Foto portada: manifestación en Murcia, hace semanas.

Opinión de Josep Asensio: ‘El iceberg murciano’

Murcia es de aquellas comunidades autónomas de las que poca gente habla excepto los que salieron de allí huyendo de la miseria y vuelven de vacaciones. Aislada durante mucho tiempo, a pesar de contar con infraestructuras dignas, un paisaje peculiar, un mar en algunos tramos completamente vírgenes, la Región de Murcia ha sufrido duramente la lacra de la corrupción, aunque ha sido avalada por la ciudadanía votando mayoritariamente durante casi 20 años a un Partido Popular que ahora se ve contra las cuerdas. A nivel electoral, el caso murciano es especialmente significativo pues pasó de una mayoría absoluta del PSOE de 1983 a 1995 a otra del PP hasta nuestros días, siendo la presencia de IU casi nula.

El presidente de la Región de Murcia, Pedro Antonio Sánchez.
El presidente de la Región de Murcia, Pedro Antonio Sánchez.

En las últimas elecciones celebradas en 2015, los murcianos se despojaron de este bipartidismo tan feroz que los había acompañado desde el inicio de la democracia y empezaron a asemejarse al resto de españoles. Los resultados reflejaron por fin la indignación de gran parte de los electores que padecieron durante años recortes, coacciones y toda clase de improperios. El cambio era posible pero los diputados de Ciudadanos lo impidieron, apoyando sin tapujos a Pedro Antonio Sánchez del PP, y que ya estaba en lista de espera para ser imputado. Cabe señalar que la mayoría de los militantes y cargos importantes de Ciudadanos en la Región de Murcia provienen de dos sectores bien definidos: de las purgas efectuadas en el PP pero también de la derecha más extrema del PP que no se sienten identificados con Mariano Rajoy. Así pues era imposible que un pacto PSOE-Podemos-Ciudadanos desbancara al PP del poder.

La Región de Murcia tuvo que contribuir al ‘café para todos’ surgido de la Constitución de 1978. Situada a caballo de dos comunidades muy potentes, Valencia y Andalucía, durante la dictadura se la adosó a Albacete, con la que no tenía nada que ver. Murcia es mediterránea, casi andaluza, pero con claros vínculos alicantinos. Años más tarde, el presidente valenciano, Eduardo Zaplana, nacido en Cartagena, declaró sin tapujos que Murcia debía ser anexionada a la Comunidad Valenciana, pero todo quedó en una mera anécdota. Lo que sí es cierto es que en muy poco tiempo hubo que inventarse un himno y una bandera y, eso era más claro, separarse de esa parte de La Mancha que nunca tendría que haber estado allí.

Desgraciadamente, la evolución de la Región de Murcia ha sido muy negativa. La corrupción es seguramente lo más grave puesto que ha ido unida a un desastre ecológico que perdurará para siempre. A pesar de tratarse de una comunidad pequeña, cuenta con decenas de alcaldes y concejales imputados y condenados por malversación de fondos, prevaricación, falsedad documental y otros casos que han acabado por sacar a las gentes a las calles, especialmente en la manifestación multitudinaria celebrada el pasado 5 de marzo.

Y es que Murcia está a la cola en todos los análisis que se han hecho en los últimos años. El informe PISA, por ejemplo, sitúa a esta comunidad en el último puesto en lectura, ciencias y matemáticas. También en cobertura asistencial a los ancianos, la llamada dependencia. Y en salarios, los más bajos de España. Y en índice de penetración de Internet y en cooperación al desarrollo. Posee, además, el triste trofeo otorgado por Transparencia Internacional de ser el Parlamento menos transparente. Se encuentra también entre las comunidades que más casos relacionados con delitos de odio y racismo. ¿Hay algo positivo entonces?

Durante décadas, el boom urbanístico afectó considerablemente a todas las administraciones y no de manera eficaz. Si bien el dinero recaudado servía en muchos casos para dignificar la vida de los murcianos, ya que muchas constructoras ofrecían, a cambio de recalificaciones de terrenos, pingües beneficios a pueblos y ciudades en forma de guarderías, piscinas y centros de día, la realidad actual es que muchos políticos han acabado en los tribunales. Y muchas de esas construcciones idílicas cerradas ante la imposibilidad de asumir su mantenimiento.

Más grave es aún la implicación de jueces y fiscales en ese desaguisado. Manuel López Bernal, el fiscal que solicitó la imputación del presidente de Murcia por el ‘caso Auditorio’ y que fue relevado de su cargo, denunció las “intimidaciones” y la “desprotección” de quienes luchan contra la corrupción. No es un caso aislado. Es la punta del iceberg de un entramado perfectamente organizado por el PP durante años. Sirva como ejemplo que las asociaciones de afectados por la cláusula suelo rechazan presentar sus demandas en la Región de Murcia porque las sentencias son descaradamente favorables a los bancos.

El mar Menor, en grave peligro, según varios estudios.
El mar Menor, en grave peligro, según varios estudios.

Efectivamente sí que hay algo positivo: los propios murcianos y murcianas que por fin se han decidido a dar un paso para que su región salga del ostracismo. Las diferentes “Mareas”, la verde en defensa de la educación, y la “Blanca” en defensa de la sanidad pública tienen mucho que ver en todo esto. Han sido el inicio de un cambio de ciclo que ha empezado en los Ayuntamientos, donde la izquierda se alzó con el triunfo en los más importantes, no lográndolo en la capital que resiste el envite.

El potencial económico de la Región de Murcia es ciertamente prometedor. Posee un paisaje diverso que debe ser protegido y ofertado como turismo ecológico de calidad y empresas de prestigio que exportan a todo el mundo. Dejó en parte de ser la huerta de Europa para convertirse en un amasijo de individualidades empresariales con objetivos únicamente económicos pero en el fondo subyace una sociedad que percibe que no ha sido invitada a la fiesta. Y esa es precisamente la buena noticia. Los murcianos empiezan lentamente a despertar y a darse cuenta de que sus dirigentes les han robado y engañado. Y es el momento de la reacción.

Seguramente el daño persistirá en varias generaciones. Ahí están los esqueletos de urbanizaciones inacabadas y un Mar Menor muerto. Quizás era el revulsivo que necesitaban para que naciera esa incipiente rebeldía. Solo así, el resto de españoles sentiremos esa necesidad de trasladarnos a sus tierras, de saborear sus vinos y sus playas, de conocer su rico y peculiar vocabulario, su gastronomía, sus fiestas, sus monumentos, sus baños termales. Pequeña pero muy rica. Murcia por fin existe.

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