Lalachus

‘Lalachus y el timo de la estampita’, per Josep Asensio

“La estampita no es lo que más les molesta, pero necesitaban un clavo ardiendo al que cogerse. Viva todo lo que significa Lalachus”.

Jordi Évole, periodista y comunicador

En primer lugar, gracias, Laura. Gracias por aportar tu gracia y tu simpatía a las campanadas de fin de año, a ese momento mágico que nos une frente al televisor a millones de personas esperando, deseando, que esas uvas sean por fin las de la felicidad en esos trescientos sesenta y cinco días que están a punto de empezar. Tengo que confesarte que mi primer artículo del año no iba precisamente a ensalzar tu intervención televisiva. Quería escribir de otra mujer que, poco antes del inicio de las fiestas navideñas, nos sorprendió con una brillante actuación en el programa en el que tú también colaboras con David Broncano. Vi a Amaia en directo, bueno, ya me entiendes, en el primer pase del programa La Revuelta, y luego otras cuatro o cinco veces en mi ordenador y las que me fueron llegando por redes en los días posteriores.

Los espectadores, entre los que me incluyo, claro está, no podíamos imaginar lo que sucedería después de las palabras de Amaia en las que ofrecía un regalo, su regalo, a David y a toda España. Tengo un pensamiento logró convertirse en un himno partiendo desde la sencillez de un sofá, recorriendo pasillos, haciéndose cada vez más grande con la unión de coros y músicos, para acabar espectacularmente con ella encima de un coche. “Hacer está toma única coordinando la realización, sonido, instrumentos y coro pasando del interior al exterior es simplemente dificilísimo. El equipo de producción capaces de hacer esto son profesionales fuera de serie. Extraordinaria la actuación de Amaia, sin duda, pero también maravilloso el equipo técnico de La Revuelta”, leo en uno de los comentarios en redes. Una joya que va a costar que se vaya de nuestras mentes, una preciosidad cargada de magia de la buena en la que, así te lo confieso, me hubiera gustado participar.

Y todavía con esa visión en mi memoria, llegas tú y David, David y tú, anunciándonos que este año todo va a ser diferente desde algún balcón de la Puerta del Sol de Madrid. Los que nos hemos enganchado a La Revuelta, no teníamos la menor duda de que nos ibais a sorprender, desde el respeto más absoluto a todos los demás presentadores y presentadoras que, como Anne Igartiburu o Ramón García, han intentado amenizar los minutos previos a las campanadas durante años. Y solo tengo palabras de elogio a todo lo que montasteis; empezando por esa bajada de Broncano desde el mítico cartel de Tío Pepe, hasta el bombo, el cambio de zapatos en directo, los saludos a la gente que estaba en la calle y, cómo no, el guiño a la cadena de la competencia, de buen rollo, intentando que esa soberbia que emana de algunos de sus integrantes, se desdibujara, aunque fuera por unos instantes. Lo lograsteis, a pesar de que, por miedo a que se descubriera el vestido de Cristina Pedroche, los responsables de esa cadena decidieran colocar un biombo negro y evitar males mayores que pudieran acabar con la magia, con su magia.

Me caíste bien desde el primer momento en que te vi en La Revuelta. Yo destaco tu naturalidad y esa sensación de improvisación que envuelve a todo el programa y que logra, incluso, que permanezcamos atentos y hasta preocupados por si algo sale mal. Hasta creí, como muchos de los espectadores que estábamos delante de la pantalla en ese momento, que la berrea de los ciervos, que la entrevista que tenía que ser y no fue, formaba parte de una broma, de una más de las de Broncano.

Y claro, esa espontaneidad tan característica de tu personalidad no es aceptada por una parte de la sociedad que la ve como un ataque a las normas establecidas desde arriba, desde abajo, desde donde sea. Y no tienen ningún pudor ni ninguna vergüenza en hacerte daño. Empezaron por tu físico, llamándote gorda con saña, mujer y gorda nada más y nada menos, con una respuesta genial por tu parte que, muy probablemente, todavía exacerbó más sus mentes.

Pero esta gente no para. Están ahí, agazapados como cazadores en busca del mejor momento para atrapar a su presa. A esos energúmenos, los mismos que callan ante los casos de pederastia en la iglesia católica o ante la masacre de niños, niñas y familias enteras en Gaza, muchos de ellos cristianos, no lo olvidemos, los mismos que aplauden el silencio de las cunetas y denigran y niegan la violencia de género, a esa gente, Laura, nunca le gustó que una mujer, especialmente una mujer, mostrara una sensibilidad y una sencillez tan peculiar como la tuya. Tampoco les gustó el humor. Siempre prefirieron esa España gris, callada y muda, a la que es más fácil manipular y manejar. Parafraseando a un cavernícola como José Manuel Soto, “da una idea de la podredumbre moral de quienes nunca entendieron lo público en España”. Añado el comentario de otro energúmeno venido a menos, Fernando Savater, ¿filósofo?,; claramente uno de los ignorantes más apreciados por el fascismo español, que ha criticado “el fino humor de la Bitelchús o como se llame la tía gorda esa”. Él mismo deja claro que no piensa cambiar en este 2025. “No me propongo en los meses venideros disminuir el radicalismo de mis opiniones, sino que pienso llevarlo al máximo”. Asco de persona.

Mi abuela, que vivió uno de los periodos más convulsos de la historia de España, la dictadura de Primo de Rivera, la Segunda República, con esos aires de libertad tan incuestionables para las mujeres, la Guerra Civil y la posguerra, siempre decía que el fascismo nunca duerme. Lo expresaba así, en presente, en ese presente en el que tú y yo nos encontramos ahora y en el que nos percatamos, una vez más, de la ignominia de unos exaltados que van a por ti con la excusa de la estampita que mostraste de manera graciosa y ocurrente la noche de fin de año.

No, Laura, no es la estampita; son una serie de circunstancias que rodean tu personalidad, la de muchos de nosotros, lo que les duele, no sabemos exactamente por qué, quizás por envidia, por esa añoranza de tiempos pasados en los que la crítica o la discrepancia eran salvajemente aniquiladas y donde la censura nos hacía cada día un poco menos libres. Esa es la esencia de la denuncia que te han puesto los fascistas de Hazte Oír. No te quieren libre, no nos quieren libres. Mientras tú respondes siempre con tu humor, otros prefieren utilizar el insulto: “Si ella tiene libertad para insultar a los católicos (no tiene valor para hacerlo con los musulmanes), yo tengo libertad para insultarla a ella por haberse zampado a toda la familia de la vaquilla”. Fíjate cuánto daño se esconde detrás de un comentario en redes. Un o una cobarde incapaz de decírtelo a la cara. Tú eres diferente, Laura. Sigue así, no cambies nunca. Y ahora, si me lo permites, yo también voy a buscar una estampita como la que tú llevas. A ver si, por lo menos, me da un poquito de la suerte que tú tienes y se nos contagia un poco de la simpatía que nos transmites cada día. Gracias, Laura. Gracias, Lalachus.

Els comentaris estan tancats