Opinión de Josep Asensio: ‘El sinsentido de las palabras o el súmmum de la pedantería’

He tenido la gran suerte de poder acceder a una de las becas que el Ministerio de Educación concede a profesores para poder ponerse al día, conocer nuevas tendencias, compartir experiencias e involucrarse de alguna manera en contenidos desconocidos o al menos no investigados. Si, además, esto se produce en el marco incomparable del Palacio de la Magdalena en Santander, rodeado de la belleza del mar, del propio Palacio y de la amabilidad de las gentes que trabajan en la Universidad Internacional Menéndez y Pelayo, entonces ya es un verdadero lujo y placer que no tiene comparación a nada. Y aún hay más: si el grupo con el que participas resulta que es abierto, colaborador y con simpatía desbordante, como ha sido el caso, pues todo ello se convierte en un regalo para el alma que va a ser difícil olvidar en el rincón de una estantería cualquiera.

El curso, Ciencia, cultura y participación, es por así decirlo, raro. No sabemos demasiado bien lo que nos vamos a encontrar y por este motivo permanecemos con los oídos abiertos y los ojos como platos. Como suele suceder en estos casos, depende mucho del ponente, de su manera de comunicar, aunque el tema no interese. Bien dirigido por el investigador Antonio Lafuente, podríamos resumirlo como diversas pinceladas de amateurismo y su aportación a diversos campos (científico, video juegos, ciudadanía, arte, educación…)

Llama la atención desde el primer momento el uso continuado de términos en inglés para referirse a conceptos que ya tenemos en español. “Paper” por “artículo científico”, utilizando “los paper” en plural; “open acces” por “libre acceso”; “outliers” por “errores”; “disability studies” por “estudios sobre discapacidad”; “makers” y “hackers” por “activistas”; “framework” por “marco de trabajo” o “entorno de desarrollo”; “gadget” por “cacharro electrónico”, con la derivación en “gadgiteration”; “bottom up” por “no jerárquico”; el “upper one” como “el mejor” y tantos y tantos otros que obligaban al auditorio a pedir a los ponentes que repitieran o tradujeran los anglicismos empleados, mirándonos algunos de ellos como si fuéramos unos lerdos en el extenso campo de la sabiduría.

Pero por si todo este desaguisado fuera poco, los ponentes se enfrascan en expresiones de dudoso significado en español y que confunden a los profesores que, eso sí, prudente y educadamente, levantan la mano para itentar saber lo que nos están diciendo: “inteligencia distribuida”, “política de gobernanza”, “computación voluntaria”, “desmedialización”, “despatologización”, “objetividad robusta” y, quizás la mejor, “empoderamiento”. No olvido el uso frecuente del sufijo “-ear” para la creación de verbos, como “mapear” y “testear”, este último en sustitución de “evaluar”.

No, señoras y señores, damas y caballeros, el colmo de la pedantería no acaba aquí. Surge entonces un “comunicante”, por hablar como ellos, que nos sorprende con la palabra “hobbistas”. Bueno, la escribo así porque es como se me ocurre. La utiliza como sinónimo de “amateur” o “aficionado” y nos sonríe sabiendo que ha ganado la apuesta que él o ella mismo se había hecho imaginando que nadie la entendería. Acertó de pleno puesto que nuestras neuronas se volvieron locas al escuchar un vocablo completamente inventado y que no tiene ni pies ni cabeza. Anglicismo, sí, claro, pero inútil sabiendo que ya existen dos en nuestra propia lengua.

No comprendo demasiado bien el porqué del empleo de todo este enjambre de expresiones y palabras. Quizás nos quieren demostrar que son muy “cool” y eso incluye cargarse a la lengua española, sin ton ni son y sin importarles un rábano el daño que están haciendo. Podría ocurrir también que fuera una manera de demostrarnos que saben más que nosotros, los oyentes, y eso sería una falta de respeto impresionante que cruzaría el límite de la pedantería. Podrían ser, incluso, las dos cosas unidas, lo que ya rompería todos nuestros esquemas de lo que debería ser un curso de este tipo.
Hace tiempo que aprendí que un buen comunicador tiene que conectar con su público y que para eso tiene, en cierta medida, que adaptarse a sus espectadores u oyentes. De nada sirve hacernos creer que es inteligente empleando términos que no conocemos porque de esa manera seremos nosotros los que desconectaremos de inmediato y en cambio, logrará la empatía necesaria en estos casos si hace justo lo contrario.

Me gustaría acabar con una anécdota que viene al caso de lo que nos ocupa y un agradecimiento. En el instituto donde trabajo, dos familias es enfrentaron a causa de diversos hechos acaecidos con sus respectivos hijos. La cosa fue a más de tal manera que en la calle se produjeron empujones e insultos graves. En el centro docente funcionaba un servicio de mediación dirigido por el psicólogo y que citó a las familias por separado para explicarlo. Allí estaba yo como tutor de uno de los alumnos y mi sorpresa mayúscula fue que el susodicho “profesional” empezó explicando los orígenes de la mediación en el siglo bla, bla, bla. La pobre señora lo miraba absorta porque no llegaba a entender ni el significado de la palabra y mucho menos toda la historia allí expuesta. No tardé nada en reaccionar y sin un ápice de prudencia hice callar al repelente psicólogo y le pregunté a la mujer: ¿quieren ustedes hacer las paces con la otra familia? Su sonrisa delataba algo más que la comprensión; la seguridad y el desahogo al saber que no era un mero mueble y se tenían en cuenta sus limitaciones y sus necesidades. El presunto especialista se retorció en su asiento tragándose el orgullo y la arrogancia, pero sin haber aprendido la lección. “A buen entendedor pocas (y claras) palabras bastan”.

Doy las gracias a Ángeles Daza, de Cóbreces, en Cantabria, por haber tenido la santa paciencia de ir anotando la lista de sandeces, por llamarlo de alguna manera, que han servido para elaborar este artículo y poner sobre la mesa las memeces de algunos.

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