De un tiempo a esta parte, la degradación del lenguaje es tan sorprendente, tan cruel, que estamos viendo como gente de cualquier estamento, de cualquier nivel, se atreve a apropiarse de términos que habían sido hasta hace poco aceptados por la mayoría en un significado concreto. Son tantos los ejemplos prostituidos y manipulados hasta límites insospechados por individuos que solamente quieren seguir en sus puestos de poder que sería imposible enumerarlos aquí. Cualquier persona con un mínimo de interés puede analizar el recorrido de algunas de esas palabras y en boca de quien se han puesto para darse cuenta de esa adulteración, de esa mentira que va recorriendo nuestras sociedades hasta quedarse en las mentes de muchos ciudadanos, incapaces de reconocer ya su sentido.
Se cumplen exactamente quince años del cierre de la piscina de Can Deu. Queda muy lejos en el tiempo, es verdad, pero muchas veces no somos conscientes del daño que eso produjo a los ciudadanos de ese barrio que disfrutaron durante décadas de un espacio relacional, de un lugar donde miles de niños de Can Deu, de la Roureda, de la Planada, aprendieron a nadar en unos cursillos que los vecinos lograron que fueran más amplios. También fueron personas mayores las que se beneficiaron de esos cursos, de momentos de recreo, de lo que ahora ha dado en llamarse “refugio climático”. Los más veteranos recordarán el inmenso trabajo de Bernardino, el encargado del mantenimiento de la piscina. ¿Alguien se acordará de él? Y todo funcionaba gracias a un patronato formado por el Ayuntamiento de Sabadell y donde estaban representadas todas las asociaciones de vecinos de lo que luego se convertiría en el distrito tres y también de las AMPAS de los colegios de la zona.
En definitiva, una piscina que, por decisión de Manuel Bustos, en 2009, dejó de funcionar con la excusa del alto coste de mantenimiento y porque creyeron que la de Ca n’Oriac ya era suficiente para aquel sector de Sabadell. Quizás hay otros motivos que desconozco. Casualidades de la vida, la encargada de notificar el cierre definitivo de la piscina fue la actual alcaldesa, Marta Farrés, por aquel entonces concejala del distrito. Como pueden imaginar, no movió ni un dedo para intentar que el equipamiento continuase funcionando y, ahora, quince años después, creo que es de justicia recordar ese hecho.
Can Deu ha sufrido otros maltratos a lo largo de su historia como barrio. Poco después de la desaparición de la piscina, se cerró la inmensa biblioteca gestionada por la Diputación de Barcelona y que tenía una gran cantidad de usuarios. Otro ataque que cercenó la calidad de vida de las personas que allí viven. Años después, el cierre de todas las entidades bancarias, de todos los cajeros automáticos y el consiguiente desfile de gente mayor hacia la Avenida Matadepera para poder acceder a esos servicios.

Y durante todo este tiempo, nadie en el Ayuntamiento ha tenido un poco de empatía con esos ciudadanos que pagan sus impuestos como cualquier otro, que son sabadellenses como los del Centre o los de Gràcia. Un agravio doloroso al que muy pocos dirigentes políticos han prestado atención. Y lo más lamentable es el olvido de nuestros mayores, el aislamiento al que son obligados, mientras observan desde los balcones de sus casas como esos mismos políticos acuden para comer y reírse en una fiesta mayor donde son invitados una vez al año. Ríen, se divierten, comen gratis y se van. Y vuelven al año siguiente en una romería que ya no da vergüenza.
Mientras tanto, la calidad de vida se degrada por momentos. Mientras unos creen que aumenta desembolsando una pasta por un edificio que ya se pagó en su momento, mientras esos mismos piensan que calidad de vida es abrir una oficina de turismo o unos apartamentos de lujo para estudiantes, otros opinan que todo debería ser más sencillo, que la verdadera calidad de vida pasa por tener unos servicios básicos decentes, limpieza en las calles, impuestos justos, un ambulatorio que funcione, esa piscina de Can Deu rehabilitada y llena de vida en vez de una plancha de hormigón y con cinco míseros árboles plantados encima como para tapar una herida que nunca debió producirse. Resumiendo, los de arriba piensan que la “calidad de vida” es mostrar una ciudad magnífica, mientras los de abajo preferirían que esa “calidad de vida” se refiriera únicamente a la de sus ciudadanos. Algunos dirían que menos ciudad y más ciudadanos, más humanismo y menos promoción vacía.
Los ciudadanos asistimos sorprendidos a un circo que hace ya demasiado tiempo que dura. Mientras algunos se llenan la boca con palabras y frases grandilocuentes, otros nos damos cuenta de la existencia de un servicio de propaganda, y de que, por ejemplo, muchos de esos “refugios climáticos” de los que se vanaglorian, van a estar cerrados durante el mes de agosto. También de que esa “ciudad de los quince minutos” por la que se apuesta en muchas urbes españolas y europeas, no existe en Can Deu. Sus habitantes tienen que desplazarse sin más remedio para cualquier cosa.
Y me doy cuenta de que la “calidad de vida” vuelve a ser ultrajada, vuelve a ser manipulada por esa aristocracia del siglo XXI que nos domina. Y me encantaría que alguien alzara la voz, aunque me gustaría mucho más que mis vecinos de Can Deu tuvieran lo que se merecen, que alguien con alguna autoridad se rebelara e hiciera propuestas creíbles, que dejara por una vez de hacerse vídeos y fotos y empezara a poner los cimientos de la mejora de la calidad de vida, la de verdad, de ese barrio al que le cuesta entender que se gasten cuatro o cinco millones de euros en la compra del edificio del antiguo Museo del Gas mientras sus calles se degradan y nadie piensa en reabrir la piscina. Creo que sería un buen gesto empezar a pensar que nunca fue una buena decisión cerrarla. Rectificar es de sabios. Aunque sea quince años después.
Foto de portada: antigua piscina de Can Deu.
