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‘Carta al rey Felipe VI de un republicano federalista’, por Manuel Navas

ARTÍCULO DE OPINIÓN
Manuel Navas. Sociólogo

Suele decirse que las amistades las elegimos y la familia nos viene dada. Eso quiere decir que, salvo que creamos en la milonga del pecado original según el cual, somos deudores “in séculam seculorum” del desliz sexual emancipatorio inducido por Eva (por supuesto) en los albores de los inicios humanoides por el que Jehová maldijo a toda la especie humana saltándose a la torera el principio penal de que nadie puede responder por delitos ajenos, no es de recibo que generaciones posteriores sean estigmatizadas por lo que hicieron o no hicieron sus antepasados. Cada cual que aguante su vela dice el refranero.

Pero sucede que en las reglas generales suelen haber excepciones que a la postre las confirman. Es su caso, que sepamos, el único mérito para ser rey ha sido el simple hecho de ser hijo de su madre (de haber sido hijo de otra madre, no lo sería) y su madre fue reina por haber sido hija de la suya y así ha sido y así será “hasta el infinito y más allá” mientras que la decisión respecto a la jefatura del Estado le siga siendo usurpada a la voluntad popular.

Decía que usted no tiene culpa de los excesos de todo tipo que a lo largo de la historia han hecho gala sus antepasados, pero debe reconocer que los antecedentes relatan un auténtico culebrón: corrupciones, saqueo de las arcas públicas e incapacidades gestoras, sin olvidar que una suerte de irreprimible adicción a la endogamia ha generado grotescos personajes con deformaciones físicas y mentales y apodos de chirigota. Y más cercanos, su bisabuelo Alfonso XIII, baluarte de la dictadura de Primo de Rivera que acabó defenestrado tras la proclamación de la II República o su propio padre, cuya reputación le precede, con un historial de lo más esperpéntico: mató de un tiro a su hermano (dicen que accidentalmente); fue el protegido del dictador Franco que lo designó como sucesor; promiscuo enfermizo; turbios negocios con sus amigos dictadores árabes y otras lindeces conocidas que acabaron forzando su abdicación como solución para salvar la dudosa honorabilidad de la corona y evitar un jaque mate a la monarquía española.

Y como que nuestras circunstancias nos modelan ideológica y políticamente (nadie nace republicano o monárquico, de izquierda o de derechas, nacionalista o cosmopolita, culé o perico, creyente o ateo…), debe entenderse que su concepción del mundo, sus valores, su talante, etc., están condicionado desde la cuna por la casta a la que pertenece, la corte real de su entorno, la formación recibida, etc. y que lo que dice y hace, es reflejo de ello. Así las cosas, y si nos atenemos a los hechos, su sesgo conservador está fuera de toda duda razonable: aceptar el cargo vetando que la voluntad popular decida el modelo de Estado (monarquía/república) es un dato significativo o, en otro orden, las intervenciones públicas, como su discurso beligerante tras el desvarío de los partidos secesionistas de Catalunya el 1-O, dicen mucho al respecto.

Es cierto que el hábito no hace al monje y que existen repúblicas bananeras y monarquías socialmente avanzadas. Pero también lo es que, ni las republica bananeras, por su naturaleza, asumen valores republicanos (libertad, legalidad y fraternidad) ni los países con monarquías socialmente avanzados lo son por ser una monarquía (lo serían igualmente siendo una república), sino por la lucha de pueblo para lograr ese estatus.

Tales precedentes, que no olvide han sido decisivos para su designación como rey, le quitan la legitimidad moral para detentar la jefatura de un Estado formado por ciudadanos/as que jamás le han votado. Mire usted, los tiempos están cambiando de manera vertiginosa y lo mismo que Europa y los territorios que la conforman (entre ellos España) será sostenible, equitativa, social, mestiza, feminista y plural o no será, puede decirse que Europa y los territorios que la conforman (entre ellos España) será una república federal o no será. Y siendo federal no caben monarquías (es una contradicción de términos: una república implica que la jefatura del Estado sea electa).

Por último, evocar que el 14 de abril de 1933 el pueblo resolvió que España fuese republicana, una voluntad democrática que no dudaron en decapitar las fuerzas reaccionarias del ejército, el clero, el capital y fascistas (nacionales e internacionales). Hoy, 92 años después, seguimos reivindicando que se devuelva la voz secuestrada al pueblo para decidir sobre el modelo de Estado. Por dignidad, deje de ser un freno para la historia, abdique y que se abran las puertas a la sentencia popular.

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