Opinión de Manuel Navas: ‘Valores republicanos’

ARTÍCULO DE OPINIÓN
Manuel Navas, sociólogo

En general, se habla de republicanismo para referirse a sus genuinos valores como la justicia, la democracia, la igualdad, el laicismo, etc., que en buena medida forman parte de su legado (sin que ello signifique que detente el monopolio, -aunque sí en algunos, como la elección democrática del jefe del Estado-). Pero en cualquier caso, los valores son palabras que deben dotarse de contenido para juzgar su verdadero alcance.

Y ¿cuál es el contenido de los valores republicanos? Dado que no tienen un origen divino, ni son inmutables, sino contingentes, habrá que recurrir a variables explicativas como el contexto temporal y espacial del cual hablemos y de la correlación de fuerzas existente en cada caso, (lo del consenso es un camelo, sirva de ejemplo la llamada Transición española).

Para empezar, y en el caso del Reino de España, conviene recordar que se trata de una monarquía parlamentaria con una particularidad imposible omitir en ningún análisis: el hecho que Juan Carlos I fuese designado por la gracia del dictador Franco como su sucesor, perjudica el maltrecho esperpento que tan fielmente simboliza la historia de la monarquía española marcada por un papel tan deplorable, que cuando el pueblo pudo decidir el 14 de abril de 1931, la defenestraron votando a favor de la República.

Sirva lo dicho para recordar que la primera reivindicación republicana y, objetivamente hablando, de cualquier demócrata, es obvia: que el jefe del Estado deje de serlo alguien por el simple hecho de ser hijo de su madre y que sea elegido democráticamente por el pueblo.

Situada la premisa esencial, el republicanismo debe repensar el contenido de los valores para que sean útiles en el siglo XXI a la mayoría de la sociedad y para cualquier república que se precie, sea la catalana, la española o la vasca, sin olvidar que el punto de inflexión marcado la situación de crisis económica que afecta a todo el entramado económico, político y social, no deja margen para seguir manteniendo el mismo marco con otro sistema político, sino que requiere cambios profundos.

Y para ello hay que ser plenamente consciente de que la situación actual viene marcada por el hecho de que el poder económico, en estrecha colaboración con el político, están finiquitando el contrato social (Estado de Bienestar) surgido tras la II Guerra Mundial, como antídoto contra el avance de postulados revolucionarios, y que, desaparecida la “amenaza”, no existe impedimento para marcar nuevas reglas del juego y dejar claro, sin disfraces, que aquellos que detentan el poder económico son los amos del mundo, que el poder político es una marioneta en sus manos y que la democracia ha quedado absolutamente desnaturalizada.

Pues bien, repensar el republicanismo pasa por negar la mayor: que no estamos en el mejor de los mundos posibles, y que sus recetas anticrisis, para lo único que realmente han servido es para saquear a las clases populares y entregarles el botín a los culpables de la crisis.

No se trata de listar aquí los temas a tener en consideración, pero parece evidente que debe cuestionarse todo aquello que, por acción y omisión, ha contribuido al actual estado de cosas, y en primer lugar el sistema económico que alentado por su inagotable avaricia ha conducido a la humanidad al abismo económico, medioambiental y de hambruna, o si tiene sentido seguir integrados en una Europa en mano de los bancos, o denunciar al sistema de partidos convertido en representantes del poder económico marginando a la mayoría, o desenmascarar sin complejos la degradación del modelo de democracia que tenemos, viciada ya desde sus inicios con triunfo liberal de la soberanía nacional sobre la soberanía popular que excluyó la participación efectiva. Seguramente todo deba recomenzar.

Los valores republicanos por coherencia, deben ser transgresores y eso implica apostar por la justicia social en sentido amplio; el bien común de la mayoría por encima de los intereses de la minoría pudiente; la laicidad para acabar con los privilegios de la iglesia católica y confesiones diversas; la participación directa y democracia real frente al papel de meros comparsas adjudicado a las clases populares; la separación de poderes hoy difuminada; la nacionalización de infraestructuras y recursos de interés general; un modelo productivo sostenible contrapuesto al desarrollismo irresponsable; el derecho de los pueblos a decidir su futuro ante el unitarismo intransigente; el respeto a la natura y el medio ambiente frente a la especulación; el derecho a una sanidad y educación pública de calidad frente a las privatizaciones; el derecho a un trabajo y vivienda digna superador de los meros principios programáticos; la negativa a pagar una deuda injusta originada por la deuda privada de bancos y empresas; el implementar un sistema fiscal progresivo donde paguen más quienes más tienen; la tolerancia cero contra el fraude fiscal y la corrupción política; la solidaridad frente al individualismo autista; la colaboración frente a la competitividad descarnada,.…

Aunque quizás, si nos atenemos a la cantidad de movidas sociales que se están dando y sin que nos demos cuenta, todo ha recomenzado ya, la metamorfosis que habla Edgar Morín, se está produciendo. Las repúblicas sociales están más cerca.

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