, procedió a recuperar y señalizar el espacio de las cuevas de Sant Oleguer. También, con el apoyo l’ajuntament de Sabadell, se editó una página web sobre el tema.
Bibliografía
CASTELLS, Andreu. Sabadell, informe de l’oposició. El franquisme i l’oposició sabadellenca (1939-1976). Edicions Riutort, Sabadell, 1983.
MARCET COLL, José María. Mi ciudad y yo. Veinte años en una alcaldía, 1940-1960, Duplex, Barcelona, 1963.
IBARZ, Mercè. Un ensayo neorrealista: El nostre pa de cada dia (1950). Noticia de un documental amateur recuperado. https://www.iua.upf.edu/formats/formats2/iba_e.htm.
MASJUAN, Eduard. Les coves de Sant Oleguer. La perifèria de la ciutat industrial durant el franquisme.. 2010
· Abocats a viure a la llera del riu: el problema de l’infrahabitatge a Sabadell, 1939-1970. De l’habitatge protegit al negoci immobiliari. Documents d’Anàlisi Geogràfica, 2015.
SANTAMARIA, Antonio. Visita a las cuevas de Sant Oleguer. Diari de Sabadell, 16 octubre 2010.
en mi humilde opinion remarcar que los eclesiasticos de base no trataban a sus feligreses de esa forma despreciable, ejemplos como Pere Casaldaliga ( fundador teoria de la liberación) mossen Carreró, mossen Felix… excelente y riguroso articulo!!