“En mi clase apenas lo dimos. En clase, la historia empezaba a veces en el Imperio romano y otras veces, cuando ya era historia contemporánea en el instituto, comenzaba en la Revolución francesa. Lo normal era quedarse a medias, con el temario por terminar. A la Guerra Civil casi ni llegábamos y menos aún a los 40 años de dictadura. En segundo de bachillerato vimos el franquismo a todo correr, pero con la tranquilidad que daba saber que en selectividad habría dos opciones: siempre podrías escoger la pregunta del siglo XIX o de principios del XX (…). Quizá es que quienes prefieren la dictadura han decidido relativizar toda esa parte que otros sufrieron. Por eso importa la memoria. Anhelar ese pasado no es nostalgia, es otra cosa, y nadie podrá alegar desconocimiento: basta con querer saber”.
José Luis Sastre, periodista
“A ver si se os quita esa manía que tenéis los rojos de sacar los huesos de las cunetas”. Con esta frase se me presentaba hace tan solo un año un concejal del Partido Popular de una localidad de la provincia de Ciudad Real. Le respondí, naturalmente que le respondí: “Si fueran tus padres o tus abuelos los que estuvieran en una fosa o en una cuneta, no dirías lo mismo”. Me miró y siguió bebiendo vino. La botella estaba ya casi vacía, por lo que achaqué su indigna declaración al alcohol. Pero no, veo que pasan los años y el PP sigue anclado en esa equidistancia con la justicia, con la reparación, con la verdad. Con la excusa de una transición modélica, de una Constitución votada por la mayoría de los españoles, de una falsa reconciliación, el PP continúa en esa línea entre lo inhumano y lo humillante.
De pequeño me gustaba abrir los cajones del aparador que mis abuelos paternos tenían en el comedor. Para mí era algo así como descubrir un tesoro, analizando cada objeto y preguntando su origen, su historia. Un día apareció una foto. Era un soldado muy joven. “Es el primo Lorenzo; lo mataron en la guerra”. En esos momentos imaginas una batalla y allí muere. Nada más. Con el tiempo estudias, tu campo de conocimiento se amplía y sientes la necesidad de investigar. Hace tan solo unos años descubrí que el primo Lorenzo era en realidad un hermano de mi abuelo. Lo fusilaron un 22 de abril de 1937 en Melilla. Tenía tan solo 21 años.
A pesar de los agravios de ciertas personas que prefieren hacernos olvidar lo que pasó, voy a dedicar lo que me queda de vida a recuperar esos restos y trasladarlos donde se merecen, al lado de sus padres. Para algunos y algunas, eso son tan solo huesos, abertura de heridas, impedimento para pasar página, reabrir las trincheras, enfrentamientos y no sé cuántos improperios más. Me gustaría que esos interesados olvidadizos pudieran por un momento regresar a esos silencios impuestos en millones de familias que lloraban también en silencio el destino, a veces no conocido, de sus seres queridos. Me gustaría que ‘cucas y cucos’ miraran a los ojos de mi abuelo y les dijeran que hay que pasar página, que ya está, que unos papeles firmados por el rey de España sirven para seguir caminando, que son huesos, que tenían que morir igual, que eso pasa en las guerras. Pero eso no va a pasar. Esencialmente, porque la ‘gente de bien’ de este país pertenece a esa categoría de individuos a los que la imagen de unos huesos amontonados les parece de lo más normal, llegando, incluso, a justificar que ahí, amontonados y tirados en las miles de cunetas que jalonan este país, es donde deben estar y quedar, según palabras del creador digital José Sarriá. Lo comparto a ver si esta vez a esos que piden una reconciliación flasa y falseada sienten algo de vergüenza.
A los padres del soldado Lorenzo les impusieron una multa de 1.000 pesetas que en 1948 todavía no habían acabado de pagar. La ley permitía saquear y robar las propiedades de los fusilados, ya fuesen casa, tierras, coches, joyas o dinero en metálico. Además, como eran pobres, nunca pudieron recuperar los restos de su hijo. No había dinero ni para comer, mucho menos para viajar a Melilla. La buena noticia es que están identificados, en una fosa junto a otros fusilados.
No, esto no es un panfleto ni un discurso que alimente el odio o el enfrentamiento. Es justo lo contrario. El espíritu de la Transición no fue el de perdonar; fue el de olvidar, el de hacer ver que no pasó nada, incluso el de engañarnos con el señuelo de que no hubo ninguna dictadura. El olvido como enseñanza. Tenemos muertos en las cunetas y gente desaparecida también durante la dictadura de ese Franco que unos ensalzan brazo en alto y otros les ríen las gracias desde sus escaños en el Congreso de los Diputados o desde su sillón de concejal.
¿Por qué muchos ignoran que en España hubo campos de concentración? ¿Dónde queda la restauración del daño? En Alemania lo hubo. En cualquier ciudad de ese país centroeuropeo, todos los lugares están resignificados. Allí también hay placas de los españoles fallecidos en campos de concentración. En España, hay alcaldes, siempre del PP y de Vox, que las quitan, aunque estas hayan permanecido más de 30 años en esa fachada sin molestar a nadie. No se puede curar nada mientras no haya esa restauración necesaria. Ese es el mantra del PP y de sus dirigentes: la dictadura tuvo cosas buenas y malas, construyó pantanos, trajo la seguridad social y las vacaciones pagadas. De ahí no salen. No sé cómo no se les cae la cara de vergüenza cuando oyen o ven a una anciana llorar porque todavía no sabe dónde enterraron a su padre, al que se llevaron unos fascistas porque enseñaba a leer y a escribir a unos niños y niñas en el colegio. La maldad anda suelta. Habrá que seguir reivindicando la justicia. Yo no pararé hasta conseguir la dignificación que se merecen víctimas y familiares, mucho que les pese a esos falsos demócratas que, en el fondo, añoran el fascismo más rancio. No pasarán.
