En los casi catorce años que inicié esta andadura opinadora en iSabadell, muy pocas veces he escrito sobre los libros que he leído; y eso que me considero un lector asiduo y más o menos constante. No obstante, es casi imposible no pararse a reflexionar sobre uno de los éxitos literarios más relevantes de los últimos años, La península de las casas vacías, del jienense David Uclés. Quizás lo más sorprendente no sea ese realismo mágico que lo inunda todo; ni tan solo ese ambiente onírico que se desplaza entre todas las provincias españolas, ni esa capacidad del joven escritor para inmiscuirse en las escenas que se relatan. Sorprendentemente, no es únicamente un sujeto externo que describe lo que sucede, sino que se transforma en un personaje más. Y no se pueden ni imaginar lo que pasa después.

Jándula es el pueblo ficticio donde Uclés pone el punto de partida de una historia que aborda la Guerra Civil desde una perspectiva sorprendente. Mueren todos los personajes menos uno; lo dice él mismo al principio de la novela. Iberia, nombre dado a España en sus páginas, se convierte en una metáfora repleta de muerte, de esperanza, de paz, de amistad, de escenas imposibles que no puedo contar para que sean los propios lectores los que las descubran.

La península de las casas vacías no es solo una novela que atrapa desde el primer capítulo. Es de esas lecturas que no solo es casi imposible dejar olvidada en cualquier sitio, sino que activa la necesidad de compartirla entre amigos y conocidos. Al menos, es lo que a mí me ha pasado. Conforme iba leyendo, más ganas tenía de que otros hicieran lo mismo. He perdido la cuenta de la cantidad de gente a la que se la he recomendado. Y, al final, aquí estoy haciendo lo mismo.

Pero no se trata de una sutil sugerencia. David Uclés tiene, a mi entender, un don, una habilidad muy peculiar para transmitir sentimientos. Las escenas están rodeadas de una extraordinaria belleza, aunque sea en medio del caos y de la guerra. Siempre hay un momento para el sosiego, para esa paz que da el paisaje o el trino de un pájaro. La miseria, el horror, el hambre, la amistad, el amor, la familia, las contradicciones, la ética, la frustración, todo, absolutamente todo, queda plasmado en frases cortas o en largas descripciones que nos obligan a trasladarnos a ese lugar. Les confieso que me hubiera gustado formar parte de alguno de esos cuadros que él inmortaliza, configurándolos, además, con unos diálogos que es necesario releérselos. Pero no porque no se entiendan; al contrario, porque captan tanto la atención que surge la necesidad imperiosa de estar al lado de esos personajes. Odisto, Pablo, José, Martina, Josito, Gonzalo, Venancio, pero también Federico García Lorca, Francisco Franco o Unamuno conforman un conglomerado único, exclusivo de ese mundo uclesiano que se descubre poco a poco, que fascina y sobrecoge desde el principio. Y ya no se puede parar.

(Atención, spoiler) Es casi imposible no quedar sorprendido por algunas de esas imágenes. En algunas de las entrevistas que le han hecho, Uclés no tiene reparo en explicar alguna de ellas. Quizás la más llamativa es la conversación que, como escritor, tiene con Francisco Franco. No obstante, yo destacaría el momento en que se rompe físicamente Iberia y el gobierno decide acometer una enorme obra de ingeniería para volver a unirla… con grapas. Un capítulo que se arrastra por toda la novela y que afecta, consecuentemente, a toda la geografía de la península.

David Uclés fue entrevistado hace unas semanas por Silvia Abril en el programa Futuro Imperfecto de TVE. No me sorprendió nada su naturalidad porque había podido hablar con él por Instagram unos días antes. Aprecié rápidamente su cercanía, su humildad, su predisposición a colaborar en el proyecto que le ofrecía. No obstante, me respondió que, aunque pudiera parecer kafkiano, tenía el calendario del 2026 completamente lleno dado el éxito de su última novela. Lo entendí perfectamente y no insistí.

En ese mismo programa, además de a un jienense aferrado a sus costumbres, tuvo un recuerdo muy emotivo para su abuelo Luis, al que ya ha hecho inmortal con su libro, pues de él, de las historias que le contaba, han nacido esas líneas mágicas. Y por si eso fuera poco, Uclés se lanzó a cantar Ara que tinc vint anys, de Joan Manuel Serrat, en catalán. Magia pura y recuerdo evidente a sus años como cantante de calle en Montmartre.

David, amigo, gracias por esos 25.000 kilómetros por toda España, por esos más de cuarenta personajes que engrandecen la historia. Gracias por esos quince años dedicados a ensamblarlo todo y crear una obra poderosa, increíblemente trabajada desde la humildad, desde el equilibrio, desde ese realismo que duele, que sigue doliendo tantos años después. Espero que esos escenarios no vuelvan a repetirse jamás y deseo también que las nuevas generaciones sean capaces, con la lectura de tu libro, con la ternura y el realismo de tus descripciones y diálogos, de recapacitar, de pensar y de no olvidar una parte tan esencial de nuestra historia. Gracias también por recordarnos que todavía tenemos familiares enterrados en las cunetas o en fosas comunes. Todavía queda mucho por hacer.

Un último apunte. Como estoy convencido de que La península de las casas vacías será llevada al cine en algún momento, me gustaría, perdona mi atrevimiento, formar parte del reparto. No creo que sea pedir mucho, dada la considerable cantidad de personajes que participan. Ahí lo dejo, David. No pierdas nunca esa magia. La necesitamos.

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