“Yo soy adicta al humo de los coches. El olor de la gasolina, el asfalto… Todo eso me encanta, me encanta. […] Cuando la gente habla de empleo basura me parece que es ofensivo para esa gente que come basura o que es, efectivamente, una basura. Hay gente que es basura absoluta y que preferiría que habláramos de la basura como de algo bueno. Es verdad que, si efectivamente son gente que es una basura, pues que les den mucho por culo. Pero vaya, que empleo basura-basura no hay. ¿Quién pagaría a alguien por fingir que es una bolsa de basura? Nadie, o muy poca gente”.
Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid
“De alguna manera debemos mantener viva la esperanza… la esperanza de que podemos encontrar una manera de educarnos, aliviar la pobreza, calmar la ira y vivir en armonía con el medio ambiente, con los animales y entre nosotros”.
Jane Goodall, etóloga
Se nos ha ido uno de los referentes humanos más destacados de las últimas décadas. Parece hasta inverosímil que Jane Goodall se haya convertido en símbolo humanista precisamente acercándose a los simios, tratándolos como seres cercanos. Sigo viendo esas imágenes de abrazos, de caricias, de miradas llenas de cariño hacia esos animales que saben mostrar un agradecimiento inconmensurable y me emociono siempre. No me canso de verlas, de observar tanto amor y tanta capacidad de empatía con esos animales que pasan toda su vida huyendo de los peligros que acechan en las zonas donde viven, huyendo, en definitiva, del hombre.
Recuerdo su paso por La Revuelta a finales de mayo de este año. Sus 91 años se reflejaban en su piel y en su mirada, pero su cerebro activo mostraba una vez más su locuacidad, su integridad ética, su idea de un mundo mejor, de la esperanza en la humanidad, en los jóvenes. Parecía venir de otro mundo, pero venía del nuestro. A pesar de todo lo que vemos en el día a día, de la miseria, de las guerras, de los genocidios, del hambre, Jane Goodall sonreía y miraba a David Broncano con afecto.
Pocos días después del fallecimiento de la etóloga inglesa, tuvo lugar el asalto a la flotilla que se dirigía a Gaza para llevar algo de comida, pero también aliento y esperanza, a esas gentes que sufren el genocidio del estado sionista de Israel. Confieso que las declaraciones de Isabel Díaz Ayuso me afectaron. Hace tiempo que decidí no escuchar nada de este engendro maligno, perdonen ustedes la expresión. Unos le ríen las gracias y otros acaban por insultarla. Yo, sencillamente, decidí ausentarme de tanto improperio. Pero esta vez caí en la trampa y pude ver con sonrojo las frases humillantes que profirió contra unas personas que únicamente querían aliviar el dolor de seres humanos en Gaza. No puedo entender por qué una persona se alegra al ver que esos barcos son interceptados impidiendo que lleven comida a seres humanos que están muriendo de hambre.
Y me vino a la mente una idea ya imposible por razones obvias, pero sí posible en mi imaginación, el encuentro entre estas dos mujeres en cualquier lugar. El resultado podría ser digno de cualquier escena cómica que correría rápidamente por las redes. La presidenta de la Comunidad de Madrid muy probablemente tendría que preguntar a sus asesores qué es una etóloga y quién es Jane Goodall. Por su parte, la activista inglesa también preguntaría quién es esa señora.
Lo que podría venir después sería, estoy convencido, un diálogo de sordos entre la ignorancia, la tozudez, la soberbia y el orgullo, todo eso unido, en contraposición a la inteligencia, la prudencia, la cordura y la moderación. Ayuso disertaría sobre la importancia de las tradiciones, del toreo como muestra de orgullo español, sobre la responsabilidad de Pedro Sánchez en todos los males del planeta, sobre los baños de Ada Colau en las islas griegas, sobre que las personas mayores iban a morir igual durante la pandemia, sobre el peligro del comunismo bolivariano, sobre ese invento de la izquierda llamado cambio climático, sobre la importancia de Madrid como ciudad en la que nunca te vas a encontrar con tu ex, sobre el campeonato de Fórmula 1, sobre que su novio sufre una persecución, sobre que el ático es un piso pequeño, sobre el mayor hospital del mundo que, naturalmente, está en Madrid…
Jane Goodall escucharía con atención las palabras traducidas del discurso de Ayuso. Seguramente movería la cabeza en algún momento, porque no acabaría de entender algunos de los conceptos expuestos por Ayuso. Al acabar, pausadamente, le daría las gracias por el recibimiento, le desearía lo mejor a ella y a los ciudadanos de Madrid, y, con cierta parsimonia, detallaría su trabajo con los primates, acentuaría la importancia de comportarnos como seres humanos, la necesidad de cuidar nuestro planeta para generaciones futuras, insistiría en la esperanza como tabla de salvación para toda la humanidad. “Cuando los jóvenes conocen los problemas y se les capacita para actuar, si se les permite elegir, escogerán un mundo mejor”, dijo hace tres años en una entrevista en ElDiario.es. También que había motivos para la esperanza, ya que mucha gente empezaba a pensar en su huella ambiental en este planeta, en el trabajo que hacía un niño en cualquier país del mundo y, en consecuencia, tomar decisiones sabias. Quizás la confesión que más me llamó la atención es la que hizo convencida de la resiliencia de la naturaleza, explicando muy brevemente que esta tiene la capacidad de regenerarse, aunque haya sido completamente destruida y maltratada. Una metáfora que seguramente Ayuso nunca iba a entender.
En ese hipotético encuentro, la presidenta madrileña estaría atenta al pinganillo, a la traducción simultánea. Pero no entendería nada, no por el idioma, porque las personas sin corazón son incapaces de abrir su mente, de entender el dolor de los demás, de interpretar esas palabras que abarcan mucho más que la propia zona de confort en la que vivimos. Nunca podrán compenetrarse con ningún ser humano.
Jane Goodall se despediría humildemente, como hizo en La Revuelta. “Cada uno de nosotros, cada día, hagamos lo que hagamos, suponemos un impacto sobre el planeta y podemos decidir qué tipo de impacto hacemos”. Después de estas palabras, Jane Goodall abrazaría a Isabel Díaz Ayuso. No me quiero ni imaginar las declaraciones de la madrileña al día siguiente.
